(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2015)
Érase una vez, en un país muy muy lejano
de altas cumbres y frías nieves de invierno que bien podría ser Andorra
la Vella, un abuelito encantador que se llamaba Florenci (Florenci en
catalán, Florencio en castellano). El abuelito Florenci vivía en su
masía andorrana (que no almorrana, ese es otro cuento) rodeado de verdes
prados y campos de margaritas por doquier, tralará tralará, más un
perrillo con un ojo a la virulé y algo abstracto pero muy listo, ya que
parlaba molt bé el catalá y le seguía a todas partes sin rechistar, al
que llamó Cobi. El abuelito Florenci, que para desayunar se metía entre
pecho y espalda una pizza de Casa Tarradellas y un par de butifarras de
primera (haciéndole la butifarra a la OMS, al colesterol y al cáncer de
colón) amasó cuatro perrillas de nada, nadie sabe cómo ni dónde, y vivió
muchos años feliz y contento. Hasta que al final de sus días, ya en su
lecho de muerte, el abuelo Florenci llamó al seu fill Jordi para
comunicarle que le hacía heredero único de su legado, la calderilla y el
perrillo Cobi, además del amarilleado carné de sosi del Barsa, que por
entonces, como no ganaba copas ni nada, apenas tenía valor. A Don Jordi
sus amigos lo conocían como Pujol en honor a un defensa central de la
selección española con mucha testosterona y tupida melena de león, y
otros lo conocían como Joda, mayormente sus enemigos de la tribu de al
lado, esos bravucones españolazos que siempre estaban durmiendo la
siesta, matando vaquillas a hostias o dando golpes de Estado. Los
españolazos eran unos pesados porque andaban todo el rato metiéndose con
don Jordi por pesetero, por su corta estatura (Jordi enano, habla
castellano) y porque se explicaba raro, siempre para el cuello de la
camisa y entre toses, cof, cof, cof. Era don Jordi un hombre preparado y
afable llamado a construir un gran país llamado Catalonia Is Not Spain
(al final el nombre quedó en Catalonia a secas, por resumir y ahorrar,
que para algo Don Jordi era muy catalán) un país que ha dado al mundo un
pintor chiflado llamado Dalí, un jugador de fútbol que dribla como
nadie a los defensas centrales de Hacienda y unos castillos humanos
altísimos, auténtico deporte nacional en el que hay muchos lesionados
por los guarrazos y leches que se pegan al caer.
Don Jordi era algo así como un conde en
un pequeño condado decidido a hacer grandes cosas, un caudillo bajo en
estatura y con muy mala leche, como deben ser los caudillos, y gracias a
sus dotes de gobernante llegó a molt honorable president de la
Yeneralitá, un cargo tan importante como el de presidente de la
comunidad de vecinos, o incluso más. Durante años, don Jordi mantuvo en
secreto el pastizal que había heredado del abuelito Florenci, mutis por
el foro, en boca cerrada no entran moscas, cremallera total, por eso
hablaba atolondrado y para el cuello de la camisa, para que nadie
entendiera sus chanchullos, hasta que un buen día conoció a una princesa
en el pueblo que no era Belén Esteban sino lady Marta, de la que se
enamoró perdidamente y que le dio siete hijos, de ahí que, como en el
cuento de hadas, el populacho rebautizara a la señora como Martanieves
Ferrusola. Durante años, don Jordi se iba de cuando en cuando a los
madriles a negociar muchas pesetes y transferencies con un tal Felipe,
príncipe de los gitanos españolazos, y así fue como le sacó muchos
pactos fiscales, buenos aves y hasta una olimpiada en Barcelona, un
pelotazo fuerte en el que enchufó de mascota a su perrito Cobi. Se ve
que todo eso le dio dinero en cantidad y Felipe siempre miraba para otro
lado cuando don Jordi se metía en el bolsillo unas migajillas de un 3
por ciento de nada. En poco tiempo, la calderilla del abuelo Florenci se
multiplicó por once, creció como el milagro de los panes y los peces,
hasta llegar a los 40 millones de eurazos, millón arriba, millón abajo.
La princesa Martanieves y los siete enanitos estaban muy contentos y se
dedicaban a gestionar la pela que don Jordi traía a la masía.
Por la mañana, la bella Martanieves
(bella por decir algo, ya que con tanto dinero contrajo un hechizo malo y
se le puso cara más de bruja que de princesa) se iba de bancos con su
prole, los siete enanitos, y por la noche, ya extenuados de tanto patear
bancos y más bancos, regresaban a casa cantando aquello de aihó, aihó, a
casa a descansar. A la luz del candil, Martanieves contaba el dinero
que traía el rey de Catalonia ante la atenta mirada de los pequeñuelos,
que ya iban haciendo un cursillo acelerado de contabilidad a la
catalana. Los siete enanitos eran muy alegres, simpáticos y vivarachos y
vivían muy felices en la masía. Estaba Jordi Junior, que no era un
cantante de música ligera sino el mayor de la prole, un gran aficionado a
coleccionar coches de lujo, en plan chulo playa, venga porsches y
ferraris, más algún que otro volkswagen con el motor trucado con los que
se iba de rallys por la Costa Brava. También estaba Oriol Pujol, que se
lo pasaba en grande jugando a las ITV, había que verlo, cómo disfrutaba
el chiquillo moviendo maletines llenos de peles, de ITV en ITV, de oca
en oca y tiro porque me toca. Martita, por su parte, iba para
arquitecta, era la empollona intelectual de la familia con esas gafas de
culo de vaso que ni una secretaria del Un, Dos, Tres, pero al final se
quedó a medias y terminó de enchufada en el ayuntamiento de un reino muy
lejano. Por supuesto, también llegó alto. Oleguer Pujol era el
benjamín, el más pequeño en edad, que no en ingenio, y el más limpio del
clan ferrusoliano, eso sí, porque el niño blanqueaba que daba gusto,
todo lo dejaba muy limpio, los ferraris de la familia, los pasillos del
Palau de don Jordi, la Moreneta, a la que le pasaba el plumero los días
de misa, y sobre todo el dinero, el dinero que lo dejaba reluciente como
nadie. Luego la pela, ya bien limpia y aseada, se iba para Panamá,
México, Suiza, Reino Unido, Argentina, Liechtenstein, en fin, living la
vida loca, como Ricky Martin. Todos los días don Jordi despachaba la
cuentas con el secretario del partido, el señor Artur, un aprendiz
avezado que ahora quiere hacer de Catalonia Is Not Spain otra Andorra
independiente con bajos impuestos, mucho banco y mucho casino lleno de
putas del barrio chino por todas partes. Hay más enanitos en este cuento
y en esta fabulosa familia, pero nos llevaría un siglo contar todas sus
aventuras y peripecias. De modo que aquí nos quedamos, así fue como el
señor Don Jordi, rey de facto de Cataluña, su esposa Martanieves y los
siete enanitos se hicieron ricos, vivieron felices y comieron perdices.
Hasta que llegó la Policía a cortarles el rollo y un juez muy malo y muy
anticatalino les tomó manía y los imputó a todos sin rechistar, a
ellos, pobres, que solo tenían cuatro perrillas de nada legadas por el
abuelito Florenci. Malditos maderos españolazos con sus jueces
abominables. Si es que está claro que España nos roba. Colorín,
colorado.
Viñeta: L'Avi
No hay comentarios:
Publicar un comentario