(Publicado en Diario16 el 1 de marzo de 2021)
A este paso el rey emérito se va a pasar más tiempo buscando facturas que en los lujosos jacuzzis y termas de Abu Dabi. Debe ser un fastidio vivir en el mundo de las mil y una noches, de las delicias orientales y los oasis ardientes con todos los placeres a tiro, y tener que andar preocupado cada día por la matraca del dinero, los titulares de prensa, los tediosos inspectores de Hacienda que no le dejan en paz a uno y los malditos recibos y extractos bancarios que no aparecen por ningún lado después de cuarenta años de safaris, viajes y correrías. Un rey es un rey, qué narices, dónde se ha visto que tenga que andar con la carpeta debajo del brazo y dando explicaciones a todos sobre sus cuentas como un vulgar contable de Génova 13.
El lío de pasta que se lleva entre manos el emérito es de infarto y a nadie en su sano juicio le gustaría estar en el pellejo de sus asesores fiscales, que estos días deben andar de cabeza buscando papeles para arreglar el desaguisado. Poner en orden el patrimonio del rey emérito, legalizar semejante emporio negro, se antoja una misión más complicada que salvar el anillo de Frodo Bolsón. Para bolsón el dineral que lleva acumulado Don Juan Carlos en cuatro décadas de feliz reinado. Según publicaciones como Forbes o el New York Times, sus cuentas y bienes amasados ascienden a más de 2.000 millones de euros, céntimo arriba céntimo abajo. Limpiar de polvo y paja todo ese pastizal, depurarlo y “regularizarlo” –por utilizar la jerga del fisco que no deja ser un maravilloso eufemismo del hurto y el robo institucionalizado–, es una tarea compleja, mucho más que la que tiene por delante Pablo Casado para purgar las manzanas podridas del PP.
A fecha de hoy, la mayoría de los expertos en Derecho Tributario creen que las dos regularizaciones fiscales que hasta ahora ha presentado Juan Carlos I por importe de más de 5 millones de euros no serán suficientes para que el monarca pueda ponerse al día con la Agencia Tributaria. De modo que habrá más impresos por rellenar, más billetes que saldrán como setas de debajo de las piedras, más muestras de fingido arrepentimiento contable. Una declaración de Hacienda es como una confesión de los pecados, solo que ante el Dios Estado. Y en lugar de dos padrenuestros y cuatro avemarías, al rico poderoso le ponen una complementaria como sanción que ni le duele ni le hace cosquillas porque es una migaja al lado de todo lo que tiene a buen recaudo.
La prensa de la caverna, que es la que mantiene hilo directo con el patriarca de la Transición, cuenta hoy que el emérito piensa volver pronto a España. Tan pronto como las regatas de las Rías Gallegas que se celebran el próximo mes de marzo. Para ello completará un periplo a la inversa del que hizo hace unos meses, cuando decidió perderse en el desierto de la historia. Abu Dabi-Oporto-Pontevedra, esa parece ser la ruta aérea de vuelta que tomará el monarca. En tierras pontevedresas conserva buenos amigos de francachelas que seguro le darán techo y percebes en abundancia, pero cada vez hay menos acólitos en la Corte de los Gallegos, ya no queda casi nadie de los de antes y los que hay han cambiado, como decían los Celtas Cortos. Los mariocondes, edecanes y correveidiles se esfuman a marchas forzadas ahora que el ex jefe del Estado está tieso, en apuros financieros, navegando a dos velas contra viento republicano y mareas podemitas. Ya hasta Aznar, en una entrevista en lo de Évole, ha dejado claro que se baja del Bribón juancarlista: “Si el que representa a la institución no cree en ella, ¿por qué van a creer los demás?”.
Antaño, el rey pedía un flamante yate y se lo dejaban amarrado al día siguiente, envuelto en un lazo rojo, a la puerta de Zarzuela. Hoy los fieles amigos del mundo del dinero se han largado, ya no tragan con las donaciones altruistas al monarca, le dan un préstamo a bajo interés y gracias. De ahí que Juan Carlos esté encontrando serios problemas para reunir los 4 millones de la segunda regularización. El emérito tiene su tesoro en paraísos fiscales y cuevas de bucaneros, según cuenta la prensa anglosajona y luterana, pero no puede tocarlo sin que le echen el guante los de Hacienda. Amarga fortuna, tenerla tan cerca y no poder catarla.
Por mucho que el monarca pretenda arreglar los papeles con el fisco antes de regresar a España, Zarzuela y Moncloa no parecen por la labor. El emérito ha pedido que al menos le dejen cuatro días para recoger sus cosas de palacio y volver con sus hermanos, los jeques del desierto. Juan Carlos ya es como un divorciado que anda de piso en piso con los amigos después de que la mujer, en este caso España, lo haya echado de casa. La imagen para la Casa Real es penosa. A Felipe VI le interesa un padre alejado e invisible, mientras que Pedro Sánchez no quiere saber nada del asunto, no vaya a ser que en una de estas Pablo Iglesias le reviente el Gobierno de coalición.
Así las cosas, lo tiene difícil el patriarca de la Transición para lograr su ansiado retorno, por mucho que Raúl del Pozo diga que anda fuerte como un oso y buscando “novia, trabajo y piso” en Madrid. Está visto que todo le ha salido mal al rey emérito. Su proyecto era abdicar, divorciarse de Sofía, pasar por vicaría con Corinna y a vivir de los ahorrillos, que son dos días. El destino cruel no perdona ni a los reyes. Al final, el puente dorado hacia la jubilación se ha frustrado a medio construir, los planes se han hundido y a Juan Carlos ya solo le queda una regata aburrida en Sanxenxo y un par de mariscadas con los cuatro aduladores y palmeros que todavía no lo han dejado tirado.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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