sábado, 31 de octubre de 2015

MARTANIEVES FERRUSOLA Y LOS SIETE ENANITOS



(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2015)

Érase una vez, en un país muy muy lejano de altas cumbres y frías nieves de invierno que bien podría ser Andorra la Vella, un abuelito encantador que se llamaba Florenci (Florenci en catalán, Florencio en castellano). El abuelito Florenci vivía en su masía andorrana (que no almorrana, ese es otro cuento) rodeado de verdes prados y campos de margaritas por doquier, tralará tralará, más un perrillo con un ojo a la virulé y algo abstracto pero muy listo, ya que parlaba molt bé el catalá y le seguía a todas partes sin rechistar, al que llamó Cobi. El abuelito Florenci, que para desayunar se metía entre pecho y espalda una pizza de Casa Tarradellas y un par de butifarras de primera (haciéndole la butifarra a la OMS, al colesterol y al cáncer de colón) amasó cuatro perrillas de nada, nadie sabe cómo ni dónde, y vivió muchos años feliz y contento. Hasta que al final de sus días, ya en su lecho de muerte, el abuelo Florenci llamó al seu fill Jordi para comunicarle que le hacía heredero único de su legado, la calderilla y el perrillo Cobi, además del amarilleado carné de sosi del Barsa, que por entonces, como no ganaba copas ni nada, apenas tenía valor. A Don Jordi sus amigos lo conocían como Pujol en honor a un defensa central de la selección española con mucha testosterona y tupida melena de león, y otros lo conocían como Joda, mayormente sus enemigos de la tribu de al lado, esos bravucones españolazos que siempre estaban durmiendo la siesta, matando vaquillas a hostias o dando golpes de Estado. Los españolazos eran unos pesados porque andaban todo el rato metiéndose con don Jordi por pesetero, por su corta estatura (Jordi enano, habla castellano) y porque se explicaba raro, siempre para el cuello de la camisa y entre toses, cof, cof, cof. Era don Jordi un hombre preparado y afable llamado a construir un gran país llamado Catalonia Is Not Spain (al final el nombre quedó en Catalonia a secas, por resumir y ahorrar, que para algo Don Jordi era muy catalán) un país que ha dado al mundo un pintor chiflado llamado Dalí, un jugador de fútbol que dribla como nadie a los defensas centrales de Hacienda y unos castillos humanos altísimos, auténtico deporte nacional en el que hay muchos lesionados por los guarrazos y leches que se pegan al caer.
Don Jordi era algo así como un conde en un pequeño condado decidido a hacer grandes cosas, un caudillo bajo en estatura y con muy mala leche, como deben ser los caudillos, y gracias a sus dotes de gobernante llegó a molt honorable president de la Yeneralitá, un cargo tan importante como el de presidente de la comunidad de vecinos, o incluso más. Durante años, don Jordi mantuvo en secreto el pastizal que había heredado del abuelito Florenci, mutis por el foro, en boca cerrada no entran moscas, cremallera total, por eso hablaba atolondrado y para el cuello de la camisa, para que nadie entendiera sus chanchullos, hasta que un buen día conoció a una princesa en el pueblo que no era Belén Esteban sino lady Marta, de la que se enamoró perdidamente y que le dio siete hijos, de ahí que, como en el cuento de hadas, el populacho rebautizara a la señora como Martanieves Ferrusola. Durante años, don Jordi se iba de cuando en cuando a los madriles a negociar muchas pesetes y transferencies con un tal Felipe, príncipe de los gitanos españolazos, y así fue como le sacó muchos pactos fiscales, buenos aves y hasta una olimpiada en Barcelona, un pelotazo fuerte en el que enchufó de mascota a su perrito Cobi. Se ve que todo eso le dio dinero en cantidad y Felipe siempre miraba para otro lado cuando don Jordi se metía en el bolsillo unas migajillas de un 3 por ciento de nada. En poco tiempo, la calderilla del abuelo Florenci se multiplicó por once, creció como el milagro de los panes y los peces, hasta llegar a los 40 millones de eurazos, millón arriba, millón abajo. La princesa Martanieves y los siete enanitos estaban muy contentos y se dedicaban a gestionar la pela que don Jordi traía a la masía.
Por la mañana, la bella Martanieves (bella por decir algo, ya que con tanto dinero contrajo un hechizo malo y se le puso cara más de bruja que de princesa) se iba de bancos con su prole, los siete enanitos, y por la noche, ya extenuados de tanto patear bancos y más bancos, regresaban a casa cantando aquello de aihó, aihó, a casa a descansar. A la luz del candil, Martanieves contaba el dinero que traía el rey de Catalonia ante la atenta mirada de los pequeñuelos, que ya iban haciendo un cursillo acelerado de contabilidad a la catalana. Los siete enanitos eran muy alegres, simpáticos y vivarachos y vivían muy felices en la masía. Estaba Jordi Junior, que no era un cantante de música ligera sino el mayor de la prole, un gran aficionado a coleccionar coches de lujo, en plan chulo playa, venga porsches y ferraris, más algún que otro volkswagen con el motor trucado con los que se iba de rallys por la Costa Brava. También estaba Oriol Pujol, que se lo pasaba en grande jugando a las ITV, había que verlo, cómo disfrutaba el chiquillo moviendo maletines llenos de peles, de ITV en ITV, de oca en oca y tiro porque me toca. Martita, por su parte, iba para arquitecta, era la empollona intelectual de la familia con esas gafas de culo de vaso que ni una secretaria del Un, Dos, Tres, pero al final se quedó a medias y terminó de enchufada en el ayuntamiento de un reino muy lejano. Por supuesto, también llegó alto. Oleguer Pujol era el benjamín, el más pequeño en edad, que no en ingenio, y el más limpio del clan ferrusoliano, eso sí, porque el niño blanqueaba que daba gusto, todo lo dejaba muy limpio, los ferraris de la familia, los pasillos del Palau de don Jordi, la Moreneta, a la que le pasaba el plumero los días de misa, y sobre todo el dinero, el dinero que lo dejaba reluciente como nadie. Luego la pela, ya bien limpia y aseada, se iba para Panamá, México, Suiza, Reino Unido, Argentina, Liechtenstein, en fin, living la vida loca, como Ricky Martin. Todos los días don Jordi despachaba la cuentas con el secretario del partido, el señor Artur, un aprendiz avezado que ahora quiere hacer de Catalonia Is Not Spain otra Andorra independiente con bajos impuestos, mucho banco y mucho casino lleno de putas del barrio chino por todas partes. Hay más enanitos en este cuento y en esta fabulosa familia, pero nos llevaría un siglo contar todas sus aventuras y peripecias. De modo que aquí nos quedamos, así fue como el señor Don Jordi, rey de facto de Cataluña, su esposa Martanieves y los siete enanitos se hicieron ricos, vivieron felices y comieron perdices. Hasta que llegó la Policía a cortarles el rollo y un juez muy malo y muy anticatalino les tomó manía y los imputó a todos sin rechistar, a ellos, pobres, que solo tenían cuatro perrillas de nada legadas por el abuelito Florenci. Malditos maderos españolazos con sus jueces abominables. Si es que está claro que España nos roba. Colorín, colorado.

Viñeta: L'Avi

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