(Publicado en Diario16 el 9 de junio de 2023)
Feijóo sigue retrasando, e incluso escondiendo, los pactos del PP con la extrema derecha de Vox. No engaña a nadie. Todo el mundo en España sabe que ambos partidos se aliarán allá donde sea necesario para gobernar juntos y que lo demás es postureo o puro teatro de varietés. Los conservadores alemanes de la CDU ya le han advertido al político gallego que formar gobiernos con los ultras es un grave error. Está avisado por los demócratas europeos y por la propia historia. No es la primera vez que un político español coquetea con la derecha más extrema con nefastas consecuencias para el país. Tras las elecciones generales de 1933, Lerroux formó gobierno. Tenía que ser un gabinete centrista, pero se sostuvo gracias al apoyo de la CEDA de Gil Robles, una fuerza patriótica, reaccionaria y ultracatólica. El Vox del momento. Más allá solo estaba la Falange de José Antonio con su constante invocación a la violencia y a romper las urnas para garantizar la unidad de la patria. Fue tan rápida la transformación del moderado Lerroux de anticlerical a católico que pocos daban crédito. Supuestamente iba de centrista, pero paulatinamente fue demostrando que solo le interesaba el poder y que estaba dispuesto a mantenerlo a toda costa, incluso aliándose con lo más reaccionario, atávico y asilvestrado de la política. ¿Les suena de algo, queridos lectores?
Sin duda, por su decisión de abrir la puerta al nuevo nacionalpopulismo de extrema derecha, Feijóo es nuestro Lerroux de hoy. Ayudado por la muleta de la CEDA, aquel presidente que en su día fue acusado de promocionar el estraperlo contribuyó al proceso de demolición de las conquistas sociales alcanzadas por la izquierda durante el primer bienio reformista. Si en su día Lerroux quiso acabar con el azañismo, Feijóo sueña con derogar el sanchismo. Cambian los rostros, los personajes de la historia; la partitura maldita se mantiene y se repite época tras época. ¿Les suena?
Con Lerroux controlando el poder, las escuelas siguieron en manos de la Iglesia, los jesuitas volvieron a sus pizarras y los sacerdotes fueron tratados como funcionarios con una paguita del Estado. Se había consumado la abolición de la ley educativa (¿les suena?). La Ley de Reforma Agraria, que seguía en vigor, dejó de aplicarse. Y se amnistió a los conjurados en el intento de golpe de Estado del 32, entre ellos Sanjurjo. Fue un lento proceso de demolición de las reformas progresistas que el pueblo percibió como un plan para acabar con la Segunda República y reinstaurar la monarquía. Todo ese sentimiento de frustración popular, toda esa sensación colectiva de engaño y de fracaso, condujo a la huelga general revolucionaria, al sangriento levantamiento popular asturiano del 34 (ese que el profesor Tamames señala hoy en el calendario, tan interesada como erróneamente, como la fecha de inicio de la Guerra Civil española) y a la violenta rebelión en Cataluña. ¿Les suena? La única diferencia entre aquel procés de antaño y el de hoy es que Companys no se conformó con ocho segundos de independencia, tal como ha hecho Puigdemont, sino que llegó a proclamar el Estado Catalán dentro de la República Federal Española.
Tras todos aquellos sucesos convulsos, Lerroux fue incluyendo a miembros de la CEDA en su Consejo de Ministros. Metió hasta cinco representantes, entre ellos al conspirador Gil Robles, que fue nombrado ministro de la Guerra. Años antes, durante el debate sobre la cuestión religiosa de cara a la aprobación de la Constitución del 31, Gil Robles había lanzado un discurso inquietante desde la tribuna de las Cortes: “Nosotros entendemos que el proyecto constitucional, tal como viene redactado, es un proyecto de persecución religiosa y, por consiguiente, nosotros en estas condiciones no podemos aceptarlo”. No fueron las palabras de un demócrata que aceptaba la decisión de la mayoría, sino las de un insumiso con la ley, las de un pionero trumpista del siglo XX. ¿Les suena?
Con el bienio radical-cedista, la Segunda República cayó en manos de los elementos más tradicionalistas y conspiradores. El propio Franco llegó a reconocer que “en este período se otorgaron los mandos que un día habían de ser los peones de la cruzada de liberación”. Por si fuera poco, está comprobado que Gil Robles quiso comprarle armas a la Alemania de Hitler. ¿Para qué las quería? Para nada bueno si tenemos en cuenta que Berlín estaba dispuesto a financiar, con una buena suma, la campaña electoral de la CEDA. Ya entonces la extrema derecha española buscaba dinero en el extranjero para sus gastos varios. ¿Les suena?
El ruido de sables y conjuras monárquicas fue constante en aquellos años. Mientras tanto, continuaba la represión: Companys condenado a cadena perpetua por rebelión; Largo Caballero, detenido; Azaña también, aunque finalmente fue puesto en libertad. En las elecciones de febrero del 36, las izquierdas se rearmaron alrededor del Frente Popular. Socialistas, comunistas y anarquistas estaban enfrascados en sus luchas cainitas, pero tuvieron que ponerse de acuerdo para frenar al fascismo. ¿Les suena?
Por mucho que los revisionistas de la derecha contemporánea se empeñen en propalar bulos e infundios, aquellos fueron unos comicios limpios. No hubo pucherazo, no hubo tongo, pero ese mantra se repite hoy también, noventa años después. ¿Les suena? Más de “34.000 guardias civiles y 17.000 guardias de asalto garantizaron el orden”, asegura el historiador Hugh Thomas. Aunque hubo algunos desórdenes, como el asalto a un colegio electoral y el intento de llenar una urna de votos falsos, apenas se registraron irregularidades o incidentes. Según el corresponsal de The Times, Ernest de Caux, la votación fue “generalmente ejemplar”. Ganaron las izquierdas por mayoría, como todo el mundo sabe. Fue una victoria en buena lid que desde el día siguiente fue deslegitimada y manchada por falsos rumores que anticipaban el golpe militar que estaba por llegar. ¿Les suena?
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