(Publicado en Diario16 el 17 de marzo de 2021)
Y en medio del ruido, la furia, la plaga de transfuguismo y la política basura que se ha instalado en nuestra clase gobernante, por fin alguien ha llevado al Congreso de los Diputados un asunto de Estado que afecta gravemente a la calidad de vida de los españoles: el terrible drama de la salud mental que padece nuestro país. Cada día se suicidan diez personas; seis de cada diez ciudadanos dicen sufrir trastornos psicológicos como ansiedad o depresión; y la OMS alerta de que la pospandemia va a ser casi más dura en lo mental que en lo corporal. España necesita diván y medicación con urgencia, el virus nos ha machacado tan fuertemente que nunca más seremos los mismos de antes y pese a todo algunos padres de la patria se empeñan en seguir con sus rencillas infantiles, sus ambiciosos planes profesionales de futuro y sus juegos de mesa para entretenimiento personal.
Ha tenido que ser Íñigo Errejón, un político lúcido y pragmático, quien ponga el problema de la neurosis colectiva encima de la mesa. Y lo ha hecho tan acertadamente, tan descarnadamente, que a algunos diputados de la bancada de las derechas les ha removido algo por dentro. “¡Vete al médico!”, le han gritado, con malas formas y con una absoluta carencia de sensibilidad humana, al portavoz de Más País. Un minuto antes, Errejón le había preguntado a Pedro Sánchez si tiene algún plan de choque para combatir la epidemia de locura que nos asola y el presidente, tras agradecerle que ponga el foco en lo esencial dejando a un lado las bufonadas de Pablo Casado, ha anunciado una nueva estrategia de salud mental e inversiones de hasta dos mil millones de euros para reforzar la Sanidad pública.
“Valium, Diazepam, Lexatin… ¿Por qué todos sabemos de qué hablamos? ¿En qué momento hemos normalizado que en nuestra sociedad tengamos que vivir permanentemente medicados?”, ha alegado Errejón enmudeciendo el hemiciclo. El coronavirus nos deja el miedo al contagio, el miedo al otro que nos atenaza y el miedo al futuro incierto y negro que nos aguarda. Pánico, fobias, crisis de angustia, paranoia, esquizofrenia, psicosis, toda una serie de desórdenes mentales nos acechan y no son ninguna broma para reírse, como hace el energúmeno ese de la bancada azul que ha soltado una estentórea carcajada.
El virus ha terminado por enfermar los cerebros de la gente, todo ello agravado por la otra epidemia, la de la miseria casi africana que soportamos y que provoca estragos aún peores. Son legión los españoles que viven de las ayudas sociales paupérrimas o en comedores de beneficencia. Las colas del hambre crecen y miles de familias llevan una existencia de pesadilla en casas insalubres, húmedas y hacinadas de barrios marginales. En apenas un año hemos pasado del sueño del barrio residencial al modelo urbanístico Cañada Real, donde muchos conviven con la sombra del desahucio, sin luz, sin agua caliente y sin ver la salida al final del túnel. Es la chabola de nuestra democracia de la que hablaba hoy en el Congreso Gabriel Rufián. Hay que ser muy fuerte psicológicamente para no pensar en la navaja, en la sobredosis de ansiolíticos, en las vías del tren o en el salto al vacío, desde luego mucho más que ese diputado frágil mental y deshumanizado que se burla de la magnitud de la tragedia.
Más allá del espanto de las cifras y de la inmensidad del horror que soportamos, lo más espeluznante de todo es el grado de embrutecimiento, bestialidad y salvajismo al que han llegado algunos de nuestros políticos de la extrema derecha. Gritarle a un diputado “vete al médico” en plena sesión parlamentaria demuestra el bajo nivel ético y moral de ciertos cafres que desprecian el dolor de millones de españoles y que consideran que la salud mental es una cosa de anormales que les ocurre a otros. Habrá que desenmascarar a ese tarugo o bruto que se cree en posesión de una salud de hierro y que en esto, como en otras cosas de la vida y de la política, demuestra sus ideas retrógradas, supremacistas y medievales. A la derecha de este país nunca le ha interesado reforzar el área de psiquiatría porque considera que las nuevas enfermedades del alma son cosa de locos y a los locos hay que recluirlos en el manicomio, ponerles la camisa de fuerza y trepanarlos o lobotomizarlos, como hacía el doctor Fulton con los chimpancés.
A ese diputado energúmeno y despiadado que se esconde tras el anonimato de la masa parlamentaria y el escaño habría que recordarle que la depresión no es cosa de comunistas, ni de parásitos de la sociedad, ni de pobres diablos sin oficio ni beneficio. Nadie, ni siquiera él, está a salvo de caer algún día en el cuarto oscuro de la depresión y otras anomalías de la mente, ese infierno en la tierra que solo conocen los que lo han padecido y han vuelto para contarlo. Que se ande con cuidado su señoría porque la ciencia psiquiátrica nos avisa de que hasta los más fuertes, sanos, seguros de sí mismos y opulentos pueden terminar hundidos en el sofá de su casa, hechos un ovillo, con la mirada perdida, el alma vacía y pensamientos suicidas. La depresión mata tanto como el coronavirus, aunque las cifras no puedan confirmarlo empíricamente. Hablamos no solo de inmolaciones, sino de infartos, de hipertensión, de ictus, de toda una serie de enfermedades asociadas a la gran peste de nuestro tiempo. También de soledad y marginación, el otro estigma que tienen que soportar aquellos que sufren la gran lacra de las sociedades modernas.
Si la riqueza consiste en no tenerle miedo al futuro, el secreto de la felicidad está en mantener la cabeza sana y equilibrada. Haría bien el Gobierno de Sánchez en redoblar la inversión en el área de salud mental contratando a más psicólogos, psiquiatras y asistentes sociales. Así podremos atender también a ese diputado que necesita medicación y una sesión de Freud con urgencia para resolver su mal interior.
Viñeta: Igepzio
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