(Publicado en Diario16 el 11 de febrero de 2021)
El negacionismo avanza deprisa entre todos los estamentos de la sociedad. Si hace unos días conocíamos la noticia de ese médico gallego que cree que la vacunación contra el virus es un experimento genético, hoy nos desayunamos con las explicaciones pseudocientíficas del juez del País Vasco que ha dado la orden de abrir bares y restaurantes tirando por tierra todo el trabajo de los epidemiólogos de las últimas semanas en la lucha contra la pandemia. Los bares de Euskadi han vuelto a levantar la persiana después de que el Tribunal Superior de Justicia haya sentenciado que estos locales “no son un elemento de riesgo cierto y grave para la salud pública”. La resolución judicial, que puede ser más o menos discutible en términos jurídicos, no es tan polémica como las pintorescas declaraciones que ha hecho a posteriori el presidente del tribunal, Luis Garrido, que podrían calificarse como valoraciones subjetivas propias del chamanismo esotérico, superchería acientífica o pensamiento ufo conspiranoico y trumpista.
Circulan por ahí unas grabaciones de Radio Popular Euskadi en las que el magistrado considera que “la epidemiología quizá no esté tan avanzada como parece”. La patada a la ciencia de un hombre que se supone debería manejarse en términos lógicos y racionales es considerable, no ya porque demuestra poco bagaje en términos científicos sino porque ha llegado a comparar las medidas sanitarias contra la pandemia con las que adopta la DGT para reducir los accidentes de carretera (las primeras, según él, fracasadas; las segundas exitosas), dos asuntos que tienen más bien poco que ver.
Ya dijo don Miguel de Cervantes que ninguna ciencia, en cuanto a ciencia, engaña; el engaño está en quien no la sabe. Y por seguir con los grandes padres del castellano habría que añadir aquello de que menos mal hacen los delincuentes que un mal juez (Francisco de Quevedo dixit). De cualquier forma el cuñadismo supino del juez Garrido llega a ser sonrojante y demuestra lo bajo que está el nivel de nuestro estamento juidicial. Obviamente, no podemos exigir que cada titular de un juzgado lleve dentro de sí a un Carl Sagan en potencia capaz de manejar los conceptos básicos de la ciencia y de maravillarse con ella, pero sí deberíamos al menos pedirles que cuando se sienten a enjuiciar un asunto se informen con algo más que la Wikipedia, la filosofía ultraliberal de Díaz Ayuso y los programas conspiranoicos de Íker Jiménez. A un juez se le reclama racionalidad y capacidad de análisis a partir de una documentación seria y rigurosa que han elaborado los expertos, y no parece que sea el caso del señor Garrido, al que poco le ha faltado para dudar de que la Tierra es redonda, como un terraplanista más. ¿De qué fuentes está bebiendo su señoría, autor de una sentencia tan arriesgada y populista? ¿De los remedios caseros con manzanillas y flores de Bach contra el coronavirus del homeópata naturista Pàmies? ¿De los suicidas consejos de Donald Trump para curar el covid bebiendo lejías y detergentes? El negacionismo es el peor cáncer al que se enfrenta la democracia de nuestro tiempo y por lo visto la metástasis se va extendiendo a marchas forzadas por todo el cuerpo social.
Cuestiona el magistrado las medidas de distanciamiento social y los confinamientos. “Y ahora te dicen: para que el virus se reduzca, tiene usted que quedarse en casa; no hablar con nadie, no ir a ningún espectáculo cultural, ni hacer nada de nada…”, insiste. Por supuesto que es así, oiga, señor, habría que responderle, porque lamentablemente, y mientras no lleguen las vacunas, esas son las únicas armas que tenemos para no caer todos contagiados, convirtiéndose el país entero en una gran leprosería o lazareto. Flaco favor hace el singular juez en poner en cuestión las medidas de prevención que a él le parecen propias de la Edad Media. Evidentemente, el magistrado juega a la demagogia barata, ya que no estamos en 1347 ni en medio de la peste negra, entre otras cosas porque la ciencia ha logrado encontrar un antídoto en apenas unos meses, un tiempo récord que ni el más optimista de los investigadores hubiese soñado. Aquellos pobres desgraciados medievales se comieron décadas de horror sin otra defensa que el crucifijo y los sermones terroríficos de los obispos que atribuían el apocalipsis vírico a un castigo divino por los pecados de la lujuria. Por fortuna, los humanos del siglo XXI tienen la suerte de contar con las vacunas, pero mientras las dosis llegan a toda la población la lógica y el sentido común aconsejan guardar las distancias de seguridad que en los bares y restaurantes no se cumplen por razones obvias.
Indigna que un servidor de la Justicia juegue tan alegremente con el negacionismo trumpista y llegue a poner en cuestión el trabajo de los epidemiólogos, a los que ha calificado como “médicos de cabecera que han hecho un cursillo”. Para cursillo de reciclaje el que le falta a un amplio sector de nuestra judicatura reaccionaria, que se ha quedado anclado no ya en la Edad Media sino en la noche de los tiempos. Y no nos referimos tan solo a las opiniones más o menos excéntricas y chamánicas del señor Garrido, sino a algunas sentencias por delitos sexuales igualmente escandalosas. Muchos jueces del mundo retro siguen considerando que una violación grupal de cinco fulanos a una pobre chica es un acto erótico festivo en medio de la algarabía y el jolgorio. De modo que hemos pasado de la execrable y repugnante sentencia de La Manada a la sentencia del rebaño, ya que eso es lo que parece ir buscando el señor Garrido: que todo hijo de vecino se acabe agarrando el virus entre pintxos y txiquitos, alcanzando la inmunidad grupal y problema resuelto. Lo malo es que hasta llegar ahí morirán miles de inocentes mientras él sigue confortablemente instalado en su scriptorium, con mascarilla o sin ella, entre los tomos polvorientos y escolásticos de Francisco de Vitoria, todos ellos desfasados a la hora de resolver los problemas del mundo distópico de hoy. Probablemente le pondrán la alfombra roja cada vez que entre en una taberna. Allá él con su conciencia.
Viñeta: Igepzio
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