(Publicado en Diario16 el 12 de julio de 2023)
Más de tres mil inmigrantes se hacinan en la isla de Lampedusa, un fenómeno que se repite cada verano. Las pateras, las lanchas neumáticas, las personas deambulando por el muelle, las patrulleras, los barcos de rescate de las oenegés, todo está exactamente igual que siempre por estas fechas.
Tal como se temía, las políticas de la dura Meloni no han conseguido frenar el éxodo africano masivo. La ultraderechista italiana llegó al poder con un programa xenófobo que retrataba al migrante como un apestado y apostó por intensificar la vigilancia en aguas del Mediterráneo, por las devoluciones en caliente y por tratar al extranjero como ganado sin derechos. Con esas cuantas medidas y la ayuda del matón Salvini, siempre dispuesto a sacar a la Marina de guerra de los puertos para bombardear pateras, se solucionaría el problema. Las calles volverían a estar limpias de desarrapados, Italia volvería a ser un país puro de sangre sin contaminar, todo volvería a su sitio, como en los tiempos de Mussolini. Se acabó el multiculturalismo woke.
Sin embargo, pronto han quedado desmontadas las patrañas y promesas electorales que se tragaron millones de italianos asustados ante la temida “invasión negra” y la conspiranoica teoría de la “sustitución étnica”. Nada de lo que prometió Meloni ha conseguido frenar la aventura desesperada de la famélica legión. Las embarcaciones de la miseria siguen llegando a los puertos. Las pateras y lanchas –atestadas de hambrientos que huyen de la pobreza, de la guerra, de las pandemias, de la sequía provocada por el cambio climático, del reventón de los estados fallidos, de las mafias organizadas y de la expansión del fundamentalismo religioso, del que ya no se habla–, siguen arribando a las costas italianas tal como viene ocurriendo desde hace décadas.
Es evidente que los ultras de Meloni no han podido contener el tránsito de miles de desahuciados que se echan al mar en una odisea a vida o muerte desde la pesadilla hasta el inalcanzable sueño de la felicidad, desde el devastado sur hasta el opulento norte, desde el infierno al paraíso europeo. Nadie puede parar a una persona que tiene hambre. Y un político que promete a su pueblo que será capaz de cerrar el país, devolviéndolo a un oasis edénico y autárquico, no es más que un charlatán, un embustero, un cínico demagógico o todo ello a la vez. En Italia se ha instalado un partido de engañabobos que con el arma del bulo y la promesa de un fascismo blando no es más que la viva imagen de la incompetencia. El pasado mes de abril, el ministro de Agricultura y cuñado de la primera ministra, Francesco Lollobrigida, alertaba de que si los italianos no tienen más hijos, serán “sustituidos” por migrantes. Ideas delirantes, embustes, pamemas y trolas. Eso es lo que vende la nueva extrema derecha europea. El mito de una sociedad feliz y de una raza prístina que solo está en sus desquiciadas cabezas.
El ultraderechista vive de la mentira (esa macabra técnica del Gish gallop o “ametralladora de falacias” a la que también se ha abrazado Feijóo para llegar al poder) y cuando despierta de su ensoñación solo le queda el odio. Meloni prometió que acabaría con la inmigración descontrolada en unos meses, pero va pasando el tiempo y el italiano se rasca la cabeza, se encoge de hombros y cae en la cuenta de que lo han estafado como a un primo. ¿Dónde están los acorazados, las fragatas y corbetas, los bravos marineros, los carabinieri y todos esos soldados que la primera ministra iba a enviar a la frontera para declararle la guerra al pobre inmigrante? Ahora que le han pillado la demagogia, los bulos y la gran farsa del programa de su partido, Fratelli d’Italia, Meloni corre a las faldas de Scholz y de Ursula von der Leyen para que defiendan las “fronteras externas” de la UE. Ya no queda nada de aquella prepotencia ultrapatriótica con la que convenció a tantos incautos; ya no queda ni rastro de aquel euroesceptismo, de aquella arrogancia nacionalista, de aquella nostalgia del pasado con la que esperaba resucitar el viejo y glorioso Imperio Romano. Meloni ha caído en la cuenta de que el mundo en el que habita no es el de 1922, cuando Mussolini prometía recuperar el mito de la Gran Italia y de la hegemonía romana en el Mediterráneo. La primera ministra, como toda hija de vecina, vive en 2023, en pleno siglo XXI, en un planeta globalizado donde las mareas humanas se mueven como corrientes imparables de la historia. Ella, en su miopía de señorona ociosa y rubísima metida en política, llegó a pensar por un momento que podía poner puertas al mar y al instinto humano de supervivencia. Pero la miseria brota a borbotones por los cinco continentes y las tonterías de una niña pija que se cree la reencarnación del Duce no van a acabar con ella.
En España tenemos a nuestras propias Meloni. Mujeres que le dan la razón en todo a sus maridos, que niegan la violencia machista y que se escandalizan cuando ven un pene dibujado en un libro. También andan propalando la idea de la mano dura contra el inmigrante. Son obsesas de la porra con forma fálica, del muro trumpista y de las concertinas en la valla de Melilla. Las mismas patrañas que hoy se desmoronan, como piezas de un falso mecano, en la fea y enfermiza Italia.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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