martes, 22 de agosto de 2023

EL HURACÁN YOLANDA

(Publicado en Diario16 el 20 de julio de 2023)

Yolanda Díaz dio anoche toda una lección de cómo confrontar con la extrema derecha. El repaso de la vicepresidenta a Santiago Abascal durante el debate a cuatro en TVE (que finalmente fue a tres por la espantada de Feijóo El Ausente), pasará a la historia de este país. Díaz casi ejerció de presidenta del Gobierno, bien coordinada con un más entonado Pedro Sánchez, que dejó vía libre a su mano derecha en el Consejo de Ministros para que, como mujer y como profesional de la política, pusiera en su sitio al líder ultra. Y así lo hizo la gallega.

La cadena de zascas y ganchos de izquierda que la ministra descargó contra Abascal fue antológica. Y no lo hizo con insultos, ni menosprecios o arrogancias, sino con datos estadísticos y discursos cargados de potente ideología democrática. Podría decirse que Díaz dio a beber al dirigente ultra una buena poción de purgante o ricino feminista que al dirigente nostálgico acabó por indigestársele. Durante toda la noche, un desdibujado Abascal transmitió la sensación de alumno incompetente frente a la reprimenda de la maestra que le pedía cuentas por sus gamberradas y mediocridades. ¿Dónde estaba el hombretón enrabietado, colérico y guerracivilista de los mítines y actos públicos patrioteros? El miura había quedado reducido a la categoría de gatito con dos pases de pecho bien dados por Díaz.  

El momento culminante de la noche llegó cuando la vicepresidenta, tras exhibir ante las cámaras la infame fotografía de dos diputados de Vox riéndose sin pudor durante la celebración del minuto de silencio por la última mujer asesinada en Valencia, miró al líder voxista y le dijo: “Deje de reírse de nosotras (…) Usted provoca esto con sus discursos (…) Yo no le tengo miedo”. En ese instante, Abascal se limitó a achantar, haciendo como que revolvía sus papeles, y una especie de rubor pareció teñirle el rostro. Siendo sinceros, la mitad del debate el dirigente ultra se lo pasó contra las cuerdas y recibiendo las justificadas regañinas de Díaz. La ministra le acusó de estar dañando a la democracia, a las mujeres, a los trabajadores y a los empresarios. Le afeó su “chiringuito” en tiempos de Aguirre. Y en otro certero touché le recordó su grave metedura de pata en el caso del asesinato de una mujer en la madrileña plaza de Tirso de Molina, un crimen que Abascal imputó al “disparate migratorio” cuando el homicida era un vecino español de San Lorenzo del Escorial. “Pida disculpas por acusar a un migrante de ese asesinato”, le dijo Díaz sosteníendole la mirada. Para entonces, al líder de Vox ya solo le quedaba defenderse a la desesperada y como pollo sin cabeza. “Usted, que representa a la hoz y el martillo del comunismo, ¿viene a darme órdenes a mí?”, repuso. Más allá de eso, pocas propuestas para España y escasos argumentos del caudillo de la extrema derecha ibérica. Volvió a sacar a pasear a Bildu (un truco que ya ha explotado Feijóo hasta la saciedad), soltó unas cuantas barbaridades contra la igualdad de género (ganándose las antipatías de millones de mujeres) y abusó de los excarcelados por la ley del “solo sí es sí”, un asunto por el que el Gobierno ya ha pedido perdón, así que estaba más que amortizado.

En general, el dirigente exaltado demostró que no llevaba preparado el tema, proyectando una imagen de insolvencia que por momentos resultó sonrojante. Pero no solo no supo rebatir los datos de Díaz, sino que ni siquiera fue capaz de sacar ese colmillo retorcido del que suele hacer gala ante las masas. Se le vio timorato al gurú neofranquista, no sabemos si porque se sintió como ese machirulo acomplejado ante la inteligencia superior de una mujer, porque no quiso cometer errores que perjudicaran a Feijóo o porque trató de mostrarse algo menos agresivo y trabucaire para atraerse a todo ese montón de votantes voxistas que a esta hora, ya desenmascaradas las patrañas de la extrema derecha, sopesan darle el voto útil al Partido Popular.

Por lo demás, el debate resultó tan extraño como desolador por la ausencia de Feijóo. Pedro Sánchez estuvo mucho más afinado que en su cara a cara con el jefe de la oposición. Se le vio más tranquilo, menos revolucionado o atropellado, poniendo los puntos sobre las íes cuando había que ponerlos y en plan institucional. Defendió su gestión política sabedor de que la razón está de su parte. “Protegimos a los trabajadores en pandemia, otros hacían caceroladas, pero lo superamos. Llegó la vacuna, colocándonos como líderes mundiales de vacunación pese a los negacionistas. Lo superamos. Y llegó la guerra, la superamos y ellos boicoteando la excepción ibérica”. El presidente estuvo mucho más eficaz, resuelto y fluido, colocando varias frases brillantes. Magnífico ese parlamento sobre lo que nos jugamos el 23J (“el domingo decidimos si queremos que España despierte en 1973 o en 2023”) o ese otro mensaje directo y contundente: “Usted quiere resolver el problema catalán a bofetadas”. Incluso trató a Abascal de ignorante, fanático y suicida por negar el cambio climático, amarrando unos cuantos votos entre los ecologistas y jóvenes preocupados por el futuro de la Tierra: “Me niego a dejar un planeta definitivamente destrozado”, afirmó. La verdad es que ahí lo tenía fácil el presidente: le bastaba con sacar a pasear las “vacas tuberculosas” que el bifachito PP/Vox trata de colocar en el mercado en Castilla y León.

En definitiva, se podrían extraer tres conclusiones. Una, que Díaz gana el debate, aunque está por ver qué efecto pueda tener esa victoria televisiva el próximo domingo (no se descarta que proyecte a Sumar como tercera fuerza política en España por delante de Vox). Dos, el mito del Abascal macho, duro y falangista azote del socialismo se diluye hasta quedar en evidencia en prime time (incluso Feijóo fue más duro en su cara a cara con Sánchez). Y tres, en Génova se arrepienten de no haber enviado al Ausente al debate, ya que quizá podría haberle dado la puntilla definitiva a esa extrema derecha que hasta hoy parecía una seria amenaza y que quizá, visto lo visto, no sea para tanto. 

Viñeta: Igepzio

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