(Publicado en Diario16 el 17 de julio de 2023)
España se achicharra con la última ola de calor mientras avanza una campaña electoral que se le está haciendo bola a los españoles. Sánchez, fiel a su espíritu de resiliencia, aún confía en la remontada. Los sondeos diarios demuestran que, hasta el fatídico debate televisado con Feijóo, los socialistas estaban recortando puntos a los populares. Sin embargo, el cara a cara cambió la tendencia. El PP se disparó y a partir de ahí el bloque de la izquierda se desinfló pese a los intentos denodados de Zapatero por movilizar al electorado y la más que digna campaña de Yolanda Díaz. En la recta final antes del 23J, la vicepresidenta del Gobierno ha decidido sacar su rostro más duro y mitinero al acusar al líder popular de mantener contactos con el traficante Marcial Dorado. “Si no tiene nada que ocultar, debería explicitar su relación con un narco y su sobresueldo en el PP”, le dijo ayer. No le pega ese perfil a una mujer que hace del razonamiento, de la lógica aplastante y del dato demoledor los ingredientes básicos de su estilo político. Pero así funciona este negocio. La cita electoral se aproxima y los nervios están a flor de piel.
A menos de siete días para los comicios, las izquierdas parecen reverdecer tímidamente. El problema es que apenas queda tiempo para reaccionar. El pescado parece vendido y en política no hay milagros. Feijóo arramblará con el botín de Ciudadanos, pescará en el caladero de Vox (mucho ultra va a votar PP por aquello del voto útil) e incluso le morderá un trozo de la tarta al PSOE, al que puede quitarle hasta un diez por ciento de electores. Así las cosas, todas las encuestas dan ganador al partido conservador, aunque la mayoría absoluta le queda aún lejos. El álgebra se le resiste al jefe de la oposición, las cuentas no le salen, y todo apunta a que no le quedará otra que mirar a la extrema derecha para formar gobierno. El problema es que el partido de Abascal anda a la baja y ahora mismo es tercera fuerza política, por detrás de Sumar. La campaña de la ultraderecha está siendo feroz, desagradable, agresiva, quizá demasiado. También podría calificarse de torpe, ya que ha terminado por asustar a las clases medias y al voto moderado. En este país, aquel que domina el centro, gana, como en el ajedrez. Siempre fue así y Vox empieza a entender de qué va esta película. Ponerse a censurar libros de Virginia Woolf, a prohibir a Lope de Vega por libertino y licencioso y a meter en el armario al dibujo animado Buzz Lightyear, en medio de una campaña electoral tan sensible, es del género tonto. Pero en Vox no hay asesores con títulos por Harvard, ni finos analistas, solo hooligans, patriotas que estarán dispuestos a darlo todo por España pero que no tienen ni pajolera idea de cómo funcionan las masas, las sociedades modernas, las democracias liberales. Y ese lastre hunde definitivamente al proyecto neofranquista.
El drama para Feijóo es que, por mucho que tire de eslogan ayusista (Que te vote Txapote), por mucha “metralleta de falacias” que ponga en juego y por mucho disco rayado sobre la derogación del sanchismo, la horquilla demoscópica más optimista da al bloque de las derechas 173 escaños. Le faltarían, por tanto, tres apoyos o tres abstenciones. Solo Coalición Canaria y Teruel Existe, con un diputado cada uno, podría dar esa llave decisiva. Con el PNV que no cuente, por mucho que se empeñe la caverna mediática y las antenas radiofónicas, que ya hacen política ficción con un supuesto acercamiento del nacionalismo vasco al PP.
Feijóo no puede vender la piel del oso sencillamente porque no tiene al plantígrado cazado, así que la sombra de la repetición electoral se cierne sobre su cabeza. En medio de ese escenario diabólico, el dirigente gallego se mueve en discursos contradictorios. Tan pronto dice que el Partido Popular va a ganar por mayoría absoluta (no se lo cree ni él) como tiende la mano al PSOE para arreglar unos nuevos Pactos de la Moncloa (incurriendo en otra incongruencia, ya que eso sería tanto como tratar con quienes ellos consideran bilduetarras). Tan pronto pacta con Vox en comunidades autónomas como suelta que el partido de Abascal no sería un buen socio para la gobernabilidad del país, ya que “crearía tensiones”. Incluso, en el colmo de la pirueta retórica, ha llegado a decir que está más en sintonía con el socialista García-Page que con el propio Abascal. Todo es puro postureo. A nadie se le escapa que, llegado el momento, Feijóo se hará un María Guardiola, es decir, se tragará sus palabras y no le temblará el pulso, como no le ha temblado en Valencia, en Extremadura, en Baleares. Pedirá la estilográfica, firmará lo que tenga que firmar y le dará un par de ministerios a los voxistas (quién sabe si también la presidencia del Congreso o del Senado).
Todo ese sudoku electoral está provocando tiranteces en el bloque conservador. En la izquierda las aguas están calmas (Yolanda Díaz ya ha dicho que el próximo gobierno progresista será aún mejor que el saliente), pero en la derecha se avecinan turbulencias y remolinos. Abascal va a fijar un precio muy alto a su futuro apoyo a Génova. Este fin de semana, ha puesto fino al líder del Partido Popular y lo ha retratado casi como un traidor que está deseando pactar con el PSOE bajo manga. “Alberto, ¿cómo puedes amenazar la alternativa [a Sánchez] de esa manera?”. El dirigente ultra jamás se abstendrá en una hipotética investidura si Feijóo no mete a sus peones en el Gobierno.
Mientras tanto, Sánchez trata de levantar cabeza tras su descalabro en el debate de Atresmedia. Ahora ha visto en los medios alternativos, en todo ese mundo de las redes sociales donde se mueve el voto joven, un posible nicho electoral. Su paso por el podcast La pija y la quinqui, que revienta las audiencias digitales, viene a demostrar que este país se está transformando a marchas forzadas.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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