jueves, 25 de marzo de 2021

GABILONDO

(Publicado en Diario16 el 22 de marzo de 2021)

En su primer vídeo de campaña, Ángel Gabilondo ha asumido su papel de “soso, serio y formal”. No está mal que un político sea consciente de sus cualidades y carencias y las haga suyas ante su electorado. Ya decía Confucio que para conocer las virtudes de un hombre había que observar sus defectos. Otros candidatos se empeñan en dar una imagen de lo que no son y eso es también un fraude al votante. Díaz Ayuso, por ejemplo, va de moderadita y lleva dentro de sí una Pilar Primo de Rivera que cuidado con ella. La misma Rocío Monasterio es una loba con piel de cordero que se ha disfrazado de demócrata constitucionalista, aunque no cuele. Quiere decirse que está bien que Gabilondo se resigne a ser el gran “Sosoman” de la política española. Así nadie se sentirá engañado cuando suba a la tribuna de las Cortes a dar el discurso de investidura y deje a las ovejas patas arriba de aburrimiento.

El don de la simpatía, el magnetismo personal, el carisma, es algo que se tiene o no se tiene. Vinicius, por ejemplo, es un gran jugador de fútbol, pero por desgracia no le mete un gol ni al arco iris. Vamos, que por mucho que el madridismo se empeñe en convertirlo en el nuevo Di Stéfano o un dios de los estadios no tiene el arte ni la pegada de Cristiano Ronaldo a la hora de concretar, como dicen los sesudos analistas futboleros. Algo así le ocurre al cartesiano Gabilondo, que puede recitar de memoria La República de Platón pero es incapaz de contar un chiste con gracia. Él sabe que reírse le cuesta votos, por eso confiesa su condición de sosaina e insulso y sigue fiel a su estilo Cara de Palo Keaton.

Vivimos en un mundo en el que se valora más ser ingenioso, punzante, agudo y divertido que llevar en la cabeza toda la filosofía Occidental. Son los tiempos líquidos que nos ha tocado vivir y que nos han traído otra maldición: la del político cínico y ocurrente, trumpista y faltón, falto de ideales y principios. Y así nos va. Probablemente en un mundo poblado de pequeños Gabilondos todo funcionaría mejor, pero nos reiríamos menos. Díaz Ayuso es una prodigiosa máquina de diversión que sale a chorrada por minuto. Y así es imposible competir. Hasta Groucho Marx perdería elecciones contra una mujer que en estos meses de pandemia se ha estado ganando a los hosteleros con su supuesto arte y salero para darle estopa a Pedro Sánchez. La gente pide rock and roll y Ayuso se lo da.

Hemos llegado a un punto en que al personal le motiva más una bufonada que cinco decretos leyes para levantar la Sanidad Pública. A ese drama nos ha llevado la posmodernidad, que ha terminado por diluir la ideología en favor de la imagen y por convertir la política en un show desacralizado, relativista, frívolo y superficial. Por eso es bueno que el activista e ilustrado Pablo Iglesias vuelva al barro, a la barricada y a la trinchera electoral. Entre una jubilosa Ayuso soltando disparates a todas horas y un Gabilondo explicándonos la ética de Kant, corríamos el riesgo de que nadie se preocupara de la política real, de los desahucios, de los alquileres, de los fondos buitre, del ingreso mínimo vital. Una coleta bien puesta ayuda mucho al carisma cuando uno se tiene que bajar al moro de Vallecas para pedirle el voto a la famélica legión en peligro de ser engatusada por el nuevo franquismo de Santi Abascal. Gabilondo no tiene coleta porque es calvo y ya decía el humorista aquel que los políticos calvos nunca triunfan, o sea que están condenados al papel de deuteragonista o secundario.

Sin embargo, el líder socialista madrileño cree que puede ganar por sí solo y no está dispuesto a ir de la mano del exvicepresidente segundo. “No quiero un clima de confrontación, de extremismo. No quiero eso, sinceramente. Con este Iglesias no”, ha asegurado antes de descartar un pacto para gobernar con Unidas Podemos en la Comunidad de Madrid. Todo lo más, estaría dispuesto a pactar con Más Madrid y con el Ciudadanos en liquidación total de Edmundo Bal, que posee oratoria pero no lo cree nadie.

Lamentablemente para Gabilondo, le guste o no, tendrá que contar con Iglesias si quiere derrotar a las derechas en la batalla decisiva de Madrid. Los sondeos apuntan a que el PP gana con un 38 por ciento de los votos; el PSOE obtiene el 24; Vox y Más Madrid se sitúan en torno al 11; y Podemos sube al 9, mientras Ciudadanos se desploma al 4 por ciento. Es decir, todo anda muy apretado y nadie está para despreciar votos, por muy filósofo digno y estoico que sea uno.

Con todo, Gabilondo es quizá la única carta que le queda a la socialdemoracia antes del advenimiento de la extrema derecha trumpista. Puede que el candidato socialista no sea Tierno Galván, pero sí es una mente brillante y un hombre decente, que es lo mínimo que se debería exigir a un candidato en los tiempos corruptos que corren. Luego, si el electo tiene los ojos de Paul Newman y el torso de Brad Pitt en Troya, mejor que mejor, pero eso no debería ser lo primordial. El número feo es el que más veces suele tocar en la lotería y si los madrileños desean el Gordo en estas elecciones (o sea mejor Sanidad, mejores servicios públicos y más ayudas sociales) la apuesta más fiable es el catedrático sensato y no la muchacha alocadilla que ha convertido la política en un frenopático o ruidoso tablao flamenco donde el vino corre a raudales.

Ciertamente, la chica del PP castizo tiene tirón entre la gente, que le ríe las gracias como a la nueva Lina Morgan del Broadway político madrileño. La imagen y el vodevil no debería ser lo esencial en la vida pública. En el 33 los alemanes se dejaron arrastrar por un señor con mucho carisma y acabaron comiendo ratas y piedras bajo las ruinas. Puede que Gabilondo sea un muermo, pero es lúcido detrás de sus gafas de culo de vaso. Da igual que no sea bonito, ni tenga carisma, ni llegue a su hora a las mociones de censura. Es moderado, tiene sentido común y es un buen hombre. Para guaperas ya está Sánchez. 

Viñeta: Igepzio

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