(Publicado en Diario16 el 28 de abril de 2022)
El Gobierno de coalición ha salvado, sobre la bocina y por la mínima, su plan anticrisis. Al final Bildu y el BNG han dado los apoyos necesarios mientras que el PP ha votado en contra. El partido de Feijóo no se diferencia demasiado del que dirigió aquel Pablo Casado siempre filibustero, antisistema y rupturista. Hoy, el Ejecutivo progresista se jugaba a todo o nada no solo su futuro en la legislatura, también el destino del país. Necesitaba más que nunca esos ansiados 176 escaños para sacar adelante su nuevo programa para tiempos de guerra. En medio de una crisis galopante a causa de la pandemia, con la invasión de Putin recrudeciéndose por momentos y la extrema derecha seduciendo a los ciudadanos en toda Europa, era un buen momento para sumarse a un gran pacto de Estado capaz de resucitar la economía y rescatar a millones de españoles que sufren los estragos de la diabólica coyuntura internacional. Unos y otros, los que han antepuesto sus intereses partidistas y los que han hecho un ejercicio de responsabilidad por el bien común, han quedado retratados para la posteridad.
El plan que se debatía hoy en el Congreso de los Diputados no solo era positivo para el país, sino imprescindible para evitar una quiebra social. Ayudas contra la subida del precio de los carburantes, subvenciones agrícolas, pesqueras y ganaderas, créditos ICO por valor de 10.000 millones euros para reactivar a los sectores más afectados y una prórroga a la rebaja del IVA en la factura de la luz son propuestas más que meritorias que no deberían encontrar el rechazo de ninguna fuerza política responsable. Pero el PP, el supuesto nuevo PP de Feijóo, ha vuelto a decepcionar una vez más. Del principal partido conservador se esperaba un cambio de rumbo, un viraje desde la demagogia trumpista en que cayó Casado a la realpolitik. Muchos esperaban que los populares, siquiera por un momento, aparcaran su política de bloqueo sistemático y parálisis por puro electoralismo para dar un aval a la iniciativa del Gobierno, que en definitiva era el aval a mejoras en la calidad de vida de los trabajadores españoles. Sin embargo, cada vez está más claro que el Partido Popular ya solo vota lo que vote Vox. Feijóo, el presunto centrista Feijóo, el supuesto hombre de Estado Feijóo, sigue en las mismas. El complejo que sienten los populares ante los ultras parece incurable.
Lo del PP lo tenemos asumido, no podemos esperar nada de ese partido que se ha entregado al nuevo fascismo posmoderno. Pero lo de Esquerra Republicana de Cataluña duele. Un grupo político que se llama a sí mismo socialista, un aliado habitual del Gobierno en programas sociales, no puede, no debe, mercadear con el futuro de millones de personas. Los republicanos están indignados con el caso Pegasus, el escándalo de espionaje contra 63 cargos del independentismo catalán. Y tienen toda la razón en su enfado monumental. Ahora bien, hoy no tocaba hablar de eso. ¿Qué tiene que ver un asunto de cloacas del Estado que debe dirimirse en comisión parlamentaria y en sede judicial con el bienestar económico del pueblo? Cuéntele usted a un camionero, señor Rufián, que las familias de los transportistas no van a tener derecho a unas ayudas al carburante por una historia de espías del CNI que ni les va ni les viene y que suena a mala novela negra para las tertulias de unas élites políticas, de una casta, de un establishment que medra por ahí arriba en las altas esferas de la democracia. No lo entenderá. Es más, probablemente no lo perdonará y terminará votando a la extrema derecha. Y así va cuajando el nuevo nazismo 2.0, a base de errores de una izquierda desnortada y enfrascada en cuestiones que no sirven para que las clases humildes puedan llevar un plato de lentejas a casa.
De alguna manera, tras estallar el caso Pegasus, el Rufián socialista volvió a evaporarse, una vez más, dando paso al Rufián nacionalista. Hasta ahí llegó el supuesto izquierdismo del brillante parlamentario catalán. Al dirigente republicano no se le puede negar su valía y su talla política (su chiste de ayer sobre el PP, “son ustedes de centro, de centro penitenciario”, es sencillamente sublime). Pero hay algo que con demasiada frecuencia le pierde para la causa de la maltrecha izquierda europea: sigue fallándole el internacionalismo al que ha renunciado (una cualidad esencial en alguien que se considera socialista). Lo cual le lleva a confundir al enemigo principal, que no es el malvado Gran Hermano del Estado español que nos espía a todos, sino el gran capital, ya sea el Íbex 35 o la burguesía puigdemontista de Canaletas. Rufián sigue viendo el mundo convulso del siglo XXI desde su ombligo chovinista y territorial, desde el faro decimonónico de su terruño en Santa Coloma de Gramanet, del que parece no haber salido todavía, y eso que es un hombre viajado, leído y cosmopolita. Todo ello nos lleva a la misma conclusión de siempre (y mira que se lo hemos explicado aquí muchas veces): el nacionalismo irredento es absolutamente incompatible con la izquierda internacional porque, de una forma o de otra, siempre deviene en una suerte de aislacionismo endogámico, identitario, provincial, y en un egoísmo patriótico que termina por confundir el plan original, que no es otro que la lucha de clases y la derrota de las injusticias provocadas por el ultraliberalismo salvaje.
Entendemos que Margarita Robles no se lo ha puesto fácil a Rufián para votar sí. El alegato de ayer de la ministra de Defensa (“¿qué tiene que hacer un Estado cuando alguien vulnera la Constitución y declara la independencia”) fue más propio de 2017 que de 2022, un error mayúsculo en el peor momento. Si lo que pretendía el Gobierno era recabar los apoyos de Esquerra al plan anticrisis, horas antes del decisivo debate parlamentario, consiguió precisamente todo lo contrario. A doña Margarita deberían atarla en corto en Moncloa porque da la sensación de que su ardor guerrero, con esto de la guerra de Ucrania, la hace venirse arriba con demasiada frecuencia. Hasta los diputados de Vox aplaudieron su intervención. Con eso está todo dicho.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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