(Publicado en Diario16 el 6 de febrero de 2021)
Alerta en Madrid, paren las máquinas, movilicen a la Legión si es preciso. El Hospital Zendal, perla y orgullo de Díaz Ayuso, está siendo atacado por las hordas comunistas. Los actos de sabotaje se suceden día y noche, hay cables desenchufados, tuberías obstruidas, sistemas de ventilación desconectados, interruptores partidos y robo de piezas. Ni en la batalla de Verdún se produjo tanto destrozo. La prensa de la caverna ya está disparando sus habituales baterías incendiarias. Libertad Digital titula así: “La izquierda pone en riesgo la vida de los pacientes en su desquiciada campaña contra Ayuso”. La más delirante teoría de la conspiración del PP, que España va a caer en manos de los maoístas de Pablo Iglesias, está a punto de hacerse realidad. La marea roja ya está subiendo por la calle de Alcalá en una invasión imparable; la kale borroka hospitalaria se despliega en todas partes; la bandera con la hoz y el martillo ondeará en la terraza del Zendal, nuevo Alcázar franquista además de plácido balneario para constipados. Hay que defender esa joya de la Corona ayusista como sea. Colóquense sacos terreros en los cuatro costados del hospital; fortifíquese la azotea con nidos de ametralladoras; refuércese con almenas y torretas el último bastión del trumpismo libertario castizo. Todo madrileño entre 18 y 60 años debe ser movilizado urgentemente. Y de paso llamemos también a los reservistas de la Decimonovena del Aire, que a esos sí que no les tiembla el pulso con los enemigos de la patria.
La cruzada nacional ha comenzado. Los madrileños contienen la respiración. Anoche se robaron cuatro tiritas y una caja de vendas. La noche anterior fue todavía más violenta y terrible: un enfermero comprobó horrorizado que faltaban aspirinas del botiquín sin que nadie pudiera explicar los cruentos actos de sabotaje. Las noches en urgencias se hacen eternas sin saber cuándo va a irrumpir el Ejército rojo para desvalijarlo todo, con lo bonita que había quedado la obra. Porque quirófanos no habrá, pero cuqui es un rato el Zendal. Con esos focos de neón y esos espacios abiertos de inspiración posmoderna es como estar en la nave de 2001. Si a los antiguos griegos les debemos el primer hospital de la historia, el Santuario de Asclepio en Epidauro, a la diosa IDA le debemos el primer hospital del futuro, donde un paciente confuso por los efectos del covid no sabe si lo han ingresado en un sanatorio público o en Carrefour. Es la combinación perfecta entre medicina y liberalismo salvaje.
¿Pero quién demonios está atacando el hospital para hundir el gran sueño de todo madrileño? ¿Quién ha tramado esta revolución marxista tan injusta contra el gran legado de una diva de la política que solo buscaba impulsar la sanidad pública (aunque fuese para revenderla después por trozos al mejor postor)? Sin duda, comandos enviados por el pérfido Ángel Gabilondo, que aunque nunca dice ni mu y va de filósofo pacifista por la vida las mata callando; o quizá haya sido el peligroso Íñigo Errejón, siempre tan intrigante y ladino. A ese trosko solo le falta la boina del Che Guevara para terminar de delatarse. Lo lleva escrito en la cara de niño. Y nunca hay que olvidar a Manuela Carmena, que aunque ya jubilada seguramente estará alimentando a los comandos bolcheviques no solo con sus ideas comunistas sino con sus magdalenas caseras. Díaz Ayuso ve fantasmas en todas partes, la conspiración se propaga por todo Madrid, nadie está a salvo de los infiltrados podemitas. Detrás de cada enfermera con pancarta pidiendo refuerzos hay una traidora republicanota; detrás de cada médico exhausto tras un aluvión de pacientes en Urgencias, un Lenin de la Medicina en potencia.
Todos contra Díaz Ayuso, todos contra la Madonna mártir de la derechona patria. Qué monumental injusticia. Ella que lo ha dado todo por los madrileños, desde pizzas gratis rebosantes de glutamato y edulcorantes artificiales para los escolares de la escuela pública hasta unas velitas de los chinos para los pobres sin luz de la Cañada Real. Ella que ha construido no un hospital, sino algo mucho más importante, un soberbio hotel para que los coronavíricos se sientan como marqueses y puedan degustar por unas horas el placer de ser rico. Y así le pagan su obra faraónica: con traicioneros ataques y sabotajes con nocturnidad, alevosía y premeditación. Izquierda desagradecida; izquierda cainita. Los socialcomunistas están ciegos: no ven la talla de la mujer que tienen delante; el faro y guía de su tiempo; la estadista de las frases antológicas como “Madrid es una España dentro de otra España”. Ni Ortega y Gasset.
Martínez-Almeida advierte que hemos llegado a este punto por el “nivel de crispación”, como si el PP no hubiese jugado con ese fuego a todas horas, como si Pablo Casado no hubiese dado la orden de crispar, tensar y convulsionar la sociedad española para derrocar el socialismo sanchista. ¿Y ahora qué? Ahora nada, solo que ha empezado la invasión. Primero caerá el Zendal pero, ¿qué será lo siguiente? ¿Plantar la bandera venezolana sobre el reloj de la Puerta del Sol? ¿Expropiar el Santiago Bernabéu, ahora que ya está techado con el dinero de Florentino, y convertirlo en un Kremlin madrileño? ¿Sustituir La Cibeles por una estatua ecuestre de Stalin o todavía peor, por una escultura de Largo Caballero? IDA no lo permitirá, ya lo ha jurado por Snoopy. En Estados Unidos los saboteadores e intrusos no hubiesen tenido si una sola oportunidad porque allí los hospitales son privados y no los cata nadie con una nómina de loser. Y además, para eso están los Proud Boys, gente bragada dispuesta a defender a Trump hasta el final y a ocupar el Capitolio por la fuerza si es preciso. Nuestros supremacistas blancos son los cayetanos y borjamaris, nuestro Capitolio es el Zendal y nuestra trumpita es ella, la ilustre presidenta. No hay nada más importante para España ahora mismo que ese peñón o cacho de hormigonaco en medio de un solar emblema de la libertad y por qué no decirlo, del pelotazo con el ladrillo.
¡Madrileños, madrileñas! ¡Todos a la calle a defender el Zendal! ¡No pasarán!
Viñeta: Igepzio
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