sábado, 25 de octubre de 2014

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA


  
(Publicado en Revista Gurb el 25 de septiembre de 2014)

Pedro Duque es el único español que ha contemplado la Tierra desde el espacio. Y nada menos que por partida doble, una en 1998 y otra en 2003. Nacido el 14 de marzo de 1963 en Madrid, está casado y tiene tres hijos. Duque, ingeniero aeronáutico por la Universidad Politécnica de Madrid y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional junto con los astronautas Chiaki Mukai, John Glenn y Valery Polyakov, es en la actualidad astronauta de la Agencia Espacial Europea, donde colabora con la Oficina de Operaciones de Vuelo en las actividades de la Estación Espacial Internacional. Gran aficionado a la natación, al submarinismo y a la bicicleta, asegura que la experiencia del espacio es "lo más raro que hay" y que se sigue preparando a fondo por si la Agencia Espacial Europea decide volver a ponerlo en órbita algún día. Está convencido de que si se destinaran los mismos recursos que se pusieron en juego en el proyecto Apolo para llegar a la Luna, el ser humano podría pisar suelo marciano en "diez o quince años". "No conozco a ningún astronauta que haya visto un ovni en el espacio", sentencia con escepticismo.

Foto: Marcial Guillén

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 24 de octubre de 2014

LA VOZ DEL DOMINGO



 (Publicado en Revista Gurb el 24 de octubre de 2014)

Pepe Domingo Castaño (Padrón, La Coruña, 1942) no es un periodista más. Es la voz de la radio, la voz de los domingos, la voz del fútbol con sus pasiones, sus alegrías y sus tristezas. Generaciones enteras han crecido con sus tonadillas simpáticas entre goles y sinsabores. Pepe Domingo no es historia de la radio, él es la radio, y además el único vendedor de España al que la gente no le tiene manía, más bien al contrario, Pepe es un personaje entrañable, como de la familia, y entra en los hogares españoles vendiéndote, entre boleros y ternura, unos zapatos Martinelli o un purito o un jamón Navidul y hasta le coges cariño por mucho que sepas que quiere colocarte una motosierra Stihl cuando tú no necesitas una motosierra Stihl, ni mucho menos una sopladora, pero estás dispuesto a comprárselo todo a Pepe, porque Pepe es ese amigo que siempre aparece para hacerte reír y cantar y porque sin Pepe las tardes de domingo ni son tardes ni son domingos. Dice que el periodismo que se hace ahora es peor que el de antes, que España está "periodísticamente muerta" por culpa de los intereses políticos de los periodistas y que solo se jubilará cuando pierda la ilusión por la radio, algo que todos sabemos no sucederá nunca.

Entrevista completa en Revista Gurb

EL PERRO Y LA RABIA

(Publicado en la Revista Gurb el 10 de octubre de 2014)


Violencias y delincuencias las hay de muchas clases, unas prohibidas y perseguidas, otras más o menos toleradas, aceptadas, institucionalizadas. Está la violencia ciega del yihadista que pierde la chaveta y se la hace perder a otros a machetazo limpio. Está la violencia del pederasta rijoso y bestial que acecha a las niñas en inocentes parques públicos. Y está la violencia del banquero corrupto que vive la vida loca a golpe de tarjetazo black, a tutiplén, con avaricia a fondo perdido, sin preocuparse lo más mínimo de los pobres ciudadanos que pasan por su lado muriéndose de hambre sin rechistar. Pero por encima de todo, está la violencia de un Estado que se permite imponer su santa autoridad y su poder intransigente sobre la vida de los otros. Hablo de la violencia de ese gobierno madrileño que ha decidido aplicarle la inyección letal al pobre Excalibur, el perro de la enfermera infectada por ébola que no se metía con nadie, el animal que hasta esta mañana era un ser feliz que disfrutaba con su simple ración de pienso y agua y que creía que los seres humanos eran sus mejores amigos.
No voy a entrar aquí en si hay demagogia o no en aquellos que se horrorizan porque Occidente se estremece ante la muerte de un perro mientras asiste indiferente al holocausto de cientos de niños en África. No creo que eso sea verdad, no creo que haya muchas personas con tan mala baba que no sientan una úlcera de dolor abriéndose en su interior cuando ven por la televisión cómo los pobres africanos caen como chinches por culpa del virus letal. Lo que ocurre es que contemplamos la desgracia ajena y a los cinco minutos, por un puro mecanismo de supervivencia, el cerebro se conjura para ponernos una venda en los ojos, para hacernos olvidar y así seguir viviendo. De otra manera nos volveríamos locos. Si un pobre mortal como cualquiera de nosotros es incapaz de resolver sus insignificantes problemas cotidianos cómo va a poder terminar con el hambre de mil millones de personas. Es imposible. Así que nos limitamos a sentir un temblor interior por el sufrimiento ajeno y seguimos tirando con el nuestro. Creo que todos estamos de acuerdo en que la vida de un niño africano lo merece todo, incluso el sacrificio de un perro y hasta de cien mil perros. Pero éste no era el caso. Matando gratuitamente a Excalibur, sin certificar si padecía la enfermedad o no, no se salvaba la vida de nadie y una vida, sea de hormiga, de topillo, de perro o de ser humano, es única, milagrosa, sagrada. Eso lo sabe bien ese bombero lúcido y sabio que practicó el boca a boca a un perro para tratar de salvarlo de un incendio. Donde hay vida hay conciencia y donde conciencia hay un hálito divino.
Un país avanzado como se supone que es España debería tener la suficiente sensibilidad y las leyes necesarias como para no verse obligado a exterminar a un perro brutalmente, totalitariamente, sin certificar antes si está sano o enfermo. Pero claro, España, la cerril y atávica España, está más en ese momento medieval del torneo del toro de La Vega, en el lanzamiento de cabras desde campanarios asesinos o en la caza indiscriminada de hermosos elefantes en monterías nauseabundas. Pues mientras no salgamos de ahí, seguiremos siendo un pueblo bárbaro incapaz de progresar, un pueblo sin valores ni principios humanistas. El nivel cultural de un pueblo se mide por el respeto que muestra hacia los animales. Si Dios existe está implícito en el último insecto de este mundo. En el caso de Excalibur se ha impuesto la lógica ciega y aplastante del Estado, la maquinaria histérica y aberrante de unos mandatarios sobrepasados por su propia incompetencia que no pensaban más que en quitarse la patata caliente de encima cuanto antes. Muerto el perro se acabó la rabia, han debido pensar. Qué gran forma de hacer política. Los animalistas que se han enfrentado a la Policía para tratar de evitar la muerte de Excalibur no eran locos iluminados sino avanzados a su tiempo. Quien no respeta la vida de un animal no es capaz de respetarse a sí mismo.
Miro a mi perro Kosmo y pienso que hay muy pocas personas en este mundo a las que quiera más que a él. Ese cuadrúpedo de mirada tierna e inteligente me ha sacado del pozo cuando estaba a punto de perderme en el abismo más lóbrego. Ese peludo de nariz de trufa tiraba de mí para levantarme del sofá y jugar conmigo a la pelota cuando ya no tenía fuerzas para seguir adelante. Ese amigo fiel me mira, empina las orejas puntiagudas y comprende perfectamente lo que estoy pensando y sintiendo. Pocos seres humanos han hecho tanto por mí como él. Con la mano en el corazón: me da mucha pena que la gente se esté muriendo de ébola en África y ojalá pudiera hacer algo por ellos. Eso es una cosa y otra muy distinta es que nunca permitiré que un juez adocenado o una ministra necia o un consejero de Sanidad inepto entre en mi casa para matar a mi perro. A uno de los pocos amigos fieles que me quedan ya. A un miembro de mi familia.

Ilustración: Artsenal

viernes, 10 de octubre de 2014

EL SENTIDO DE LA VIDA

 (Publicado en la Revista Gurb el 26 de septiembre de 2014)


Me cuenta Pedro Duque, mi astronauta de cabecera, que a Marte podríamos llegar en un rato si se destinara el parné suficiente para costear toda la cuchipanda, o sea la gasolina, los ingenieros, las latillas espaciales y las tuercas de la nave. ¿Pero ir a Marte para qué? Los científicos quieren encontrar agua en el planeta rojo y uno se plantea si no sería mejor buscar agua en Murcia, que los pobres lagartos ya van con cantimplora, como diría Chiquito de la Calzada. A fin de cuentas Marte es como Extremadura, solo que sin cabras. El ser humano necesita saber la causa de todo, como si de esa forma pudiera solucionar los males del mundo. Cuando finalmente descubre que la Tierra se está calentando por el efecto invernadero y que nos podemos ir todos al carajo por una mala insolación nos sentimos muy satisfechos y ufanos creyéndonos el ombligo del Universo por haber resuelto el gran misterio. Sin embargo, las soluciones ya las buscará otro, Al Gore o el primo de Rajoy, que para eso es catedrático de no sé qué. Especie absurda y estúpida ésta.
Yo no sé si debiéramos llegar a Marte para dejarlo todo perdido de folletos de Ikea, bolsas de El Corte Inglés y latas de coca cola. Hoy nadie se acuerda ya de la Luna. Aquello se lo montó Kennedy para despistar a todo el mundo y poder echar una canita al aire en el despacho oval. Mientras Armstrong dejaba su santa huellaca en suelo lunar y Aldrin iba de pingo en pingo entre cenizas y rocas muertas, el presidente andaba metido en otros polvos, prometiéndole su Luna particular a Marilyn. No te bajan la tapa del váter, te van a bajar la Luna, debió pensar la rubia maravillosa y eterna. Por mi parte, no niego que me apasionan los misterios del cosmos. Crecí con Spielberg y Carl Sagan, buenos amigos que con sus marcianos y naves espaciales hicieron volar mi imaginación y me ayudaron a evadirme de aquella infancia llena de colegios de curas, realismo sucio, tardofranquismos y transiciones. Todavía disfruto como un mamoncete leyendo ciencia ficción (los hipsters, o sea los progres de toda la vida, ahora la llaman literatura de anticipación) pero opino, como decía el filósofo aquel, que los males del mundo vienen de esa manía del hombre de no saber estarse quieto en su casa. Stephen Hawking se ha dejado ver por Canarias estos días. Se ha marcado un crucero de lujo por el Atlántico, ha comido mojo picón, ha dado un par de charlas y ha confesado que es más ateo que un billete de quinientos euros. Pero a la hora de explicar el origen de la creación, del big bang, de los agujeros negros y toda esa carraca cósmica, a la hora de mojarse sobre cómo nació este sindiós que es el Universo, el genio va y nos despacha diciéndonos que hoy por hoy –tras décadas de sesudo estudio, de dejarse dioptrías en el telescopio y de pasarse la vida entregado a fórmulas matemáticas incompresibles– todavía no sabe por qué existe. Tóquese los pies, señor Hawking, para ese viaje no hacían falta alfombras, como dijo el inculto aquel. Quién sabe. Quizá lo descubra dentro de un cuarto de hora. Yo de Hawking, más que con el astrofísico, me quedo con el hombre. Hay que tenerlos muy bien puestos para pasar, en apenas un chasquido de dedos, de las orgías y las birras universitarias de Cambridge a la silla de ruedas pilotada con una pajita en la boca. Ahí cree uno que radica el secreto de la vida, en la lección existencial del genio, en la fuerza de voluntad de un hombre que decide superar su mortalidad para convertirse en inmortal. "Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor", decía Schopenhauer.
Gallardón, flamante y feliz dimitido, es otro que ha aprendido lo que es el dolor, el dolor que le han infligido sus propios compañeros de partido, tan pérfidos y traidores ellos que lo han dejado solo, más solo que la una, con sus abortos a la carta para niñas pijas. Uf, eso tiene que escocer como unas ingles brasileñas depiladas con cuchillo jamonero, en plan burro, o sea. Los americanos nos llevarán a Marte algún día, no me cabe la menor duda. Encontrarán cubitos de hielo en los polos para una juerga con güisqui on the rocks, montarán un McDonald’s y luego se largarán por ahí, con viento fresco, hala, a destrozar otro planeta. Puede que en unos pocos siglos, si el ser humano sigue caminando aún sobre la faz de la Tierra, nos lleven a las estrellas y más allá. Pero mucho me temo que cuando lleguemos a Alfa Centauri seguiremos ignorando lo esencial, seguiremos sin tener pajolera idea de nada. El progreso consiste en la percepción equivocada de que vamos cada vez más deprisa cuando en realidad vamos cada vez más despacio. Antes de superar la velocidad de la luz hay misterios mucho más importantes por resolver aquí abajo, como por qué no entendemos la letra de los médicos, por qué hablamos con nuestros perros, por qué Esperanza Aguirre se ha dado de pronto a las trepidantes persecuciones policiales con la pasma, por qué a Isabel Gemio la llamaban Paca La Brava, o por qué las guiris de Magaluf practican el trueque de cubatas por chilindrinas. De modo que siéntese y relájese, ocupado lector, porque los científicos aún tardarán en aclarar cómo diablos se montó todo este pollo universal en el que andamos metidos. Mientras tanto, nos quedan los Monty Python y su necesario sentido de la existencia: "Mire siempre el lado brillante de la vida". Por cierto, que dicen por ahí que Cañete ha vendido ya sus petrodólares. Ése sí que sabe lo que es la vida. Dónde estará el probe Migué, que hace mucho tiempo que no sale…

Viñeta: Adrián Palmas

ECONOMÍA DE GUERRA

(Publicado en la Revista Gurb el 12 de septiembre de 2014)


Los yihadistas de Estado Islámico rebanan cabezas cristianas y juegan con ellas al polo (como en aquella vieja película de Huston); Israel pisotea niños-insecto en su patio trasero, en el Auschwitz de Gaza; los cárteles de la droga a tiro limpio en México deefe, última frontera de la coca; los coreanos se juegan el futuro del mundo a la ruleta nuclear; Putin, el hijo de Putin, arenga a sus cosacos de sangre y vodka en Ucrania. Es el mundo sacudido, estremecido por el sindiós de la guerra, la maldición cainita de la guerra, los cuatro jinetes del apocalipsis capitalista, porque la guerra no es otra cosa que la culminación perfecta de un sistema económico desalmado, injusto, criminal. Peste, hambruna, guerra. No hemos salido del Decamerón de Boccaccio.
Mientras escribo estas líneas me entero por La Sexta de que Emilio Botín acaba de espicharla, un infarto tonto se lo ha llevado por delante a él y a su castillo de naipes, dólares y ferraris, ese castillo que parecía una fortaleza eterna pero que es más falso que un lifting de Raphael. Botín El Botines. Los botines de Botín. La muerte no entiende de finanzas. Todos (por supuesto también El País) se deshacen en elogios hacia él y lloran la cara amable del gran hombre; todos vomitan palabras sarnosas e indecentes, cínicas e hipócritas, en recuerdo del gran banquero, del gran arquitecto de la usura, la injusticia y el expolio humano. El demonio ha muerto, larga vida al demonio. Hay que enterrar con honores al aparejador del desfalco, al Mefistófeles del dólar y el engaño. ¿Pero cuántas guerras se habrán sufragado con el dinero de las familias heráldicas de Botín? ¿Cuántos miles de armas se habrán comprado con el dinero custodiado por Botín? ¿Cuántas muertes a plazo fijo y al cero por ciento TAE (Matías Prats mediante) se habrán certificado con el dinero enfangado de Botín? La guerra del hombre contra el hombre se alimenta con la codicia y con los números engañosos de los del monóculo y los manguitos. Esta guerra de todos contra todos, de ricos contra pobres, de árabes contra sionistas, de norte contra sur, de poderosos contra esclavos, de empresarios contra parados, de opresores contra oprimidos, se financia gracias a los capataces que como Botín gobiernan el mundo a golpe de látigo y sucia comisión desde sus elevados rascacielos rojo sangre, rojo Banco Santander. La guerra no es el estado natural del hombre, como ha querido inculcarnos el filósofo coñazo aquel, la guerra es el producto inmediato y necesario del dinero. La guerra se planifica metódicamente en los despachos de los gobiernos, en las fábricas de la industria armamentística, en los consejos de administración de los grandes bancos, y se exporta más tarde, como un ébola contagioso y mortal, como una gran multinacional colonialista de odio y fuego que se extiende por todo el mundo, hasta el último rincón de África, donde niños famélicos empuñan el kalashnikov porque tienen miedo y hambre. La guerra solo sirve para dar novelones como Los desnudos y los muertos de Mailer, lo mejor que se ha escrito sobre el tema.
España, nostálgica de aquellos tiempos pasados en los que aún ganaba guerras, se ha quedado para enviar un puñado de militronchos a Afganistán, de cuando en cuando, aunque solo sea por llamar un poco la atención de la ONU y que parezca que aún pintamos algo en el mapamundi. España, país de cuatreros y miserables, lejos ya de las grandes guerras, vive ahora para chulearle la barcaza al Rey de Marruecos, para darle el ultimátum ridículo a los llanitos de Gibraltar o plantar el banderazo en Perejil con fuerte viento de Levante. Así, con esas incursiones esporádicas, con esas razias y amagos de guerrilla, el español macho y bravío va matando su mono bélico ancestral. Occidente arde en guerras por doquier porque así, a bombazo limpio, a golpe de guerra mala, es como este primate enloquecido va controlando su sobrante de población, su colesterol humano. Una buena guerra a tiempo mantiene a raya a los negritos del África tropical, que ya van siendo muchos y molestan con tanto dar saltitos en la valla de Melilla; una buena guerra regula la demografía mejor que cualquier campaña de condones y de paso se vende mucha metralla y mucho tanque oxidado para que los halcones del Pentágono, que mandan más que Obama, puedan sacar tajada y seguir jugando al golf y zumbándose a sus rubias de botella en plan Falcon Crest. A fin de cuentas, los generalotes rampantes de hoy, los tecnócratas de la muerte que nos teledirigen desde Washington, fueron los jipis de ayer. Y ya se sabe lo que decían aquellos melenudos fumados y cachondos: Haz el amor y no la guerra.

Viñeta: Igepzio

jueves, 9 de octubre de 2014

EL BLUES NEGRO DE A.M.GALLO



 (Publicado en Revista Gurb el 9 de octubre de 2014)

Oración sangrienta en Vallekas es la última novela de Alejandro M. Gallo (León, 1962). En ella, el inspector Ramalho Da Costa regresa para investigar varios crímenes, entre ellos el misterioso asesinato de un cura seguidor de la Teología de la Liberación en el que parece estar implicado el Vaticano. La trama le sirve a Martínez Gallo para elaborar un atinado collage de la España de hoy, una España fracturada entre ricos y pobres donde el estado de bienestar ha colapsado, la corrupción campa a sus anchas y todos los códigos morales han saltado por los aires, haciendo cada vez más inminente la amenaza de la ley de la jungla. "Todavía hay crímenes sin esclarecer en la Iglesia católica", asegura el novelista, quien está convencido de que es un error afirmar que fue la izquierda quien acabó con Dios, ya que a "Dios lo mataron entre la burguesía y el capitalismo durante la Revolución Francesa y el proceso de secularización posterior". Luchador infatigable por la recuperación de la memoria histórica, Gallo se siente un "hombre de orden" que sufre y padece con el dolor de las víctimas de los delitos y que aún confía en la grandeza del ser humano: "Ningún médico le dice a una embarazada que acaba de dar a luz: Oiga, ha tenido usted un delincuente", ironiza. Ramalho Da Costa, inspector que para resolver los casos actúa ya por libre, al margen del sistema policial, casi como un lobo solitario, alcanza en esta novela trepidante llena de humor cervantino y de personajes fascinantes la categoría de mito literario a la altura del mismísimo Pepe Caravalho, el detective de Vázquez Montalbán. "Mis personajes se mueven en la disyuntiva entre la ley y la justicia y al final han optado por la justicia", asegura el escritor. Martínez Gallo, XIV premio García Pavón de Novela Policiaca 2011, es además de licenciado en Filosofía, Ciencias Políticas y de la Educación, comisario jefe de la Policía Local de Gijón. También es colaborador de la Semana Negra que se celebra en la ciudad asturiana.

Entrevista completa en Revista Gurb