(Publicado en Diario16 el 17 de marzo de 2021)
Hasta hoy, al diputado Carmelo Romero lo conocían en su pueblo y poco más. A partir de esta mañana pasará a la historia de la infamia tras protagonizar una de las páginas más humillantes de nuestro parlamentarismo patrio. Su invitación a Íñigo Errejón para que se vaya al médico, en tono despectivo y faltón y tomándolo poco menos que por loco, es un insulto a millones de personas que sufren trastornos psicológicos en este país. Es cierto que el diputado del PP por Huelva y alcalde de Palos de la Frontera se ha disculpado por su improperio contra el portavoz de Más País, una injuria que en realidad era una burla contra miles de españoles que padecen los estragos de males terribles de nuestro tiempo como la depresión o la ansiedad. Sin embargo, la petición de perdón se antoja insuficiente. Romero se excusa, primero, porque lo han pillado, y después porque se lo ha exigido su grupo parlamentario (algunos diputados populares han llegado a aplaudir la intervención de Errejón tras el insulto, algo inédito en los tiempos que corren, en los que al rival político no se le concede ni agua).
¿Es consciente del mal que ha hecho Romero esta mañana en el Parlamento nacional? Probablemente no. Miles de españoles con trastornos nerviosos que asistían por televisión a la triste sesión de control al Gobierno se habrán sentido despreciados y tratados como bichos raros por un hombre, el tal Romero, que ya ha dado muestras sobradas de su catadura moral en anteriores ocasiones. Episodios polémicos como acusaciones por ocultar información a la oposición, elogios a Franco en su cuenta de Twitter y la creación de la denigrante figura de la “Señora Covid”, un puesto para las mujeres que realizan “labores de limpieza y desinfección” durante la jornada escolar, jalonan su fama y reputación de hombre nostálgico de los de antes.
“Pido disculpas al señor Errejón por el comentario que he realizado en la sesión de control al Gobierno. Ha sido una frase desafortunada”, tuitea Romero, que alega en su descargo que “en ningún momento” su intención fue referirse “ni a los enfermos ni a las familias de las personas con enfermedad mental”, a quienes reconoce su dolor y a los que dice que siempre ha intentado ayudar desde sus responsabilidades políticas, “como es reconocido por las distintas asociaciones de Huelva”.
Las excusas del señor Romero suenan huecas, vacías, no solo porque la intervención de Errejón fue acogida con alguna que otra sonrisilla por lo bajini de los miembros de la bancada que ocupa (lo que demuestra el escaso interés que suscita en el PP el problema de las enfermedades mentales), sino porque llueve sobre mojado y porque se sabe quién es el diputado en cuestión y sus simpatías por los tiempos pasados, cuando la enfermedad mental se consideraba cosa de delincuentes marginales, rojos ateos y brujas a las que se les había metido el demonio en el cuerpo.
Esta vez Romero se ha quedado solo en su insulto y en su deshumanizada concepción de la vida. Hasta Andreíta Levy, una de las duras del partido, le ha afeado su conducta al publicar un tuit en el que constata que “ir al médico” no es “ni un insulto, ni un ataque, ni es algo con lo que ridiculizar a nadie, por mucha distancia ideológica que se tenga con Errejón. Al igual que la salud mental es algo esencial para todos, la deshumanización del político pervierte nuestra salud democrática”, sentencia la voz posmoderna del PP.
Es evidente que Romero, pese a su petición de disculpas, simboliza lo más indigno de nuestra política. A las Cortes debería llegar lo más egregio y brillante de nuestra sociedad pero ahora caemos en la cuenta de que es justamente al revés: allí recala lo peor de cada casa, gente sin sentimientos, seres crueles y despiadados. Nuestro sagrado templo de la democracia no es precisamente el Olimpo de las cabezas más nobles y admirables, sino un frenopático donde algunos vuelcan sobre los demás sus propios trastornos compulsivos, filias, fobias, diarreas mentales, odio patológico y bilis extrema.
Hace tiempo que la política española se ha degradado hasta el nivel de establo maloliente. Es el macabro plan de la extrema derecha para corromper las instituciones democráticas en el que parece que ya han caído algunos como Romero y otros miembros del PP, bien por seducción, por hechizo o por afinidad con las ideas franquistas que va propalando Santi Abascal. “No sabéis las cosas que tenemos que escuchar cada día en las Cortes. Unas veces las recogen las cámaras de televisión, otras no”, dice el cronista de Política de El País Carlos Cué. Visto lo visto, más que luz y taquígrafos, lo que necesita nuestro Parlamento con urgencia es lejía, desinfectante y jabón, mucho jabón.
Han reducido el Congreso de los Diputados a la categoría de taberna de dipsómanos y desalmados, de catetos y gañanes, de canallas y rufianes, y no lo decimos por el joven diputado de Esquerra, látigo de las derechas, que es de lo más potable del hemiciclo. El incisivo Gabriel Rufián apunta en un tuit que lo que ha pasado hoy en el Congreso “lo hacen cada semana y sobre todo contra mujeres. Auténticas salvajadas que aquí todo el mundo sabe”. El diputado catalán es de los que creen que Romero pide perdón pero no lo siente de verdad, es decir, se disculpa porque lo han cazado sin que exista “un auténtico arrepentimiento desde la bancada popular”.
Cuarenta años de democracia, cuarenta años de dura lucha y esfuerzo por conseguir un país civilizado, educado, culto y tolerante para terminar en el gañido cruel y bestial de un lugareño de Palos de la Frontera con demasiadas ganas de repartir palos. Si hay alguien que necesita un médico aquí, ese es el tal Romero. Y que le den también un Valium 5 a ver si se calma. Porque está de atar.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario