(Publicado en Diario16 el 15 de febrero de 2021)
Todo sigue como siempre, pero todo ha cambiado en Cataluña. La correlación de fuerzas, la fractura en dos bloques irreconciliables se mantiene, pero en el seno de ambos frentes algo se ha transformado. En el lado constitucionalista Ciudadanos cede el bastón de mando al PSC, mientras que en la parte secesionista la izquierda republicana de ERC arrebata el puesto de primer partido secesionista en detrimento de la derecha burguesa posconvergente y puigdemontiana. Solo por ese trueque político ya resultan decisivas las elecciones del 14F. A partir de ahora los socialistas de Salvador Illa y los junqueristas republicanos contarán con el mismo número de escaños, 33, aunque es cierto que el sanchismo ha cosechado un mayor número de votos, que no se verá reflejado en el Parlament por influencia de la ley electoral. En cualquier caso, lo realmente importante es que PSC y ERC tendrán margen de maniobra para la negociación con el fin de intentar dar una solución al gravísimo conflicto territorial catalán. Illa, que tiene escasas posibilidades de ser investido presidente pese a haber ganado las elecciones (ningún independentista va a apoyar a un candidato que avaló el artículo 155 en Cataluña decretado por Mariano Rajoy tras el referéndum del 1-O a riesgo de quedar como un botifler) es sin embargo el hombre idóneo que puede lograr el éxito de la mesa de negociación. Para eso lo ha colocado ahí Pedro Sánchez.
Resulta evidente que con un PSC mucho más fuerte y un Ciudadanos condenado casi al ostracismo –el descalabro electoral es histórico, ya que los naranjas han pasado de 36 escaños a 6– hay un rayo de esperanza al final del túnel de una negociación que se antoja casi misión imposible. Al menos Illa lo va a intentar (“para eso estoy aquí”, ha declarado en las últimas horas), una actitud muy diferente a la que mantuvo en su día Inés Arrimadas, que jamás se planteó sentarse a dialogar nada con los independentistas. La gran tragedia de Ciudadanos es que aunque fue la fuerza más votada en los anteriores comicios se limitó a echar el candado a la negociación, arrojando la llave al océano. Ese férreo encastillamiento en el españolismo más feroz, casi como un guardián de las esencias de la patria en turbias alianzan con Vox, es lo que ha llevado a la derrota a Arrimadas, que por cierto ni siquiera se plantea la dimisión pese a haber cosechado un resultado calamitoso.
Si lo de PSC y Esquerra tiene algún futuro se irá viendo sobre la marcha. El documento firmado días antes del 14F por todos los partidos soberanistas, un auténtico cordón sanitario antisocialista, un cruel “todos contra Illa”, no deja lugar para el optimismo. Claro que una cosa es firmar promesas y contratos antes de unas elecciones, en plena campaña, y otra muy distinta ponerse a gobernar y tomar decisiones rindiendo cuentas de una gestión política ante el pueblo. Pere Aragonès, candidato de ERC a la Generalitat, tendrá que optar entre el inmovilismo de la ciega hoja de ruta del procés (uniendo sus destinos al de la derecha más rancia y ultraliberal de Junts per Cataluña) u optar por alguna fórmula de gobierno progresista con el apoyo de los socialistas y los comunes, que en términos de gobernabilidad y de interés general es lo que más conviene a los catalanes en estos momentos de pandemia y crisis económica galopante. Lamentablemente, las primeras declaraciones tras el histórico resultado de ERC apuntan en un sentido totalmente opuesto, es decir, más desafío al Estado, más aventura incierta y más procés: “Este país inicia una nueva etapa, tenemos una fuerza inmensa para conseguir la amnistía y la autodeterminación, una fuerza inmensa para conseguir el referéndum y conseguir la república catalana. Quiero mandar un mensaje a Pedro Sánchez y el Estado español: es la hora de resolver el conflicto, de sentarse y ver cómo resolvemos esto sin represión”, ha asegurado el líder de ERC. O sea, más matraca, más bucle sin fin.
En cualquier caso, las elecciones nos dejan un bloque independentista (ERC, Junts, la CUP y el PDeCAT) ciertamente más reforzado. Entre todas las fuerzas soberanistas suman más de la mitad de los escrutinios, es decir, once puntos más que los votos cosechados por el bloque constitucionalista (PSOE, PP, Vox y Ciudadanos, que han aglutinado el 40 por ciento de las papeletas). Además, los independentistas suman 74 diputados (4 más que en 2017), mientras los unionistas se quedan con 53 (4 menos que en los anteriores comicios), una diferencia insalvable de 21 diputados. Es obvio que el independentismo sigue fuerte frente a aquellos que lo daban por agotado en sí mismo, por fracturado y fracasado tras la nefasta gestión que ha hecho el Govern de la pandemia. El virus se ha podido llevar muchas cosas por delante en Cataluña, pero no el sentimiento republicano y separatista del resto del Estado. No obstante, hay un dato que los soberanistas no deberían perder de vista: entre ERC y Junts se han dejado más de 600.000 votos por el camino. ¿Ha sido la abstención y el miedo de la ciudadanía a acudir a votar en medio de una epidemia el factor que ha erosionado ese granero electoral o también cierto hastío y cansancio de una parte de la sociedad catalana que en 2017 votó indepe y que ahora se ha desenganchado del procés? Son datos que los dos partidos nacionalistas deberían analizar con atención porque quizá la victoria no sea tan aplastante como proclaman los líderes secesionistas y el 14F deje una enseñanza mucho más profunda que el manto del patriotismo eufórico no deja aflorar. Sin duda, uno de los datos a tener en cuenta es que la CUP, portadora del independentismo más radical, ha alcanzado 9 escaños mientras que Vox, su antagonista en la polarización por el lado españolista, ha logrado 11 en su primera puesta de largo en unas elecciones autonómicas. También es para que se lo hagan mirar.
Pero sin duda el gran fenómeno político que sale de esta extraña cita con las urnas en la que algo tan sencillo como votar se ha convertido para muchos catalanes en una incursión distópica con gente vestida de astronauta, ha sido sin duda la fulgurante irrupción de Vox. No solo ha logrado representación por primera vez en el Parlament sino que además lo hace como cuarta fuerza política por delante de PP y Ciudadanos. El sorpasso doble se ha materializado y Santiago Abascal lanza un claro aviso a navegantes: la ultraderecha va camino de devorar al conservadurismo convencional en un futuro quizá no muy lejano. El órdago está servido. Que tome nota Casado.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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