(Publicado en Diario16 el 10 de marzo de 2021)
En Ciudadanos han saltado todas las alarmas. El serio correctivo en las elecciones catalanas, en las que la formación naranja ha pasado de ser la fuerza más votada a fiambre extinto, ha disparado las glándulas sudoríparas y ha aflojado los esfínteres en el equipo de Inés Arrimadas. Los naranjitos no han necesitado demasiado tiempo para comprender que la debacle de Cataluña no es sino el preludio de lo que está aún por venir, o sea más descalabros electorales, más lágrimas y más sorpassos de Vox. “No podemos seguir así”, concluyen unos. “Hay que parar esto como sea”, invocan otros. Así que tras la autocrítica pertinente se impone un nuevo cambio de rumbo en el partido (ya van siendo unos cuantos) y ese golpe de timón pasa necesariamente por volver a vender Cs de otra manera.
Tal como era de prever, los trifachitos de Madrid, Andalucía y Murcia han resultado letales para el proyecto fundado por Albert Rivera. Vox ha terminado de merendarse a su oponente centrista y no será porque los dirigentes naranjas no fueron alertados reiteradamente. “Van ustedes por mal camino con sus pactos con la ultraderecha”, les advertía Pedro Sánchez desde la tribuna de oradores de las Cortes. Hasta la internacional conservadora de la UE y el Financial Times les aconsejaron que reconsideraran sus alianzas con los ultras y que buscaran pactos con el PSOE, que era lo lógico cuando el país zozobraba ante la imposibilidad de formar un Gobierno estable y en medio de una crisis económica e institucional galopante.
Sin embargo, todos los avisos de cuidado con el precipicio fueron desoídos y lejos de moderarse y buscar el consenso con la izquierda (que para eso había nacido Cs, para ser muleta y partido de estabilidad) sus señorías se dedicaron al alegre gamberrismo parlamentario (aquello de la banda de Sánchez), a poner cordones sanitarios a los socialistas y a practicar el trumpismo negacionista (o sea el no a cualquier pacto con la izquierda) cuyas lamentables consecuencias se perciben ahora. Rivera pagó el pecado del orgullo, pero Arrimadas va a pagar caro el error de que, pese a haber diagnosticado el mal, pese a haber detectado la enfermedad, no ha aplicado remedios de urgencia como revisar el manual ideológico para centrar el partido, meter tijera y bisturí en los elementos falangistas infiltrados y cortar por lo sano con Santiago Abascal.
El miedo le lleva a uno a hacer cosas que nunca haría y si hace apenas un año Sánchez era repudidado como el mismísimo diablo que quería romper España a base de pactos con los indepes, hoy la directiva arrimadista se abraza a él como a un clavo ardiendo. Hace solo unas horas, tras comprobar que el partido sigue en caída libre en las encuestas, Inés Arrimadas ha decidido dar un volantazo a la desesperada al aliarse con el PSOE para impulsar una moción de censura en la Asamblea Regional y en el Ayuntamiento de Murcia. De prosperar la iniciativa, pondría fin al Gobierno de coalición que la formación naranja mantiene con el PP en ambas instituciones (con el apoyo inestimable de Vox) según cuenta hoy la prensa local. La moción supondría el final del mandato del popular Fernando López Miras en la comunidad autónoma y el ascenso al poder de la candidata naranja, Ana Martínez Vidal. Eso por lo que respecta al Legislativo regional, ya que en el ayuntamiento murciano la moción daría el descabello definitivo al alcalde, el popular José Ballesta, que hasta la fecha había mantenido el bastón de mando en coalición con Ciudadanos.
La maniobra de sálvase quien pueda con la que Ciudadanos trata de recuperar el voto centrista y apartarse de los ultraderechistas murcianos es desde todo punto de vista la más lógica, dadas las circunstancias de la política nacional y periférica. Sin embargo, es evidente que llega tarde. Con Vox en pleno auge (su éxito en Cataluña no tiene precedentes) y con el PP acosado por la corrupción, a las puertas de una más que probable refundación y colgando el cartel de Se Traspasa en su histórica sede de Génova 13, la derecha española está mutando hacia algo desconocido. Pablo Casado pretende la reagrupación de todas las derechas ibéricas, recuperando así la idea de la vieja confederación, el frentismo de aquella CEDA de la Segunda República que tan nefasta resultó para el país. Abascal, por su parte, está crecido y cree que el pelotazo electoral de Cataluña puede ser el principio del fin del PP como principal partido conservador en España. El Caudillo de Bilbao ya se ve como nuevo líder del proyecto nacional españolista y retro y a un paso de la Moncloa a poco que la crisis económica brutal desatada tras la pandemia siga haciendo mella en el pueblo, alimentando el odio, la rabia y las afiliaciones a Vox.
Los vientos ya no soplan favorables a Ciudadanos, que perdió una oportunidad de oro en aquellos días de febrero de 2016, cuando llegó a firmar un pacto con doscientas medidas para dar el “sí” a la investidura de Sánchez. Aquella maniobra hubiese sido fructífera para los naranjas, ya que les daba la posibilidad de gobernar España (aunque fuese con unos pocos ministerios) y consolidaba el proyecto de muleta, bisagra o veleta, es decir, de partido capaz de pactar tanto a izquierda como a derecha. Ahora es demasiado tarde para casi todo. “Lo que ya ha sucedido es igual que un plato roto en mil pedazos. Por muy esforzadamente que lo intentes, ya no podrás devolverlo a su estado original”, dice Murakami. Los españoles se han olido la tostada, es decir, han caído en la cuenta de que detrás del movimiento riverista no hay nada sólido o perdurable más allá de la ambición efímera de unos cuantos políticos que quieren probar el sabor del poder para hacer carrera y currículum y fichar después por alguno de los dos grandes partidos. La tramoya de Cs ha quedado al descubierto y solo les queda cerrar los ojos, soltar el volante de la máquina, sufrir el piñazo y que sea lo que Dios quiera.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
No hay comentarios:
Publicar un comentario