domingo, 7 de febrero de 2021

LOS RIDÍCULOS


(Publicado en Diario16 el 3 de febrero de 2021)

“Señoría, el Gobierno hace política, ustedes hacen el ridículo”, le ha espetado Pablo Iglesias a Teodoro García Egea, secretario general del PP, durante la sesión de control al Gobierno, un nuevo vodevil que aportará más bien poco al futuro de los españoles y a la salida de la crisis que nos deja la horrible pandemia. No vamos a caer aquí en la bisoñez de decir que Pedro Sánchez lo hace todo bien mientras que Pablo Casado no da una a derechas. Pero sí es cierto, tal como dice Iglesias, que hay indicios evidentes de que cuando sus señorías del PP tienen el turno de palabra en el Congreso de los Diputados lo desaprovechan miserablemente, muestran una grave propensión a dejarse llevar por la política espectáculo, abusan del manual retórico del buen trumpista y caen en la sobreactuación de opereta. O sea que hacen el ridículo.

Esta vez Casado tenía una buena oportunidad para morder la presa y castigar al Gobierno en sus puntos más débiles –la gestión de la pandemia y la crisis económica galopante que padece el país–, pero de nuevo el líder del PP ha errado el tiro y ha optado por abrir una nueva teoría de la conspiración acusando a Sánchez de “ocultar” un supuesto informe negativo del Consejo de Estado sobre el decreto de gestión de los fondos europeos con el fin de arrebatárselo al Parlamento. En este país probablemente no haya ni un solo español interesado en ese papelajo al que Casado concede tanta importancia, como si se tratara de una importantísima cuestión de Estado, ya que el que más y el que menos vive aterrorizado por el virus y el desastre de la economía y le importa un bledo si Sánchez va por ahí escamoteando informes del Consejo de Estado, que dicho sea de paso el gran público ni siquiera sabe lo que es.

Pero al jefe de la oposición le encanta incluir ese tipo de temas en su agenda diaria, e insiste una y otra vez en atacar por ahí al inquilino de Moncloa. Se conoce que en su época de juventud leía mucho El Mundo de Pedrojota con sus titulares rutilantes sobre la corrupción felipista y cree que aquella época gloriosa puede volver otra vez. O quizá sea que de adolescente abusó de las novelas de espionaje y de autores como el recientemente desaparecido John Le Carré y ahí se quedó. Ya se sabe que el género negro hay que digerirlo poco a poco, a dosis pequeñas, sobre todo en la juventud, porque si no uno corre el riesgo de perder la noción de la realidad, queda enganchado para siempre y cuando de mayor llega a dirigente de un partido político como el PP termina arrastrado por la fiebre de la fantasía, ve espías y cosas raras en todas partes y eso no es bueno para el negocio. Esa obsesión por fabricarle conspiraciones al Gobierno a todas horas es el gran defecto del joven aspirante a presidente. Y así le va. Está claro que su estrategia no es la más acertada, porque de lo contrario el Gobierno acusaría el desgaste del poder y es justamente al revés, va como un tiro en las encuestas, que hasta dan ganador a Illa en las elecciones catalanas.

Casado siempre está en la conspiración maniobrera, en la intriga palaciega y en el oportunismo en lugar de arrimar el hombro para que el país pueda superar la inmensa tragedia del coronavirus. Y ese abuso de una táctica fallida empieza a restarle credibilidad a su proyecto. Un buen ejemplo de que el PP anda despistado y pega tiros al aire sin sentido lo tuvimos la pasada semana, cuando Sánchez logró salvar su decreto de convalidación de las ayudas de Bruselas con la oposición férrea del PP mientras Vox se abstenía. Fue precisamente esa abstención del partido de Santiago Abascal la que permitió sortear el escollo parlamentario al Gobierno de coalición y así es como el maná de los 140.000 millones en ayudas, fundamental para la reconstrucción del país, fue aprobado pese a los ímprobos esfuerzos de Casado por torpedear las subvenciones. Una vez más, el presidente popular se había equivocado en su intento de presentar a Sánchez ante los jerarcas de la Unión Europea como un manirroto que no sabrá gestionar tanto dinero junto. La imagen que quedó de aquello fue la de un PP derrotado mientras la extrema derecha aprovechaba la oportunidad para hacer populismo demagógico, justificar su abstención por el bien del país y reconocer que los españoles no pueden esperar más porque las familias y las empresas están asfixiadas y necesitan las ayudas de Bruselas como agua de mayo.

Hoy Pedro Sánchez le ha afeado a Casado que hasta Abascal haya mostrado “más responsabilidad de Estado que el líder de la oposición”, un buen golpe de derecha a la mandíbula del líder conservador, que mira con horror las encuestas y ve cómo Vox está cada vez más cerca de darle el temido sorpasso. En realidad, el quid de la cuestión está en que el mensaje de Casado al votante de derechas es difuso, errático, se pierde en retóricas y montajes baratos, mientras Abascal va más al grano y maneja mejor las claves, o sea mucho patriotismo, España primero, pan y ayudas europeas para todos y lucha sin cuartel contra los enemigos de la nación. El gran riesgo para la democracia es que la ultraderecha conecte mejor con la sociedad que el casadismo, que acaba perdiéndose en retóricas y en guerras absurdas que el gran público no entiende y además se la trae al pairo. La sensación que queda después de cada sesión parlamentaria estéril es que el Partido Popular no sabe qué hacer con ese preciado tiempo parlamentario de preguntas y respuestas televisadas ni cómo hincarle el diente al gabinete de coalición. Si a esto le añadimos que el cara a cara entre Iglesias y García Egea suele terminar en un vapuleo intelectual en toda regla del vicepresidente al secretario popular, concluiremos que algo no está haciendo bien Génova 13. Ver cómo el bueno de Teodoro saca de debajo del escaño un folio escrito a boli con la palabra “informe” –exigiendo al Gobierno el supuesto documento del Consejo de Estado sobre fondos europeos–, resulta sencillamente patético. En política se puede hacer de todo menos el ridículo. Y una vez más, Sánchez sale vivo del Parlamento. Ni Rajoy era tan torpe.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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