(Publicado en Diario16 el 25 de marzo de 2021)
Toni Cantó dio el salto a la fama con 7 vidas, aquella serie televisiva en la que interpretaba a un joven que despertaba tras dieciocho años en coma. Algo después, al hombre se le removió la conciencia social y decidió probarse en política, donde va camino de hacer realidad la historia del personaje de ficción que se desdoblaba de una existencia a otra sin solución de continuidad. Todavía no ha llegado a las siete vidas, pero ya ha quemado cuatro (Vecinos por Torrelodones, Unión Progreso y Democracia, Ciudadanos y el Partido Popular). Y lo que te rondaré morena. A este paso Cantó termina en Vox, o en el Partido Comunista con Verstrynge, qué más da con tal de seguir haciendo bolos en los ruedos ibéricos y chupando de la ubre del Estado.
Está visto que Toni Cantó tiene más vidas que un gato. El último escenario al que se ha subido el polémico actor/político es el tablao madrileño de Isabel Díaz Ayuso, un sainetillo en su momento más álgido antes de las elecciones autonómicas. Sin duda, la jugada estaba cocinada desde hace meses, pero el ínclito diputado ha aprovechado la demolición de Ciudadanos y la loca moción de censura de Murcia como excusa perfecta para volar a tierras más cálidas. Cantó es una cigüeña solitaria que siempre acaba poniendo el nido y el huevo en latitudes templadas, ya sea junto a la veleta naranja o la gaviota depredadora. Lo dijo Machado: en el campo de la acción política solo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire. Y en eso está el comediante Antonio Cantó García del Moral.
Ahora que Ciudadanos se ha disuelto como el azucarillo de la derecha, el gran histrión de la política nacional le ha dicho a sus moribundos compañeros naranjas eso tan español de “esta es la mía, ahí os quedáis”, y ha buscado cálido refugio entre cómicos, candilejas y demás farándula de Díaz Ayuso. Ya se sabe que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija, y el tronco seco de Arrimadas ya no daba para más. Poco importa si el bueno de Toni está empadronado aquí o allá, en Valencia, en Madrid o en Torrelodones, ciudad de casinos y vicios. Ya le harán un hueco, que la ley electoral de este país es flexible con los cuneros y paracaidistas. Si el mundo es un teatro con un reparto deplorable, como decía Oscar Wilde, la política española es una tragicomedia repleta de actores mediocres.
Curiosamente, el ciudadano Cantó se ha pasado los últimos años dándonos la brasa a los españoles con la corrupción, el enchufismo, el capitalismo de amiguetes y la degeneración del PP. Él iba de digno e independiente, pero a la hora de la verdad nada de eso ha sido problema o impedimento para transfugar sin pudor a la sórdida mansión de la gran “Famiglia” genovesa. Cantó no solo tiene siete vidas políticas, también tiene siete chaquetas, una para cada día de la semana y para cada partido que pisa, así que por ahí no hay problema.
En estos días de pandemias y zozobras, la estrella del transfuguismo nacional firma su mejor interpretación que quedará sin duda para la posteridad: la historia del travesti político, el moderado que lleva dentro un ultra, o el ultra que se viste de moderado, quién sabe, en todo caso un tema fundamental en la España de hoy. Cualquier día se nos lo lleva Almodóvar para rodar una de sus películas sobre personajes ambiguos, o a hacer las Américas, como al Banderas, y lo perdemos para siempre. A Cantó lo metes en Hollywood y termina fichando por Biden y Trump al mismo tiempo, ya que él siempre juega a caballo ganador.
Obviamente, estamos ante el símbolo perfecto de la decadente posmodernidad y los tiempos líquidos que vivimos donde todo vale, donde todo se compra y todo se vende, donde todo es puro teatro. Sociedad de consumo, política de consumo. El muchacho larga un discurso huero y vacío sobre la democracia y la regeneración política y acto seguido hace mutis por el foro, por detrás del escenario, para pirarse con la maleta a otra compañía que paga mejor. El señor de la escena tiene un amplio repertorio de personajes, que va sacando del guardarropía de su camerino, y con los que va jugando magistralmente, tal es el arte de este falso Ciudadano Kane que engatusa al respetable con sus interpretaciones antológicas.
Cantó es como aquel célebre comercial de La muerte de un viajante de Arthur Miller que perseguía su sueño americano de fama y éxito sin contar con las ideas, los valores o los principios morales. Es así, aferrado al doble discurso y a su doble personalidad, como ha sobrevivido todo este tiempo. Hoy te vende una escoba y mañana una aspiradora o el programa del centro moderado o el manual de instrucciones de la derecha o el folleto utópico de la socialdemocracia. Tal como él entiende la política, se trata de alargar la función una temporada más, de seguir viviendo del cuento y la ficción, de colocar el producto para hacer caja. La cosa es que el carrusel no se detenga nunca, que el espectáculo no pare jamás, show must go on, que decía aquel. Todo por el teatro.
Se desconoce si el muchacho aprendió el oficio de la farsa en el Actors Studio, con el famoso método Stanislavski, o es más bien autodidacta y lo interiorizó todo improvisando en la gran cantera de la tele que ha dejado una escuela española de actores impagables. En todo caso, ahora su Lee Strasberg será José Mari Aznar, que ayer completó una de sus más memorables actuaciones en el Liceo de la Audiencia Nacional como gran Fantomas de la política española. Estremecía y daba miedo ver cómo el enmascarado testigo declaraba ante sus señorías que no sabía nada de la caja B de su partido, ni de los sobresueldos, ni de los famosos “sobres marrones” que corrían a raudales y sin control, junto al champán, por Génova 13.
A partir de ahora Aznar será el nuevo referente interpretativo de Cantó, su Pigmalión particular, tanto político como teatral. Bajo la batuta de Ayuso, seguro que no le cuesta adaptarse al libreto o guion. Tiene anchas espaldas, grandes tragaderas y una piel camaleónica preparada para eso y para mucho más. De momento, sus compañeros de las Corts Valencianas, que lo conocen bien, ya lo han propuesto para el Goya de este año por su interpretación más brillante: la del político supuestamente independiente que venía a regenerarlo todo y que ha vendido su alma al diablo, como Fausto. Dios, qué pedazo de actor.
Viñeta: Igepzio
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