jueves, 25 de marzo de 2021

LA CIUDAD DE LOS BORRACHOS

(Publicado en Diario16 el 24 de marzo de 2021)

Qué tiempos aquellos en los que los turistas iban a Madrid a visitar el Museo del Prado, el Escorial y la Villa y Corte de los Austrias. Hoy resulta complicado moverse por las callejuelas del casco antiguo o Sol sin que te vomite encima un francés borracho sin camiseta. En medio de la pandemia, Isabel Díaz Ayuso ha decidido convertir la majestuosa capital de España en un hacinado parque temático de la muerte lleno de guiris ávidos por el calimocho, la tajada y la cogorza. El programa ultraliberal del ayusismo consiste precisamente en eso, en un carpe diem veinticuatro horas y en poner en marcha una macabra ruleta rusa del coronavirus. Todo Madrid es ya un oscuro after, una trepidante rave para la fiesta y la diversión, un inmenso Casino de Torrelodones donde el premio gordo es un trancazo mortal regado por un cubata de garrafón.

La vida en Madrid ya no vale nada, quizá lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks, como dijo el gran Sabina. El presidente cántabro, Miguel Ángel Revilla, ha llegado escandalizado de allí: “Madrid va a ser una bomba dentro de quince o veinte días”. Nefasto presagio de un paisano sensato que no suele equivocarse porque siempre dice lo que le dicta su buen saber y entender. Revilla advierte de que en Madrid no se están tomando las medidas necesarias para frenar el virus, de modo que aquello es ya una especie de ciudad sin ley, una Sodoma y Gomorra donde el alcohol corre a raudales, sin control, y los mozallones parisinos, ebrios de tintorro, se pasean como zombis de The Walking Dead. La consigna del PP madrileño es clara y diáfana: ganar un poco de dinero más; hacer caja, la de caudales y la de pino, que los muertos del capitalismo salvaje son daños colaterales inevitables. Ayuso rescata bares, no personas, y cualquier día los hosteleros la proponen al papa de Roma para la canonización como nueva virgen milagrera de la hostelería y hasta cuelgan su retrato de Madonna doliente en la Casa del Jamón.

Como no podía ser de otra manera, el alcalde Martínez Almeida está con la presidenta y pide que no se caiga en la madrileñofobia, lo cual es difícil teniendo en cuenta que Madrid es la única comunidad autónoma que se salta las normas estatales en una especie de insumisión sanitaria, nuevo procés o independencia castiza. Si a finales de año se trataba de salvar la Navidad, ahora toca rescatar la Semana Santa. Madrid bien vale una misa con otros diez mil muertos. Podrá llegar una cuarta ola, una quinta, un tsunami entero de contagios, que la economía no se va ir al garete. Aquí ni un solo bar se cierra porque la tasca es el nuevo Alcázar del falangismo madrileño y hay que dar la vida por él, defenderlo con uñas y dientes del comunista Iglesias. Así es el Madrid de los felices años veinte que se ha inventado IDA, una mujer que encaja como un guante en este déjà vu fascista que se nos viene encima y hasta se peina y viste al viejo estilo Charlestón de entreguerras.

En el Madrid de la pandemia no se podrá ir de Pinto a Valdemoro por el confinamiento perimetral, pero los aviones llegan a Barajas rebosantes de peregrinos pálidos y suicidas dispuestos a broncearse en el cementerio madrileño y a dejarse la vida por una última curda en las terrazas de Malasaña. Las masas europeas son atraídas por el reclamo del piso turístico, el botellón furtivo y el impune nudismo urbanita, que al gabacho se le permite todo, hasta ir descalzo por la calle y quedarse en pelota picada junto al lago del Retiro lleno de peces muertos. Al visitante francés, inglés o alemán, señoritos de la Europa opulenta y xenófoba al borde de la extinción, el Madrid de IDA le da licencia para casi todo con tal de que se dejen una migajas de su parné en nuestros mesones decadentes. Para ellos no hay toque de queda, pueden molestar al vecindario hasta aburrir, llenar de vómito las plazas y orinar en los portales. Barra libre, viva la libertad.

Madrid es la gran taberna de Europa, el Magaluf de la Meseta, solo que con el escenario de la yerma ribera del Manzanares en lugar de las doradas playas del Mediterráneo. La lideresa castiza se ha entregado descaradamente al lobby hostelero de tapas y cañas de Plaza Mayor, gran semillero de votos populista que le va a dar la victoria el 4 de mayo. Aquí se viene a lo que se viene, a mamarse, a ponerse bolinga, a cogerse la moña y el cuelgue del siglo postrero de la humanidad. Ya no importa si el turista tiene inquietudes culturales y quiere ver Las Meninas o el Santiago Bernabéu. Ya da igual si recala lo peor de cada casa de los Pirineos para arriba o si Boris Johnson o la Merkel nos envían a sus bárbaros sin mascarilla que van propagando el aliento pestífero y mortal por todo el continente. Se trata de seguir tirando con lo que mejor sabemos hacer, ese negocio tan fenicio y español del sablazo al guiri, gran industria nacional hoy en las últimas.

Madrid ha puesto el cartel de todo a cien. Madrid vende turismo barato y oxígeno envenenado de gotículas letales. Madrid como gran paraíso del negacionista, del cabeza rapada y del xenófobo antisistema que viene a matar pobres españoles con su esputo de variante británica. IDA les da lo que quieren, una eutanasia dulce con tapeo, el último colocón, el excitante placer nihilista de entrar en una taberna y llevarse para París un spanish souvenir: la muñeca vestida de gitana, unos sabrosos torreznos y un sifilazo en forma de neumonía. De Madrid al cielo, eso sí, pasando primero por el Zendal, dejando una buena propina y subiendo una bonita foto a Instagram

Viñeta: Pedro Parrilla

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