CRIMEA
Mercenarios del partido ucraniano Svoboda, ultra (por no decir declaradamente filonazi y fachón), irrumpieron hace un rato en el despacho del director de la televisión pública de aquel país y trataron de forzar su dimisión con golpes, insultos y graves amenazas de muerte. Al parecer, los chicos no estaban de acuerdo con que el periodista le hubiera dado cancha al majara Putin tras la anexión de Crimea y pretendían que se cortara la cabeza (profesional) él solito. El espeluznante acoso fue grabado por integrantes del mismo comando y debidamente colgado en la televisión de los delincuentes con aspiraciones a Spielberg, o sea en Youtube. En las imágenes se puede ver cómo los matones irrumpen en el despacho, golpean a la víctima, se mofan de ella y le ponen delante un bolígrafo para que firme sin rechistar su finiquito (esto sí que es un finiquito y no el de la Cospe). El periodista se resiste como puede, trata de mantener el tipo, pero poco a poco se va viendo el pánico reflejado en su rostro, la lívida palidez de su cara, el rictus de terror de quien se ve solo y perdido ante una horda de linchadores como hienas dispuestas a todo. Tal ultraje no se lo hubiera merecido ni uno de aquellos directivos de Canal 9 vendidos al campsismo más recalcitrante. Desde que estalló todo este embrollo de Crimea, uno lo ha vivido con cierta distancia, ésa es la verdad (como la mayoría de los españoles, antes de empezar esta película no hubiera sido capaz de ubicar Sebastopol en un mapa mundi). Pero confieso que no he podido dejar de sentir un hondo escalofrío al ver cómo unos mafiosos puestos de vodka al limón ucranio (ahora los modernos dicen ucranio, peste de moda lingüística) tratan de poner de rodillas a un periodista que se limitaba a ejercer su derecho a la libertad de información. Tras este espectáculo deplorable solo se nos puede ocurrir una pregunta inevitable y necesaria: ¿es ésta la Ucrania democrática, avanzada y respetuosa con los derechos humanos que pretende unirse a la civilizada Unión Europea? Podemos pasar por alto que la Merkel haya extendido ya su pangermanismo financiero por toda la vieja Europa; podemos asumir que ese invento del euro solo haya servido para que las grandes familias del Bundesbank se tuesten el trasero en lujosos yates marbellíes mientras dan mucha vara al lumpenproletariat europeo; y podemos incluso tragar con que Bono (el roquero de las gafas todo a cien, no nuestro Pepe Bono, ése otro horterilla con pelo sintético) irrumpa súbitamente en la convención de la derechona europea pidiendo el voto descarado para Rajoy (with or without you, Mariano, le ha faltado decir al dublinesco star pop). Pero permitir el ingreso en la Unión Europea a un país con un partido nazi que logra 37 escaños y que suma y sigue en su fiebre neohitleriana parece el colmo del cinismo político. El problema ya lo avisó Churchill cuando dijo aquello de que en el futuro los fascistas se llamarían a sí mismos antifascistas. Pues ya estamos ahí. A un lado los cosacos putinescos de Putin que se han comido Crimea a la salsa tártara en un ratito de lujuria expansionista y guerra relámpago, lo cual es otro tipo de totalitarismo, no cabe duda. Y al otro la cara desencajada de ese periodista linchado como una rata por el frente ultra de los Cárpatos ucranianos. Crimea no augura nada bueno para esta Europa amañada, senil, decadente. Sin que nos demos cuenta, nos han metido en otra guerra fría, pero en ésta ya no hay telones de acero separando yanquis de bolcheviques, ni sputniks o cohetes volando por ahí, ni un James Bond para fijar la última frontera entre buenos y malos a golpe de martinis y tías en bolas. Ya solo hay un bando con la misma ideología perniciosa que se extiende por doquier: el de los fascistas a calzón quitado que campan a sus anchas, a garrotazo limpio. Y créanme, son aún peores que los ludopatillas que juegan a la tragaperras del botón nuclear.
Imagen: lainformacion.com
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