(Publicado en Diario16 el 6 de julio de 2023)
El CIS acaba de publicar la que podría ser última encuesta de Tezanos (Feijóo ya ha dicho que lo largará si llega al poder). Partiendo de la base de que hablamos de un organismo demoscópico que últimamente yerra más que acierta y en el que ya nadie cree, los datos apuntan a que la remontada de la izquierda es posible. Es cierto que el PP cuenta con todos los pronunciamientos favorables para ganar el 23J, pero no es menos verdad que la cifra mágica, la soñada marca de los 176 escaños que da el pasaporte directo para formar gobierno, no la tienen asegurada. Han saltado todas las alarmas en Génova 13, y no solo porque en el mejor de los casos el PP sacaría 140 diputados (lo cual sería un exitazo rotundo), sino porque su futura muleta, Vox, parece hundirse estrepitosamente (cosecharía 29 diputados, lejos de los 52 que ostenta hoy).
Feijóo es consciente de que acaricia la victoria. Otra cosa es que Moncloa le quede más cerca que hace un mes. Aunque parezca mentira, con todo lo que ha llovido, Pedro Sánchez lo tiene mucho más fácil para gobernar. Si el líder socialista rubrica un resultado más o menos normal (entre 115 y 135 representantes al Congreso), Sumar (con su horquilla de 43 a 50 asientos) y los socios minoritarios que habitualmente le han prestado apoyo en esta legislatura, podrían darle la llave para reeditar el Ejecutivo de coalición. No solo hay partido, sino que la izquierda parece concurrir con una ligera ventaja a este juego decisivo.
Por tanto, el escenario ha cambiado notablemente. Tras el 28M, la euforia de las derechas estaba por las nubes, parecía que iban a arrasar en las generales y Feijóo buscaba muebles para mudarse a la Moncloa. Hoy ya nadie, ni en el PP ni en Vox, se atreve a tirar las campanas al vuelo. Y no lo hacen sencillamente porque está en el aire la auténtica clave de estos comicios: qué partido alcanzará la tercera plaza, abriendo la puerta de la victoria. Y ahí parece que Yolanda Díaz está haciendo una precampaña mucho más atractiva y bien diseñada, para los intereses de Sumar, que Abascal para los suyos. Basta comparar la última gran promesa de la vicepresidenta (un cheque de 20.000 euros a los jóvenes de 18 años para que puedan formarse o emprender un negocio o proyecto), con la obscena lona del odio de los voxistas, para concluir quiénes están haciendo las cosas con sensatez y quienes se han tomado la campaña a chacota, chunga o chirigota. Y eso, lógicamente, lo percibe el electorado.
Prueba de todo esto es que Feijóo le está robando votantes, a marchas forzadas, al partido ultra. Y no es que el gallego esté haciendo un trabajo modélico o brillante. Al contrario, la campaña que está protagonizando es bastante desastrosa. Un ejemplo que debería ponerse como caso práctico en todas las facultades de Ciencias Políticas para enseñar a los alumnos lo que no debe hacer un candidato antes de unas elecciones. Ha mentido descaradamente; ha quedado en evidencia con lapsus y errores imperdonables (sobre todo en materia económica); ha dado titulares bochornosos (como esa infame defensa de un maltratador de Vox que tuvo un “mal divorcio”); ha protagonizado vídeos de propaganda cursi propios de un youtuber con poco talento; ha agitado la pelea política con su adversario cuando, sabiendo que tenía de cara el viento de las encuestas hace solo unas semanas, le bastaba con no hacer demasiado ruido y con no romper nada; y lo peor de todo: le ha abierto la puerta de los ayuntamientos y gobiernos regionales al nuevo fascismo posmoderno, generando un clima de tensión y miedo en la opinión pública. Hoy, cuando la mayoría de los españoles tendrían que estar pensando en las vacaciones, dado que todo el pescado parecía vendido, resulta que no pueden pegar ojo sabiendo que Feijóo va a meterles a un mal imitador de Franco en la Vicepresidencia del Gobierno.
Está claro que los pactos PP/Vox en el poder local y autonómico, los llamados bifachitos, han despertado la inquietud de medio país que tenía claro lo de echar a Sánchez y que ahora quizá vote PSOE por aquello del “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”. Al agitar el avispero facha, un gravísimo error de principiante (sobre todo para alguien como Feijóo que pretende ir de moderado), España se ha revuelto, y los fantasmas del pasado –el retorno de la censura cultural, el nacionalcatolicismo, el machismo, la homofobia y el racismo–, han resucitado, de forma que a día de hoy, a poco más de dos semanas para acudir a las urnas, la tendencia es más tirando al espectro rojo que al azul. En Génova han comprendido, por fin, que se estaban pasando de alegres con los pactos con la extrema derecha y han dado la orden a López Miras de frenar en seco el bifachito murciano, que parecía cosa hecha, hasta nuevo aviso.
La mejor muestra de que los pactos de Feijóo con los ultras son tóxicos es que Belén Esteban, la princesa del pueblo y primera dama conservadora de la televisión, ya ha dejado claro que con ella no cuente esta vez el Partido Popular. “A lo mejor este año el voto que siempre he hecho no va a ser”, confiesa la celebrity. No le gusta que coaliguen partidos distintos, reconoce que está “un poco indecisa” y lo peor de todo: da un zasca en toda regla a Vox. “Yo, hay partidos políticos, no voy a decir nombres, pero no estoy nada de acuerdo con ellos”. La Esteban, que no será una experta politóloga pero tiene un olfato natural para detectar las tendencias y corrientes de la opinión pública, es antes que nada amiga de sus amigos. Y no traga con que Abascal pretenda encerrar en el armario, otra vez, a la España no heterosexual, entre ellos a su padre televisivo Jorje Javier Vázquez, al que adora. “Yo tengo muchos amigos, gente muy cercana que son como hermanos, que han luchado mucho por tener unos derechos y yo lo que no voy a hacerles, después de que hayan sufrido tanto, es meter a un partido político a medias con otro para que puedan gobernar y en vez de ir para adelante ir para atrás”. Esta sentencia, que es ley entre un tipo determinado de espectador/votante fiel a la princesa del pueblo, es pura cicuta para Feijóo.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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