(Publicado en Diario16 el 28 de junio de 2023)
Más de un millón de personas sufrieron acoso por su condición sexual en España en los últimos cinco años, según las últimas estadísticas. Trescientas mil soportaron agresiones físicas. Son las negras cifras de un país donde la democracia se degrada, la defensa de los derechos humanos se ve comprometida y se consolidan los discursos de odio. Por eso, este año el Día del Orgullo Gay es mucho más que una simple fecha festiva en el calendario. Va a ser un acto de dignidad frente a los que pretenden reinstaurar una sociedad medieval, machista y reaccionaria. Una gran fiesta de la libertad.
Hay no pocos síntomas de que nos encontramos ante un momento crítico de la historia. En Náquera, la única localidad valenciana con alcalde de Vox, los vecinos se han rebelado contra la prohibición del ayuntamiento de colgar banderas LGTBI en edificios municipales. La represión llegó aún más lejos cuando una familia tuvo que retirar la insignia multicolor de su balcón tras sufrir las amenazas de un par de desalmados que en su delirio se creyeron falangistas dando caza al homosexual en la España del 36. Sin embargo, esta vez el miedo no pudo con la mayoría de la gente civilizada, demócrata, tolerante, educada con los demás. En una reacción casi instintiva de sociedad a punto de ser asfixiada por los fanáticos, los vecinos salieron a sus balcones y los engalanaron con banderas arcoíris. Fue una explosión espontánea de libertad. Como en la película de Kubrick, por unas horas la mayoría de los habitantes de Náquera gritaron aquello de “todos somos Espartaco”, una rebelión de Espartacos de pechamen descubierto con plumas a gogó, rímel a mansalva, cuero y plataformas de vértigo. Estaba claro que esta guerra no la iban a ganar los intolerantes, nostálgicos del régimen anterior y posfranquistas.
“No nos devolverán al armario”, asegura Fran Fernández, coordinador general de Lambda, la asociación que ha decidido convocar una marcha en defensa de los derechos de las personas LGTBI. Los sucesos de Náquera no son un caso aislado. En la España Vaciada, por ejemplo, ser gay o lesbiana es mucho más peligroso que en una anónima gran ciudad. Hay vecinos que murmuran, cotillas y viejas del visillo que comadrean por las esquinas, bares desinhibidos donde se sueltan los chistes homófobos y machistas más hirientes. Es la España matona que acosa en silencio, una España de western violento, una España primitiva y paleta que se reúne en la cantina, al caer el sol, para perseguir verbal o físicamente al diferente, como aquella horda vecinal descontrolada de Johnny Guitar obsesionada con linchar a la hermosa e independiente Vienna, la mujer liberal que regentaba un salón de juegos al margen del qué dirán, del orden establecido y de los prejuicios irracionales. Hay muchos Espartacos y muchas Viennas en esta España nuestra donde la intolerancia, el racismo y la homofobia han terminado por usurpar las instituciones democráticas. Antes uno entraba en un ayuntamiento o en una diputación, a cumplir con una gestión administrativa, y tenía la sensación de encontrarse en lugar seguro. Hoy es como entrar en un local de la Falange y cualquier día le atiende a uno, en la ventanilla, un señoro con bigote, brazo en alto y planchada camisa azul.
Sin embargo, el pueblo jamás se dejará vencer por quienes pretenden hacerle retornar en el tiempo hasta aquella España enferma, deforme, monstruosa y cruel. Los españoles han vivido cuarenta años en paz y en convivencia y ninguna friqui cursi escandalizada por un simple libro sobre penes será capaz de frenar ya las conquistas sociales alcanzadas. Es cierto que ayuntamientos voxistas como el de Náquera pueden hacer mucho daño a la democracia promulgando infames normativas para retirar la bandera multicolor de los edificios oficiales y prohibiendo las concentraciones de repulsa contra la violencia machista. Es cierto que los Ayuso, Almeida, Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio están a un paso de recluir el Día del Orgullo Gay en el gueto de la Casa de Campo. Pero siempre quedará el pueblo, la gente, las personas decentes y de bien de este país que llevan el gen de la libertad ya inoculado en la sangre. Cuanta más represión, más banderas de colores brotarán en los balcones. Cuanto más odio destilen contra quienes hoy viven con naturalidad su sexualidad gracias a las leyes socialistas, más insumisos con sus siniestros planes fascistas emergerán en todas partes.
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