(Publicado en Diario16 el 5 de marzo de 2021)
Apellidarse Franco y desempeñar el cargo de delegado del Gobierno en Madrid no debe ser nada fácil. A las chuflas de los guasones de turno que no paran de hacer chascarrillos con el apellidito se unen las dificultades y sinsabores del puesto, considerado en ciertos sectores de la izquierda troska como el mamporrero oficial y antipático de Moncloa. Cuando es preciso prohibir una manifestación, ahí está Franco para dictar el bando correspondiente; cuando hay que decretar un toque de queda o restricciones a la libertad de movimientos por el coronavirus, que lo haga Franco; y cuando urge enviar a los antidisturbios a alguna movida anarquista, no hay problema, Franco se pone el casco, coge la porra y a dirigir las lecheras. Franco está para todo lo que tenga que ver con asuntos espinosos en una democracia, como mantener el orden público, un concepto ya de por sí algo franquista.
No es un negociado cómodo el que desempeña el tocayo de apellido del dictador. Desde que accedió a su despacho en 2020 todo han sido problemas, complicaciones, marrones. Incluso quisieron implicarlo en uno de los montajes de la extrema derecha, empeñada en colgarle el sambenito de gran supercontagiador de la pandemia. Fue así como la magistrada del Juzgado de Instrucción número 51 de Madrid, Carmen Rodríguez-Medel, llegó a imputar a José Manuel Franco por un presunto delito de prevaricación al haber permitido la polémica manifestación feminista del 8 de marzo de 2020 en Madrid, cuando estábamos ya en vísperas de la pesadilla. PP y Vox urdieron una historia sin datos ni pies ni cabeza que consistió en tratar de convencer a la opinión pública de que si el covid se había propagado con fuerza por toda España era precisamente porque Franco autorizó el acto a las “mujeres contagiosas”.
Aquello fue una causa general e injusta contra el feminismo, ya que ningún informe científico fue capaz de probar una relación de causa efecto, tal como demuestra el hecho de que la propia magistrada, tras practicar las pertinentes diligencias, sobreseyó la causa ante la falta de evidencias de la comisión de delito. Finalmente, el auto concluyó que ninguna autoridad sanitaria dio indicaciones al delegado del Gobierno para limitar las concentraciones públicas. Sin embargo, Franco quedó marcado para siempre tras la caza de brujas voxista.
Hoy el mismo hombre ha tenido que adoptar la decisión a la inversa: desautorizar la próxima manifestación por el Día de la Mujer, un 8M que también viene marcado por el coronavirus. “Se ha tomado la decisión firme de prohibir, por motivos de salud pública, todas las manifestaciones y concentraciones convocadas, en un momento en el que la Comunidad de Madrid sigue siendo uno de los territorios de España con mayor índice de contagios, así como de personas hospitalizadas, por encima de la media nacional”, ha asegurado la Delegación del Gobierno. Ya se ha dicho que en este país todo lo que tenga que ver con el verbo prohibir trae reminiscencias del pasado, del Régimen Anterior, de modo que era difícil que el hombre pudiera escapar a los epítetos de rancio, machista y facha.
Sin embargo, si analizamos la situación fríamente y sin dejarnos llevar por la ideología, caeremos en la cuenta de que si en el 8M de 2020 Franco no pudo prohibir la manifestación feminista porque nada hacía indicar que la epidemia se estaba propagando como la peste por España, paradójicamente en esta ocasión no ha podido autorizarla, ya que todos los informes epidemiológicos advierten de que de celebrarse la marcha morada el riesgo de expansión del virus volverá a ser exponencial. Es decir, hace un año el funcionario de Sánchez fue defenestrado por la derecha y hoy es despellejado por la izquierda (algunos de Vox incluso habrán brindado con champán al grito de Viva Franco, Arriba España tras conocer que la manifa feminista ha sido aplazada).
Con la lógica y la ciencia en la mano, ¿qué otra cosa podía hacer el delegado del Gobierno sino cancelar una manifestación que hubiese aglutinado a decenas de miles de personas en una gran charca vírica? No cabe duda de que Franco ha actuado con coherencia científica y política, pero el problema no es ese. Las contradicciones llegan porque, durante la pandemia, Madrid se ha convertido en escenario de manifestaciones de todo tipo y miles de ciudadanos se han echado a la calle para protestar y pedir por sus cosas. Así, ha habido concentraciones de negacionistas, de ultrapatrióticos falangistas, de cayetanos y borjamaris, de hosteleros, de personal sanitario (esta ha sido la reivindicación más justa y legítima), de futboleros celebrando sus triunfos, de defensores de los animales, de taurinos y antitaurinos, de taxistas maltratados, de los policías de Jusapol pidiendo subidas de sueldo, de indepes y de fans del rapero Hasél que han terminado dándose al turismo vandálico de los anarcos italianos.
Todo quisqui y todo dios se ha manifestado cuando ha querido en los peores días de la epidemia, sin que haya importado si las aglomeraciones del personal ayudaban a propagar el bicho. Especialmente indignantes han sido las concentraciones de los terraplanistas que niegan el virus o las ruidosas carreras de coches de Vox, que además disparaban la contaminación en la ciudad (con más razón habría que haberlas suspendido). Pese a que el país vivía momentos críticos, el delegado del Gobierno no se puso tan exquisito y prohibitivo entonces y por eso ahora Podemos le afea, le echa en cara y le arrea con saña, como si este Franco fuese la misma demoníaca reencarnación del otro. Quizá las críticas sean exageradas (ya hemos dicho que la abstinencia del 8M de este año viene con receta médica e informes de expertos) pero es lo que tienen este tipo de cargos: que o tratas a todos los ciudadanos por igual o te acaban etiquetando como el polizonte chusquero del poder. A este Franco lo tienen fichado los unos y los otros.
Viñeta: Igepzio
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