Ponerse al día con Hacienda. Esa es la condición que Zarzuela y Moncloa han puesto a Juan Carlos I si quiere regresar a España. El emérito ya no aguanta más en Abu Dabi, sigue preguntándose qué demonios hace en el desierto si formalmente no está acusado de nada y continúa presionando a su hijo, Felipe VI, al que ha transmitido su intención de regresar cuando antes y sin más demora. Ya hizo un primer intento de entrar en el país en Navidad, pero la Casa Real consiguió frenarlo a tiempo tras convencerlo de que con el coronavirus arreciando y con el chaparrón mediático que estaba cayendo a cuenta de sus últimos escándalos financieros no era el momento más adecuado para que volviera a pisar suelo español. El Gobierno de Pedro Sánchez estuvo informado en todo momento de cada movimiento con el rey emérito y aunque Moncloa negó que existiera un plan por si se le ocurría regresar por Navidad, esa posibilidad estuvo encima de la mesa hasta que fue definitivamente descartada.
Fue entonces cuando el monarca remitió un breve comunicado en el que anunció su decisión de seguir algún tiempo más con sus hermanos los jeques: “He decidido no viajar en estas fechas navideñas por la triste situación de la pandemia en España y en el mundo, y por ser persona de alto riesgo. Con la esperanza de que todo mejore”. Y ahí quedó la cosa. Sin embargo, a primeros de este año el rey emérito ha vuelto a sacar el tema e insiste en que quiere volver. Para ir preparando el terreno, ya se han lanzado varios globos sonda a la opinión pública, filtraciones del entorno familiar y de amistad del patriarca borbón. Así, se llegó a difundir que la salud de Juan Carlos I peligraba, lo cual fue inmediatamente desmentido por Zarzuela (aquella información publicada por la periodista por Pilar Eyre apestaba a intoxicación). También se publicó una fotografía en la que un avejentado monarca tenía que ser asistido por dos ayudantes para poder caminar e incluso se dijo que sus dos hijas, las infantas Elena y Cristina, habían viajado a Emiratos Árabes para hacerle una visita. E incluso algunos periodistas cortesanos le echaron unos buenos capotazos. Ahí estuvo Raúl del Pozo, que por lo visto tiene hilo directo con el rey emérito, para garantizar que de enfermo nada, que el exjefe del Estado está “como un oso” y anda buscando “novia, trabajo y piso”. Qué mejor forma que esa de aventurar que la fecha del advenimiento está próxima.
En ese intento de crear el clima propicio se enmarca el reciente acto de recuerdo al fallido golpe de Estado del 23F, una lavada de imagen en toda regla para el hombre que salvó a los españoles de los tanques golpistas. A partir de ahí, todo apunta a que la ofensiva de Juan Carlos I para retornar a España va a ser más insistente a corto plazo de lo que ya fue por Navidad. Y una vez más la patata caliente vuelve a estar en manos de la Casa Real y también del Gobierno, que por mucho que trata de desmarcarse de un problema que quema como el fuego no puede eludir la responsabilidad de tomar cartas en un asunto que afecta a la máxima institución nacional, como es la Jefatura del Estado. Ayer mismo el propio Sánchez evitaba pronunciarse sobre un posible regreso del rey emérito, dejaba claro que esa es una “decisión personal” y rehusaba entrar en valoraciones concretas. ¿Qué puede hacer un presidente del Gobierno ante un exmandatario que anda suelto y descontrolado por el mundo pese a las graves acusaciones de fraude que pesan sobre él? Si se opone a su reentrada en el país, la derecha le acusará de enemigo de la monarquía y de antipatriota desagradecido con el gran artífice de la Transición. Si acepta la ‘Operación Retorno’, quedará ante sus socios de coalición como un lacayo de Zarzuela, un sumiso del Régimen del 78 y un calzonazos que se pliega a los deseos de una monarquía decadente y corrupta. Haga lo que haga Sánchez en este espinoso asunto, pierde.
Ayer vivimos el penúltimo episodio de un guion que parece escrito de antemano. La regularización fiscal con Hacienda es, sin duda, un desesperado intento de Juan Carlos I por hacer las paces no solo con los inspectores de la Agencia Tributaria, sino con el pueblo español. Eso desde el punto de vista ético y sentimental, porque desde el punto de vista penal es también la única manera de no caer en una infracción tributaria que podría dar lugar a graves delitos. Una declaración complementaria de cuatro millones de euros no es moco de pavo, como suele decirse, y el primero de los borbones tenía que pasar por ahí como primer paso para poner pie en Barajas.
Algunos medios como El Confidencial han publicado en las últimas horas que Gobierno y Casa Real han instado al emérito a hacer “los esfuerzos posibles” para asumir todas las regularizaciones “que sean precisas”. Y El Campechano rey parece que ha movido ficha: recurrir a varios amigos empresarios españoles para reunir la importante suma que le pide Hacienda, según publica El Español. Llegados a ese punto, cabe preguntarse por qué un hombre al que la revista Forbes atribuye una fortuna personal de 2.000 millones de euros tiene que recurrir a una colecta, crowdfunding o micromecenazgo entre sus más allegados para zanjar sus cuitas con las arcas públicas.
Recuérdese que los rumores de vuelta a casa por Navidad también comenzaron con una primera regularización fiscal: más de 700.000 euros el pasado mes de diciembre. En aquella ocasión el dinero fue transferido al fisco como pago de la deuda, pero el emérito vio frustrado su intento de repatriación por la tenaz oposición de la familia y del Gobierno. ¿Qué pasará esta vez?
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