(Publicado en Diario16 el 21 de abril de 2022)
Entre los políticos europeos se está poniendo de moda viajar a Ucrania como si aquello fuese un parque temático del horror y la destrucción. Cuando los índices de popularidad están por los suelos, cuando el malestar social arrecia y la oposición aprieta, darse una vuelta por Kiev es mano de santo para levantar la imagen maltrecha del líder en horas bajas. Cualquier operación de propaganda se queda pequeña al lado de una buena foto junto a un grupo de pobres refugiados, un tanque despanzurrado o un hospital de maternidad reducido a escombros por los misiles asesinos de Putin. Un clásico de estos free tours consiste en fotografiar al político de turno sentado a una mesa, junto a otros mandos militares, ante un mapa de los diversos frentes de batalla y bajo la luz agonizante de un flexo, como si se tratara del mismísimo general Patton. Mientras tanto, los sufridos kievitas que ven pasar a los ilustres turistas se preguntan qué delito han cometido ellos para merecer no ya la crueldad de un sanguinario dictador sino la indolencia de la comunidad internacional.
Desde que comenzó el conflicto son legión los líderes del mundo libre que han visitado Ucrania, un país que el sátrapa de Moscú ha convertido en un inmenso museo de la muerte y la destrucción. Los primeros en abrir la veda de esta especie de turismo de guerra low cost fueron curiosamente los dirigentes de la Europa del Este: el polaco Mateusz Morawiecki; el primer ministro de la República Checa, Petr Fiala; el presidente de Eslovenia, Janez Jansa, y otros. Todos tienen en común el temor a ser invadidos por Rusia, pese a que alguno de ellos es más autócrata y más nazi que el propio Putin (de hecho unos y otros han compadreado con el loco genocida en el pasado).
Según cuentan las crónicas de la prensa internacional, los mandatarios del mundo exsoviético se metieron en un tren nocturno, en secreto y de incógnito, y se plantaron en Kiev para reunirse clandestinamente con Zelenski. Unos héroes de nuestro tiempo. Al día siguiente, los periodistas se encargaron de hacer la debida propaganda política poniéndole emoción al arriesgado viaje y publicando cosas como que la delegación diplomática se había jugado el tipo adentrándose tras las líneas enemigas, desafiando a las bombas, poco menos que reptando bajo las alambradas y dando muestras de un arrojo, un coraje y un valor solo a la altura de los más grandes estadistas. Desde el primer momento todo aquel operativo despidió un fuerte tufo a montaje político, a propaganda gubernamental, a burda patraña. Hay que ser muy ingenuo para tragarse ese cuento propio de una mala película de acción de Sylvester Stallone. Cualquiera sabe que el Teléfono Rojo sigue funcionando las 24 horas del día para todo aquel que quiera ponerse en contacto con el Zar de todas las Rusias. Lo más probable es que antes de partir rumbo a Kiev los políticos polacos, checos y eslovenos pactaran con Putin una mínima tregua para mantener su pellejo intacto, pero lo llevaron en el más estricto silencio. “¿Es el Kremlin? Díganles a sus francotiradores que se tomen un descanso, que vamos a pasar nosotros”. O sea, en plan Gila.
Desde entonces, por Kiev han pasado Ursula von der Leyen, Josep Borrell y hasta Boris Johnson, que esta vez aparcó sus sempiternas bermudas y se abstuvo de montarse una buena juerga de las suyas (queremos pensar que no lo hizo). Hasta Joe Biden se ha sumado a estos tours improvisados, aunque el hombre se quedó en la frontera con Polonia compartiendo unas pizzas con los soldados de la OTAN, no sabemos si por sus problemas de movilidad o porque esa puesta en escena al estilo barbacoa yanqui le reportaba más votos entre la opinión pública norteamericana.
Pese a tanto trasiego, hasta la fecha ninguno de los líderes occidentales (todos ellos supuestos activistas por la paz) ha conseguido detener la barbarie. Ninguno ha logrado que se respeten los corredores humanitarios. Y ninguno ha logrado ni un mal alto el fuego para que pueda intervenir la Cruz Roja llevando víveres y medicinas a los sufridos kievitas asediados. Ni siquiera Macron, que ha tratado de ponerse al frente de la diplomacia europea aunque nadie le haga caso, ha conseguido algo tangible y concreto. Más allá de la foto para el álbum de recuerdos, pocos avances. Al final, todos suelen dar por terminado el viaje relámpago de la misma manera: con un apretón de manos a Zelenski (que les agradece al apoyo cortésmente), con unas palmaditas en la espalda al jefe ucraniano y con la promesa de que en algún momento les enviarán un par de viejos aviones de época y unas cuantas balas oxidadas para ir tirando. Con las mismas se vuelven para Varsovia, ya a salvo tras el nuevo Telón de Acero desplegado por Vladímir Putin, y a rezar para que Mariúpol caiga cuanto antes dando por terminada la pesadilla.
El último en sumarse a la operación de mercadotecnia barata ha sido nuestro Pedro Sánchez, que no ha querido ser menos y también ha entrado en el juego del selfi rápido en tierras ucranias. Hubiese sido un crimen desperdiciar su percha de marine, su mentón de aguerrido sargento de los “boinas verdes” y su planta de fornido soldado Ryan para llevar a cabo una de esas operaciones de imagen tan absurdas como inútiles. El problema es que ir a Ucrania no es como darse un par de vueltas con el Falcon por el Mar Menor agonizante o sobre el volcán de la Palma. Allí está muriendo gente, hay genocidios a diario, fosas comunes, ejecuciones, crímenes de una crueldad indescriptible. El horror de una guerra como no se había visto desde hace casi un siglo. Mientras una plaga de comisionistas termina de darle la puntilla a la estuprada democracia española, mientras Feijóo ejerce ya de presidente in pectore con Vox subiendo como la espuma, mientras las clases trabajadoras pierden la fe en lo poco que queda ya de socialismo y de izquierda real, al Alto Mando monclovita no se le ocurre una jugada mejor para remontar el vuelo en las encuestas que enviar al general Sánchez Ike Eisenhower a tomarse un café con Zelenski, que queda muy típico en la foto de portada de los periódicos internacionales. Sembrar votos en un campo de batalla nunca puede ser una buena idea. Ojalá el presidente español sea quien pare esta maldita guerra con un buen plan de paz debajo del brazo; lo deseamos de veras con todas nuestras fuerzas. Mucho nos tememos que este viaje servirá de poco.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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