jueves, 25 de marzo de 2021

LA UNIDAD DE LA IZQUIERDA

 (Publicado en Diario16 el 23 de marzo de 2021)

Sin unidad fáctica, la izquierda no tiene ni una sola posibilidad de triunfo en Madrid. De hecho, ni siquiera un hipotético pacto de gobernabilidad que agrupe a PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos garantizaría, hoy por hoy, el desalojo del poder de Isabel Díaz Ayuso. La suma sigue sin dar. Sin embargo, pese a que la victoria pasa por un bloque rojo, los socialistas pretenden desmarcarse de Unidas Podemos a la caza y captura del huérfano voto centrista que deja un Ciudadanos abierto en canal y en imparable descomposición.

Fieles a la máxima de que el poder siempre se gana por el centro con la captura del voto moderado, Pedro Sánchez y Pablo Casado se han lanzado a la búsqueda de la carroña del cadáver naranja. De ahí que ambos hayan fijado una estrategia similar de cara a los comicios madrileños. Se trata de jugar al atrapalotodo del moribundo granero centrista, pero sin ofender demasiado al posible socio radical indispensable a la hora de formar un Gobierno: para los socialistas, Unidas Podemos por la izquierda; para los populares, Vox por la derecha.

No obstante, el candidato socialista, Ángel Gabilondo, se ha pasado de frenada en su desmarque de la formación morada al colocarle un innecesario cordón sanitario a Iglesias para no asustar demasiado al votante náufrago del barco hundido por Inés Arrimadas. El hombre, encerrado como está en sus pensamientos como buen filósofo que es, aún no se ha enterado de que el bipartidismo ha pasado a la historia. Decir a estas alturas que no dormiría tranquilo con “este Pablo Iglesias” en el Ejecutivo regional es volver a cometer los mismos errores del pasado. La experiencia nos enseña que los cordones sanitarios los carga el diablo, y si no que se lo pregunten a Albert Rivera, que de tanto apretar el cordón a Sánchez acabó por estrangularse él mismo.

Por tanto, se impone la negociación, el pacto electoral, el diálogo con otras fuerzas amigas. Lo lógico sería que el eminente catedrático tratara de convencer al electorado templado de que él es la apuesta más segura –el sosiego y la sosería, el aguachirle ideológico y la mesura o sentido común muy lejos de aventuras polarizantes o extremistas–, pero sin darle el portazo a Iglesias, con el que más tarde o más temprano tendrá que sentarse, entenderse y pactar llegado el caso de formar un gobierno de izquierdas.

En su obsesivo intento por reencarnar el papel de nuevo Adolfo Suárez de la política madrileña para aglutinar el espectro de centro, Gabilondo está cometiendo el error fatal de olvidarse del ala izquierda del PSOE, corriendo el riesgo de una fuga de votos a Podemos por ese flanco fundamental. Se desconoce si la táctica se la traza Sánchez asesorado por su consejero, el spin doctor Iván Redondo, o cuenta con autonomía suficiente para tomar decisiones, pero lo cierto es que el plan no es sólido, no convence y presenta graves fisuras que no hacen sino dar ventaja, una vez más, a Díaz Ayuso.

Con una IDA disparada en las encuestas, llevada en volandas por los hosteleros (ha convertido Madrid en una ciudad de turismo de borrachera) y ungida como gran símbolo del reagrupamiento de las derechas o nueva CEDA que puede generar un efervescente efecto euforia, el diagnóstico acertado lo hace Pablo Iglesias: “Yo no voy a tener ni una palabra mala con ninguna de las candidaturas progresistas (…) Cuando la gente de izquierdas nos ve discutiendo, peleando entre nosotros, se desmoviliza, y creo que eso tenemos que evitarlo”. Lección aprendida.

Es cierto que los 26 escaños abandonados de Ciudadanos son un plato goloso para alguien como Gabilondo que siente alergia a la izquierda real, potente, renovadora, pero por afinidad conservadora ese botín naranja lo más probable es que termine en los caladeros del PP y que solo la minoría progre del partido fundado por Albert Rivera transmigre finalmente al PSOE. Una pírrica victoria. Ayuso, con su habitual gracejo sin gracia, ya le está afeando al profesor que se haya pasado al Partido Popular por urgencias demoscópicas, lo cual no es bueno para la imagen de los socialistas. Por tanto, la clave está, una vez más, en fortalecer la unidad de la izquierda.

El gran riesgo es que el votante progresista desencantado con la experiencia del Gobierno de coalición se quede en su casa el día de las elecciones, disparándose la abstención. En ese caso, Ayuso ganará por aplastamiento. Por consiguiente, Gabilondo no debería ponerse exquisito con los comunistas ni jugar a ser esa folclórica que da la patada del desprecio al líder de la coleta o moño porque no está en disposición de perder ni un solo voto. Desde ese punto de vista, haría bien Gabilondo en seguir manteniéndose fiel a su rol de soso y discreto y no ir por ahí rompiendo posibles y necesarias alianzas antes de tiempo. Para ser un peligroso extremista como dicen, Iglesias ha demostrado en este lance mucha más moderación que el eminente candidato socialista al avisar de que no piensa entrar en la refriega y el fango con un enemigo equivocado, ya que el objetivo no es enemistarse con el PSOE, sino vencer a la extrema derecha emergente.

Por el camino errático que ha elegido, Gabilondo se va a pasar la campaña electoral rezando para que el Ciudadanos de Edmundo Bal supere el fatídico corte mínimo del 5 por ciento de los votos que según la ley electoral da derecho a representación parlamentaria, ya que de lo contrario Ayuso arrasará y ganará de calle. Es cierto que todos estos cálculos matemáticos al bueno del catedrático Gabilondo le importan más bien poco, ya que él está en la metafísica, en la teoría de las ideas platónicas y en la ética de Kant que no conecta con la gente. Su fórmula para ganar Madrid (pactar con Ciudadanos y Más Madrid, aislando al radical Iglesias) no es más que un dislate y una ensoñación filosófica que puede acabar en fiasco y con Rocío Monasterio colocándole el pin parental en la sopala a los escolares. Y todo por darle la espalda, absurdamente, al hermano necesario de la izquierda.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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