(Publicado en Revista Gurb el 3 de julio de 2015)
Los grandes escritores suelen acertar en la ficción pero acostumbran a
errar en la vida. Será porque a fin de cuentas resulta mucho más difícil
vivir que escribir. Es lo que le está ocurriendo estos días a Mario
Vargas Llosa, que en un calentón amoroso ha dejado a su mujer de toda la
vida y se ha largado con la filipina de porcelana, con la reina del
emporio Ferrero Rocher, con la Preysler. Querer ser feliz hasta el
último momento, apurar hasta la última gota de la vida, es algo que le
honra a Vargas, pero caer en las garras de La China, un hombre como él
que ha poseído a las mujeres más bellas, cultas y dignas del mundo, es
un error imperdonable que solo puede explicarse por la entrada del genio
en la triste y solitaria senectud. Lo último la Preysler, maestro, lo
último la Preysler. En la Preysler se cae por engatusamiento grave o
borrachera episódica, por írsele a uno la pinza o por desesperación. La
Preysler es como una isla perdida a la que solo llegan náufragos de la
vida agarrados al tablón podrido del dinero. Vargas no es uno de esos,
no da el perfil de la secta preysleriana. A los que teníamos al maestro
en un altar, no solo por sus gestas novelísticas sino por sus gestas
amorosas, se nos ha caído un mito al saber lo de su rollete, devaneo o
flirt con La China. Verlo caer en las manos cuché de esa mujer, verlo
haciendo la Hola, verlo como una foto-florero de portada que decora los
mejores sueños de la Preysler, es una decepción solo comparable a la que
uno siente al saber que Ada Colau ha nombrado concejala a una señora
meona que anda levantando la patita y echando su chorrillo de orín por
las calles de Murcia. Duele ver a un escritor de su talla en boca de los
condelecquios y bragueteros de los platós rosa, como choni por
rastrojo. Creíamos que Vargas era un dios y resulta que es solo un
mortal, un pobre mortal. Ha sido un hombre imperfecto en la realidad y
perfecto en la ficción. Estamos hablando del Vargas que llamó «cortesano
de Castro» a Gabo y luego le soltó un puñetazo celoso; el Vargas que se
ridiculizó a sí mismo metiéndose en política y saliendo con el rabo
entre las piernas; el Vargas de la derecha peruanita que acusó al
gobierno de Zapatero de haber ganado las elecciones gracias a las bombas
del 11M. Pero también el Vargas de
Los cachorros, de
Conversación en la Catedral, de
Pantaléon y las visitadoras.
De las cinco horas con Mario a la Preysler le sobran cuatro. A ella le
basta con diez minutos de revista para arruinar la vida y la fama de un
hombre, de un genio, de un mito. La exótica dama del colorín es el
último cementerio sentimental masculino, el desguace de los desahuciados
amorosos, el falso balneario donde un terminal se da los barros sucios y
las sales estériles del fingido amor antes de la hora crucial de la
muerte. Preysler es como un fantasma siempre fresco y joven que va
marchitando cuanto toca. La señora china es una enviudadora profesional
que no solo entierra hombres sino regímenes políticos enteros, épocas
gloriosas y funestas, momentos históricos completos. Ella solita y no
Ruiz Mateos fue quien se cargó el socialismo español en sus segundas
nupcias con Boyer, que te pego leche. Un veneno negro y dulce que se le
mete a uno en las venas hasta arruinarlo, una aventurera del amor que
cuando pilla cacho no lo suelta, eso es la Preysler. Cantantes,
marqueses y ministros de todo ringorrango y condición han pasado por su
filtro que hechiza y atonta. Julio Iglesias solo pudo entrar en el
mercado USA cuando la Preysler soltó correa y salió de su vida. Y desde
entonces ha sido un truhán y un señor que se ha tirado a tres mil, según
los biógrafos de Miami. La Preysler siempre ha vivido del pastón de la
exclusiva navideña con toda la familia posando alrededor de la cándida
chimenea. La Preysler ha bebido de sacar buenas bodas, buenos partidos y
buenos pelotazos del corazón. La Preysler es mujer de semanario,
experta en el hombre maduro y solvente (sobre todo solvente) para
relación seria y estable. Cuelga trofeos masculinos de caza en su salón
Luis XVI como quien cuelga cabezas de ciervo. Puro postureo, pura
sonrisa estirada, un jarrón chino sobre un piano de cola más falso que
una moneda de dos caras. Dicen que es la mujer en la que Vargas se ha
inspirado para escribir las
Travesuras de la niña mala, su
obra más redonda y sublime. Ahora lo entendemos todo. Ahora se entiende
esa obra universal. Un novelista escribe todo el tiempo la misma
historia, la historia de su vida. Sabíamos que la fama de mujeriego de
Vargas le precedía, pero eso es algo consustancial a todo gran escritor.
Un novelista busca el amor perfecto, que no existe, como busca la
novela perfecta, que tampoco. No seremos nosotros quienes juzguemos la
bragueta de nadie y mucho menos la del maestro. Hasta ahí podíamos
llegar. Pero sí estamos aquí para valorar sus errores y sus aciertos,
sus decisiones como hombre público, su trayectoria existencial. Muchos
han sido sus fallos vitales. Y el peor de todos, sin duda, liarse con la
Preysler. Con ésta le ha tocado la china, maestro. Pues colorín
colorado. Y hasta que Jorgeja los separe.
Ilustración: Iñaki y Frenchy
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