miércoles, 22 de julio de 2015

MARIO Y LA CHINA

(Publicado en Revista Gurb el 3 de julio de 2015)

Los grandes escritores suelen acertar en la ficción pero acostumbran a errar en la vida. Será porque a fin de cuentas resulta mucho más difícil vivir que escribir. Es lo que le está ocurriendo estos días a Mario Vargas Llosa, que en un calentón amoroso ha dejado a su mujer de toda la vida y se ha largado con la filipina de porcelana, con la reina del emporio Ferrero Rocher, con la Preysler. Querer ser feliz hasta el último momento, apurar hasta la última gota de la vida, es algo que le honra a Vargas, pero caer en las garras de La China, un hombre como él que ha poseído a las mujeres más bellas, cultas y dignas del mundo, es un error imperdonable que solo puede explicarse por la entrada del genio en la triste y solitaria senectud. Lo último la Preysler, maestro, lo último la Preysler. En la Preysler se cae por engatusamiento grave o borrachera episódica, por írsele a uno la pinza o por desesperación. La Preysler es como una isla perdida a la que solo llegan náufragos de la vida agarrados al tablón podrido del dinero. Vargas no es uno de esos, no da el perfil de la secta preysleriana. A los que teníamos al maestro en un altar, no solo por sus gestas novelísticas sino por sus gestas amorosas, se nos ha caído un mito al saber lo de su rollete, devaneo o flirt con La China. Verlo caer en las manos cuché de esa mujer, verlo haciendo la Hola, verlo como una foto-florero de portada que decora los mejores sueños de la Preysler, es una decepción solo comparable a la que uno siente al saber que Ada Colau ha nombrado concejala a una señora meona que anda levantando la patita y echando su chorrillo de orín por las calles de Murcia. Duele ver a un escritor de su talla en boca de los condelecquios y bragueteros de los platós rosa, como choni por rastrojo. Creíamos que Vargas era un dios y resulta que es solo un mortal, un pobre mortal. Ha sido un hombre imperfecto en la realidad y perfecto en la ficción. Estamos hablando del Vargas que llamó «cortesano de Castro» a Gabo y luego le soltó un puñetazo celoso; el Vargas que se ridiculizó a sí mismo metiéndose en política y saliendo con el rabo entre las piernas; el Vargas de la derecha peruanita que acusó al gobierno de Zapatero de haber ganado las elecciones gracias a las bombas del 11M. Pero también el Vargas de Los cachorros, de Conversación en la Catedral, de Pantaléon y las visitadoras. De las cinco horas con Mario a la Preysler le sobran cuatro. A ella le basta con diez minutos de revista para arruinar la vida y la fama de un hombre, de un genio, de un mito. La exótica dama del colorín es el último cementerio sentimental masculino, el desguace de los desahuciados amorosos, el falso balneario donde un terminal se da los barros sucios y las sales estériles del fingido amor antes de la hora crucial de la muerte. Preysler es como un fantasma siempre fresco y joven que va marchitando cuanto toca. La señora china es una enviudadora profesional que no solo entierra hombres sino regímenes políticos enteros, épocas gloriosas y funestas, momentos históricos completos. Ella solita y no Ruiz Mateos fue quien se cargó el socialismo español en sus segundas nupcias con Boyer, que te pego leche. Un veneno negro y dulce que se le mete a uno en las venas hasta arruinarlo, una aventurera del amor que cuando pilla cacho no lo suelta, eso es la Preysler. Cantantes, marqueses y ministros de todo ringorrango y condición han pasado por su filtro que hechiza y atonta. Julio Iglesias solo pudo entrar en el mercado USA cuando la Preysler soltó correa y salió de su vida. Y desde entonces ha sido un truhán y un señor que se ha tirado a tres mil, según los biógrafos de Miami. La Preysler siempre ha vivido del pastón de la exclusiva navideña con toda la familia posando alrededor de la cándida chimenea. La Preysler ha bebido de sacar buenas bodas, buenos partidos y buenos pelotazos del corazón. La Preysler es mujer de semanario, experta en el hombre maduro y solvente (sobre todo solvente) para relación seria y estable. Cuelga trofeos masculinos de caza en su salón Luis XVI como quien cuelga cabezas de ciervo. Puro postureo, pura sonrisa estirada, un jarrón chino sobre un piano de cola más falso que una moneda de dos caras. Dicen que es la mujer en la que Vargas se ha inspirado para escribir las Travesuras de la niña mala, su obra  más redonda y sublime. Ahora lo entendemos todo. Ahora se entiende esa obra universal. Un novelista escribe todo el tiempo la misma historia, la historia de su vida. Sabíamos que la fama de mujeriego de Vargas le precedía, pero eso es algo consustancial a todo gran escritor. Un novelista busca el amor perfecto, que no existe, como busca la novela perfecta, que tampoco. No seremos nosotros quienes juzguemos la bragueta de nadie y mucho menos la del maestro. Hasta ahí podíamos llegar. Pero sí estamos aquí para valorar sus errores y sus aciertos, sus decisiones como hombre público, su trayectoria existencial. Muchos han sido sus fallos vitales. Y el peor de todos, sin duda, liarse con la Preysler. Con ésta le ha tocado la china, maestro. Pues colorín colorado. Y hasta que Jorgeja los separe.

Ilustración: Iñaki y Frenchy

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