(Publicado en Diario16 el 24 de febrero de 2021)
Dice Cristina Almeida que Felipe VI le pareció algo frío en su acto de ayer con motivo del cuadragésimo aniversario del 23F. Y es cierto que se le vio desapasionado, algo ausente, depre. Cuando trató de ensalzar el legado de su antecesor durante la Transición lo hizo como de puntillas, sin demasiadas loas y alharacas, algo lógico por otra parte. Cualquier hijo que se avergüenza de la conducta del padre pasa un mal trago cuando se ve en la obligación de defenderlo públicamente.
Pero es mala cosa para un monarca que no termine de conectar con su pueblo. Esa gelidez, ese excesivo peso protocolario e institucional que muestra en sus apariciones públicas, le va restando simpatías en la sociedad española. Felipe es un rey a la nórdica más que mediterráneo, y eso afecta a su relación emocional con los españoles. No tiene el don de gentes, ni la campechanía del progenitor, ni esa idiosincrasia extrovertida con la que Juan Carlos lograba engatusar al personal.
El evento de ayer, íntimo y apartado en el Salón de los Pasos Perdidos, transcurrió con más pena que gloria. Los partidos nacionalistas no acudieron, síntoma evidente de la ruptura de la cohesión territorial que arrastra el país desde hace años. Sorprendente la excusa que puso Aitor Esteban, quien justificó la ausencia del PNV porque “es desconcertante celebrar un golpe de Estado”. El casi siempre brillante parlamentario esta vez estuvo contradictorio, ya que allí no se homenajeaba un pronunciamiento militar, sino precisamente todo lo contrario: la derrota del golpismo que en cuarenta años de democracia no había retornado con su maldito ruido de sables. Hasta hoy.
Efectivamente, la irrupción de la extrema derecha en el Parlamento lo ha cambiado todo. Pensábamos que las asonadas ya eran cosa del pasado y Vox ha venido a devolvernos a la triste realidad de la España de siempre, la secular pesadilla en bucle provocada por unas fuerzas reaccionarias que más tarde o más temprano se terminan echando al monte.
La intervención del portavoz de Vox en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, fue tan patética como inquietante. El envarado dandi de la extrema derecha española compareció en rueda de prensa para aclarar la posición de su formación política respecto a las celebraciones del 23F. Tras calificar el homenaje a la democracia que estuvimos a punto de perder como una maniobra más de los partidos que están en el poder para eludir sus responsabilidades, lanzó un mensaje en el clásico lenguaje escuadrista y ultra: “Tenemos la firme convicción de que, lejos de condenar un golpe de otro milenio, los partidos del Gobierno solo tratan de desviar la atención sobre sus responsabilidades del presente aprovechando, como suelen hacer, para injuriar a la Corona”.
En esas tres líneas se resume toda la filosofía de la nueva extrema derecha española, a la que durante la Transición conseguimos desterrar de la política con la verdad y la razón y que ha regresado con más fuerza que nunca. Cuando Espinosa habla frívolamente de “golpe de otro milenio”, de alguna manera está tratando de echar tierra encima, de matar la memoria histórica una vez más, trivializando el hecho histórico del 23F y ridiculizando la tragedia que puedo ser y no fue. Típico de negacionista, un rasgo de carácter del franquismo recalcitrante. Y cuando se refiere a los partidos como los que pretenden desviar la atención de sus responsabilidades está desacreditando el sistema, el pluralismo, la esencia misma de la democracia. Otro clásico del pensamiento joseantoniano. Finalmente, cuando hace una defensa cerrada del rey contra aquellos que injurian a la Corona antepone el poder omnímodo de la Jefatura del Estado que ellos idolatran al Estado de derecho. También una idea fuerte en cualquier doctrina reaccionaria cimentada en el elitismo, la aristocracia y el absolutismo rampante.
Ha sido tal la negación del régimen de libertades que nos dimos los españoles en 1978, que Espinosa ha tenido que reconocer que Vox ha participado en ese acto solo para acompañar a Felipe VI y “recordar el papel esencial que la monarquía representó, tanto en el 23F como en la última intentona golpista”, en referencia al procés de independencia en Cataluña. A Vox la democracia solo le interesa para destruirla desde dentro porque ellos son autoritarios, feudales, anacrónicos y del antiguo régimen. La monarquía les preocupa única y exclusivamente como hilo histórico conductor del imperio español y de la obra de Franco que se ha conservado hasta nuestros días. Que nadie tenga ninguna duda de que, llegado el momento, un rey será sustituido por otro rey de una nueva dinastía mucho más plebeya y civil (véase Santi Abascal I por la gracia de Dios) tal como ya ocurrió con el Caudillo, que reinó como monarca durante cuarenta años. La extrema derecha de este país siempre se disfraza de monárquica para camuflar su linaje fascista.
Por lo demás, el atípico acto de ayer nos deja un discurso ilustrado en la mejor tradición democrática y para enmarcar de Meritxell Batet y un huraño Pablo Iglesias que compareció en su doble personalidad de vicepresidente del Gobierno y de activista antisistema. Está visto que este hombre jamás aparca sus dogmas y prejuicios y que nunca aplaudirá a un rey diga lo que diga, por mucho que este se hinque de rodillas ante una Constitución que consagra el respeto a la libertad y los derechos humanos. La Carta Magna necesita una profunda revisión para adecuarla a los nuevos tiempos, pero tratar de destruir todo lo que salió del despectivamente llamado régimen del 78, hacer tabula rasa para empezar de nuevo, es poco inteligente y estéril, además de un suicidio colectivo.
Parece obvio que en algún momento habrá que preguntarle al pueblo si quiere una monarquía o una república y más después del escándalo que persigue al rey emérito. Pero que quede claro que ese tránsito puede que no sea tan pacífico y exitoso como el que tuvimos que superar en 1975, cuando dejamos atrás el complejo atávico de las dos España y decidimos abrazar el espíritu de la concordia. La historia nos enseña que la suerte rara vez suele sonreír dos veces consecutivas.
El 23F forma parte de nuestro pasado y como tal merece la pena recordarlo cada cierto tiempo porque la democracia es un bien muy escaso y preciado que cuesta siglos conseguir y que puede perderse en una mala noche de pesadilla, como aquella en la que los aplastantes tanques desfilaron por Valencia y las violentas metralletas retumbaron en la casa del pueblo. Una reciente encuesta asegura que más del 70 por ciento de los jóvenes no sabe quién es Tejero. Olvidar es el camino más rápido para repetir el desastre. Y ahí es donde pretende llegar el ínclito Espinosa de los Monteros.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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