(Publicado en Dairio16 el 6 de julio de 2023)
Tras el fiasco electoral del 28M, Pedro Sánchez entendió que uno de sus grandes errores había sido no conceder entrevistas a la prensa conservadora, auténtica máquina de divulgar bulos e infundios sobre el sanchismo. “He evaluado mal la fuerza corrosiva de muchos de estos argumentos que se han ido propagando por estos medios de comunicación”, llegó a confesarle a Jordi Évole. Durante cuatro años, las antenas reaccionarias habían fabricado la imagen de un presidente frívolo que usa el Falcon para ir a comprar tabaco a la esquina, de un hombre maquiavélico capaz de pactar con terroristas para mantenerse en el poder, en definitiva, de un peligroso radical dispuesto a vender España al comunismo podemita. “Basta ya, iré a territorio hostil a explicar que yo no soy así”, dijo a sus asesores. Y así ha sido.
El presidente del Gobierno confeccionó un listado de todos aquellos programas de televisión (de entretenimiento o informativos) con cierto tufillo a caverna reaccionaria que estaba interesado en visitar y comenzó una especie de road movie por los platós de media España para defenderse y lavar su imagen. Ciertamente, no dejaba de ser la misma estrategia que empleó en octubre de 2016 cuando, tras ser descabalgado de la Secretaría General del PSOE en aquel golpe cruento del Comité Federal, subió a su viejo Peugeot y se lanzó a la carretera para recuperar a la militancia en cada rincón del país. Esa capacidad de resistencia, ese espíritu de lucha hasta el último segundo del partido, está en los genes políticos de Sánchez. Si hace siete años se trataba de reconquistar las casas del pueblo, ahora la misión imposible consistía en poner una pica en los platós derechosos desde donde se ha estado propalando el falso mito del sanchismo, que en realidad no es nada, salvo humo y una burbuja de “mentiras, manipulaciones y maldad”, en palabras del propio premier.
De esta manera, Sánchez se plantó ante Carlos Alsina de Onda Cero, quizá el rival de mayor enjundia y talla de todos los que vendrían a continuación. El duelo fue crudo, a cara de perro, pero a Sánchez le bastó con una afirmación para desmontar las mentiras de la derechona: “No hay ministros de Bildu en el Gobierno de España”. Además, informó al incisivo periodista de que ETA no existe, por si no se había enterado aún.
Más tarde, el líder socialista se enfundó el traje blanco de apicultor contra los insectos, con máscara de protección y todo, y se lanzó al cáustico hormiguero de Pablo Motos, en la siempre adversa y complicada cancha de Antena 3, la siguiente estación de su intrépida odisea. Y la experiencia resultó reveladora. Cuando todo el mundo pensaba que las voraces Trancas y Barrancas se merendarían al inquilino de Moncloa, fue completamente al revés. Un Sánchez resolutivo, lúcido y auténtico como nunca (sin duda al ataque, ya liberado de los asfixiantes corsés de sus asesores), se dio un festín con Motos, al que redujo al tamaño de periodista minúsculo por momentos enmudecido, y de postre se zampó una ración doble de himenópteros al punto, como ese chuletón imbatible que a veces se mete entre pecho y espalda. Prueba de que el plan había funcionado es que a la noche siguiente, cuando llegó el turno de Feijóo para sentarse ante las hormigas y se cotejaron las cuotas de pantalla (3.079.000 espectadores siguieron la entrevista con el candidato conservador frente a los 2.922.000 que concitó el progresista, es decir, un 25,9 de la audiencia nocturna por un 22,8), se pudo comprobar que el presidente no estaba muerto, al menos para la mitad del país que quiso escucharle.
Con el examen superado, Sánchez se fue a ver a Ana Rosa Quintana (AR), otra presentadora que cuando oye hablar del sanchismo se le hincha la vena del cuello y le da el telele de la tele. Aunque AR era un hueso mucho más duro de roer que el bueno de Motos y la tensión se pudo cortar con un cuchillo durante toda la entrevista, Sánchez volvió a salir vivo simplemente con una táctica: fue él mismo y dijo la verdad. Una vez más, desmontó uno a uno todos los bulos difundidos durante años por el ejército telemático de bots y trols de Santiago Abascal. La mentira de su obsesión por el Falcon, las injustas acusaciones de filoetarra, los intolerables insultos de okupa, golpista y traidor. La leyenda negra y esa feroz caza al hombre, en fin, instigada desde los despachos de la extrema derecha española. De esta manera, Sánchez entró en el plató de la Quintana como un verdugo y a punto estuvo de salir como un mártir, todo ello mientras a la popular entrevistadora se le hacía bola la charla, no había más que ver su cara desencajada. El momento crítico, que fue un gancho directo a la mandíbula de AR, llegó cuando le soltó: “O hay un gobierno del PSOE o hay uno de Feijóo con Abascal. No hay más preguntas que hacer señoría”. La televisión es apenas un minuto para la historia, y ese lo había ganado, de calle, Pedro Sánchez. Una vez más, el plan había dado resultado, como demuestran las últimas encuestas, que dan posibilidades de que la izquierda pueda reeditar el Gobierno de coalición.
A partir de ahí, ya ningún ring parece resistírsele al púgil socialista y cualquier día lo vemos en duelo dialéctico con el bilioso Federico, con el viperino Herrera o con el mismísimo Diablo. Sánchez ha salido de la burbuja en la que lo habían metido durante todos estos años, anda desatado, y ya se atreve con todo y con todos. Si la estrategia ha sido cosa de él, habrá que descubrirse. Es una jugada de estadista de talla, algo que no vemos en el dubitativo y confuso Feijóo. Por algo el propio Carlos Herrera ha aconsejado al dirigente popular que no dé el partido por ganado y que se prepare bien para un debate más decisivo que nunca. Porque no va a partirse la cara con un muerto, sino con un duro gladiador herido, convencido de su victoria y difícil de tumbar.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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