(Publicado en Diario16 el 2 de mayo de 2022)
Los teléfonos móviles de Pedro Sánchez y Margarita Robles fueron pinchados por el programa Pegasus. El ministro de Presidencia, Félix Bolaños, ha convocado una rueda de prensa en día festivo (2 de mayo) para dar cuenta de unos “hechos de enorme gravedad”, mucho más teniendo en cuenta que el smartphone del presidente del Gobierno ha podido estar intervenido durante un año y que los hackers le han robado varios gigabytes de memoria, o sea, hasta las fotografías de la primera comunión.
De confirmarse el suceso, solo cabrían dos hipótesis explicativas: o estamos ante un ataque informático externo solo al alcance de los servicios secretos de un país extranjero (también de una gran multinacional) o el espionaje a Moncloa ha sido planeado desde dentro, es decir, desde los propios servicios secretos españoles.
En el primero de los supuestos, el Gobierno habría sido víctima de un complot internacional. No sería la primera vez que ocurre. Angela Merkel fue espiada y líderes europeos como Macron o Boris Johnson también han sufrido el acoso de las “pulgas” informáticas, aunque no lo hayan confesado oficialmente. No hace falta ser un avezado analista militar para entender quiénes son los posibles candidatos que podrían estar detrás de la amenaza: Rusia, Estados Unidos, Marruecos o el propio Israel. Los servicios de inteligencia de Moscú son los más poderosos del mundo y Putin siempre se ha mostrado interesado en desestabilizar la política interna española, mucho más después del estallido del procés de independencia en Cataluña y de la guerra en Ucrania, en la que nuestro país, no lo olvidemos, se ha implicado de lleno mediante el envío de material armamentístico a la resistencia ucraniana. Por tanto, no descartemos que el paranoico exagente del KGB haya vuelto a las andadas recordando sus viejos tiempos de la Guerra Fría. Putin es un nostálgico exacerbado y ya se sabe que todo exceso de nostalgia conduce a la melancolía y a la depresión, que en este caso se traduce en una recaída en el viejo vicio del micrófono oculto.
Estados Unidos podría ser otra mano que mece la cuna, sobre todo teniendo en cuenta que Joe Biden no se lleva con Sánchez, al que considera un peligroso rojo bolivariano (por eso le hace la cobra en las cumbres de la OTAN). Desde este punto de vista, la CIA podría no andar demasiado lejos. Recuérdese que el escándalo Pegasus fue aireado por primera vez por The New Yorker, una revista norteamericana que tiene más de suplemento cultural que de publicación política. En este asunto, como en casi todos, el contexto resulta determinante y la reciente crisis entre España y Marruecos (con el Polisario por medio) puede que tenga algo que ver. Es evidente que el Tío Sam posee sumo interés en saber qué está ocurriendo en la siempre inestable confluencia geoestratégica entre la puerta española del sur europeo y el norte de África. La región se ha convertido en uno de los puntos calientes del planeta, un polvorín, no solo por el trasiego yihadista y el terrorismo internacional sino porque por ahí pasa buena parte del tráfico de drogas mundial y las mafias de la inmigración ilegal. A Washington le interesa, y mucho, poner la oreja, estar al tanto de todo lo que ocurra en nuestro país y más concretamente todo lo que Pedro Sánchez esté pensando hacer en la zona. La hipótesis de que el espionaje viene del Pentágono no es descabellada por mucho que España y USA sean países aliados y socios en la OTAN.
Inevitablemente, la sospecha de la CIA conduce a Marruecos, el gran escudero estadounidense en África. En los últimos dos años las relaciones entre Madrid y Rabat se han deteriorado al extremo, hasta el punto de que ambos gobiernos llegaron a romper relaciones después de que a Mohamed VI le entrara un ataque de cuernos cuando España decidió dar acogida y hospitalización a Brahim Gali, el gran enemigo marroquí del Frente Polisario. Fue entonces cuando el monarca alauí abrió la frontera y una avalancha de espaldas mojadas se precipitó sobre la verja de la playa del Tarajal. Tras meses de alto voltaje en los que incluso se llegó a hablar de conflicto abierto por la soberanía de Ceuta y Melilla, la situación no se ha normalizado hasta hace unos días, cuando Pedro Sánchez ha decidido aceptar el plan marroquí para la autonomía del Sáhara, una claudicación impuesta por Washington con la que el Gobierno español reduce a papel mojado todas las resoluciones de la ONU sobre el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. Resulta difícil creer que un país en vías de desarrollo como Marruecos pueda pinchar el teléfono del presidente español, pero todo puede ocurrir en esta realidad distópica en la que nos han metido. De ser así, de confirmarse semejante brecha en la seguridad nacional, deberían saltar todas las alarmas, ya que colocaría a España a la altura de una república bananera. Ya sabemos que este es el país de la chapuza nacional y no se puede descartar nada.
La segunda línea de investigación, la que apunta a que el espionaje a Sánchez y a Robles venga de dentro, de los propios aparatos del Estado, resulta todavía más inquietante. Aquí ya no estaríamos hablando de graves fallos en los servicios de inteligencia impropios de un Estado moderno y avanzado sino de un nuevo caso de cloacas, de espías con licencia para matar y de elementos incontrolados que en lugar de trabajar al servicio del Estado estarían trabajando para derrocar a un Gobierno. Es decir, una siniestra trama contra la democracia, de manera que ya podemos empezar a sospechar quién está detrás: los poderes fácticos fascistas de toda la vida.
Por experiencia sabemos que, desde 1978, en nuestras fuerzas de seguridad pululan grupos salvajes, sicarios en la sombra que trabajan con su propio código ético, mercenarios al margen de la ley y de la autoridad judicial. Ahí están casos como el GAL, la guerra sucia contra ETA, los fondos reservados, la policía patriótica, el comisario Villarejo y tantos tristes episodios de nuestra historia reciente. Por lo visto, Sánchez no ha querido o no ha sabido desinfectar esos sucios albañales del Estado. O en palabras de Rufián: si no limpias tus cloacas, no te quejes de que las ratas te muerden. Por eso esta vez los independentistas (masivamente espiados por Pegasus) tienen buena parte de razón al sentirse víctimas de una caza de brujas. Mucho más cuando Margarita Robles, desde su escaño de las Cortes, llegó a sugerir que el mundo indepe se merecía ser espiado por malos españoles, lo que motivó los aplausos y vítores de la extrema derecha de Vox. Otra mancha en la hoja de servicios de la belicosa teniente O’Neil doña Margarita. Ahora Esquerra, Junts y la CUP hablan de cortina de humo para convertir a los verdugos en víctimas y a Sánchez en cazador cazado. Todos ellos creen que las explicaciones del Gobierno “no cuelan” y que solo tratan de desviar la atención del escandaloso episodio de vigilancia a la disidencia catalana. Lo único cierto es que, a fecha de hoy y pese a la polvareda política, va a resultar casi imposible saber quién le ha metido la pulga, el virus, o lo que sea, al presidente socialista. Pegasus es un Gran Hermano tan perfecto que no deja ni huella.
Viñeta: Álex, la mosca cojonera
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