(Publicado en Diario16 el 15 de junio de 2023)
En Génova 13 no todos se sienten cómodos con el bifachito valenciano. A Feijóo no le ha quedado otra que dar por bueno el acuerdo Mazón/Flores, que algunos ya llaman los pactos Peppa Pig por su contenido naíf, pero a algunos barones se les están indigestando las francachelas con los ultras de Vox. Uno de los que se lo están pensando es López Miras, el presidente popular murciano, que en un principio estaría dispuesto a ir a nuevas elecciones, si es preciso, con tal de esquivar a la extrema derecha huertana.
“El bloqueo no es bueno, no es bueno que estemos meses con la Región de Murcia paralizada y que nos enfrentemos a unas terceras elecciones en apenas seis meses”, asegura el jefe del ejecutivo autonómico. ¿Es un brindis al sol, puro postureo, un quedabién de cara a la galería para despistar mientras que ya tendría firmado un gran pacto con Vox en el cajón? Cualquier cosa puede ocurrir en el PP, un partido que hoy se define como liberal, un minuto después como trumpista y mañana de extremo centro.
La guerra murciana entre la derecha clásica y la extrema derecha dice mucho de lo que se está cociendo entre bambalinas en ese mundo. Desde hace tiempo hay una dura competencia feroz por ver cuál de los dos partidos se alza con la hegemonía del espacio conservador español. Y en esas están en cada región y en cada municipio. Aquí no se trata de cuántas consellerias le dan a los ultras en Valencia o cuántas concejalías en un pueblo perdido de Aragón. Aquí lo que se está jugando es, ni más ni menos, si la derecha española sigue siendo moderada, europeísta y constitucional, o da el volantazo brusco hacia un nuevo franquismo rejuvenecido que bajo la pretendida “guerra cultural” contra la izquierda woke o cuqui lo que pretende es romper con el marco jurídico político institucional del 78. A Santiago Abascal le molestan muchas cosas de nuestra Carta Magna, desde el modelo territorial asentado en el Estado de las autonomías hasta la importancia que se da a los nacionalismos vasco y catalán, dos piezas fundamentales que, sin ellas, todo el mecano, toda la arquitectura constitucional, se vendría irremediablemente abajo.
De lo que salga de esa tensión, de esa pugna entre los dos gladiadores conservadores, depende el futuro del país. De ahí que Feijóo, de cuando en cuando, se vea obligado a explicarle a los españoles que una cosa es Vox y otra muy distinta el PP. Por eso, cuando a algún líder voxista le puede el subconsciente, se le va la pinza, levanta el brazo y grita Arriba España, viva España una grande y libre, él enseguida sale ante los periodistas para marcar distancias. Y cuando salta algún escándalo con algún maltratador que se ha colado de rondón en las candidaturas voxistas o a algún dirigente ultra le da por meter carne con tuberculosis en el mercado alimentario o por perseguir mujeres que abortan en las clínicas públicas y privadas, a Feijóo le falta tiempo para saltar a la palestra, con las palmas de las manos abiertas y los hombros encogidos, tratando de convencer a los españoles de que él no tiene nada que ver con toda esa gente asilvestrada, extraña y por civilizar. Los necesita para gobernar regiones y para llegar a la Moncloa, claro que los necesita, pero prefiere que no se le vea demasiado en público con ellos. “Yo no comparto el discurso de Vox. El PP nunca ha sido un partido antiautonomista, ni un partido euroescéptico, ni un partido populista”, se desgañitó hace solo unos días tratando de marcar perfil moderado. Es decir, que lo que no quiere para su partido, lo quiere para su país. Paradójico cuanto menos.
Aquí lo único que importa es que los populares han metido al dinosaurio de Monterroso en el salón de la democracia y que al final, dándoles carteras y competencias en materias tan sensibles como Educación, Cultura, Justicia y Medio Ambiente, como está ocurriendo ya en Valencia, van a influir decisivamente en la vida de los ciudadanos. Y pronto lo veremos. Pronto veremos cómo en los colegios se enseña una versión de la Guerra Civil sin buenos ni malos y con un abuelete bonachón como Franco que siempre se desvivió por los españoles; pronto veremos cómo se retiran fondos de la lucha contra el cambio climático, aumentando la deforestación, la depredación urbanística y el riesgo de macroincendios (no descartemos planes turísticos cerca de La Albufera, la Doñana valenciana); y pronto veremos cómo los discursos de odio racistas, machistas y homófobos se propagan como la pólvora por toda la sociedad.
Con todo, el Partido Popular ya pacta con los ultras sin complejos ni rubor. En público, Feijóo se lava las manos de esa infamia mientras que en privado les da permiso para poner en marcha la maquinaria de demolición de la democracia. Un error histórico monumental. Sus compañeros del PP europeo se llevan las manos a la cabeza y le gritan desde Bruselas que pare ya ese carrusel facha enloquecido. No solo porque está en riesgo el Estado de derecho, sino porque una vez que al populismo ultra negacionista se le abre la puerta de la fiesta, siempre se erige en maestro de ceremonias (hay ejemplos obvios en la historia, no hace falta citarlos). Y de ahí a que se zampe a la derechita cobarde hay solo un paso.
Viñeta: Pedro Parrilla
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