(Publicado en Diario 16 y en Revista Gurb el 20 de enero de 2017)
Bárcenas, el manso y aplacado Bárcenas
que declara esta semana en la Audiencia Nacional, nada tiene que ver con
aquel hombre sañudo y colérico que daba titulares a los periodistas con
la precisión de un reloj suizo, nunca mejor dicho. Este no es nuestro
Bárcenas, nos lo han cambiado. Qué lejos quedan ya aquellos días en los
que Luis El Cabrón, o simplemente Luis, entraba y salía de su palacete
madrileño, arrogante y ufano, fatuo y sonriente, con la seguridad que le
daba la carpeta sobaquera llena de números delictivos y el hecho de
saber que tenía cogidos por los cataplines a la plana mayor de Génova
13. Hoy todo eso ha cambiado, nada es lo mismo. Para él ha comenzado el
juicio final y la realidad se impone en toda su crudeza. Ya no es hora
de exclusivas, ni de jugar a los espías, ni de focos o platós, ni
siquiera de peinetas chulescas en aeropuertos internacionales camino de
algún paraíso fiscal, pista de esquí o ruta de evasión de capitales.
Ha llegado la hora en que la colonia de
un hombre se la juega, como decía el viejo anuncio aquel (la colonia de
Bárcenas es el pachuli barato de toda la vida), la hora de explicarse
ante un par de fiscalas con los ovarios bien puestos y unos magistrados
que no están para bromas ni para perder el tiempo. El banquillo de los
acusados y la consiguiente sombra fría de la cárcel afloja muchos
esfínteres, remueve muchas conciencias y agita muchos fantasmas y
remordimientos, tantos que hasta el tipo más bravo y duro del módulo de
preventivos se acaba derrumbando y se vuelve trémulo, taciturno,
amnésico. La Audiencia Nacional es la mejor silla de pensar, allí todo
hombre se replantea su futuro, y lo que ayer era la escandalosa Caja B
del Partido Popular hoy es una simple "contabilidad no oficial", "extracontable", una calderilla que Génova 13 tenía ahí metida,
guardada, para los gastos de luz, escalera y comunidad, o por si había
que invitar a alguien a un piscolabis en el palco del Bernabéu y poco
más. Lo que antes era una firma clara y diáfana del jefe, o sea Mariano,
tras trincar el jugoso sobresueldo, hoy es solo un borrón de tinta, una
cagarruta de pájaro, una tachadura difusa que no se sabe muy bien lo
que es ni de dónde demonios ha salido. Las bravuconadas y alegrías se
han terminado, el Leviatán del sistema se impone como un rodillo
aplastante y el que se mete con la Famiglia lo paga bien caro, ya lo ha
dicho José Luis Peñas, el exconcejal arrepentido que lo grabó todo y
destapó la Gurtel mucho antes que Esperanza Aguirre. Peñas acabará
pagando el pato, los platos rotos y hasta las costas del proceso. Y si
no al tiempo. La democracia es así de injusta: castiga al honrado y
premia al corrupto. Es la España que tenemos, la España de la posburbuja
inmobiliaria, que ha aniquilado más almas que el hierro cuerpos,
parafraseando a Scott Fitzgerald.
De modo que Bárcenas enmudece, Bárcenas
calla y otorga, Bárcenas no tira de la manta porque esa manta
maloliente, raída y piojosa es la que siempre lo ha tapado todo en
nuestro país: la financiación ilegal del partido, las cuentas en Suiza,
el cambalache de las puertas giratorias, los papeles de Panamá, las
mentiras de la Justicia, los polvos bárbaros del Rey, las comisiones
endulzadas con cocaína, los empresarios paganos que sostenían el
régimen, el sistema entero, en fin. Si Bárcenas tira de esa frazada todo
se va al garete −el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial−, y de
Montesquieu no queda en este país ni los calzoncillos. No, ya no es
momento de chulerías ni de echarse un farol al póquer con los agentes de
la UCO. Ya no es momento de ir por la Castellana sacando pecho ni
señalando con el dedo a los compañeros de partido que trincaban o
dejaban de trincar. Ha llegado el juicio, la hora de la verdad, el
cadalso donde una frase mal dicha, un error, un desbarre o desliz,
cuesta cinco años y pico de cárcel. Poca broma. Toca tirar del manual
urgente para reos en apuros: el no me consta, a mí no me mire, no me
acuerdo, pregúntenle usted a Rajoy, a mí qué me cuenta, toda la culpa es
del muerto, o sea Lapuerta, el abuelete senil que tiene un pie más allá
que acá. Lo que antes eran unos sobres repletos de dinero negro hoy son
unos aguinaldos navideños. Lo que antes eran unas evidentes cuentas del
partido en cajas fuerte de Suiza hoy son unos ahorrillos que el pobre
tesorero se ha sacado, con su innata habilidad para los negocios,
vendiendo figuritas de escayola y cuadros del rastrillo, más algo de
calzado deportivo, soja americana, arcilla y unas gafas de sol. Bárcenas
es que es como un puesto ambulante con patas. Ser un emprendedor es lo
que tiene, que empiezas de mantero y terminas en la lista Forbes.
El tiempo es el peor enemigo de la
verdad, el tiempo lo erosiona todo, y los papeles de Bárcenas se han
amarilleado y podrido con el tiempo, entre ríos de tinta, tertulias
televisivas estériles y retrasos judiciales. A nadie le interesa ya este
fulano patilludo con tupé de mafiosillo hortera, mentón prominente y
abrigo casposo estilo Chesterfield. Nadie teme ya al amortizado
dinosaurio salido del Pleistoceno. Hoy los tiempos han cambiado, todo es
distinto, se impone ser práctico, sujetar la lengua, quedar bien con la
Fiscalía, el buen rollito con los abogados del partido, un mal apaño
mejor que un buen juicio, cerrar cuanto antes este episodio inoportuno y
molesto y, si se puede, quitarse de encima unos cuantos años de cárcel,
que no vienen mal si uno quiere salir del trullo antes de que el hombre
llegue a Marte, allá por el 2030. Bárcenas lo tiene clarinete: pasar
página, olvidarse de los papeles que solo traen quebraderos de cabeza,
comerse el marrón, esconder la pasta que aún queda en el calcetín y
salvar a la fiel esposa, la bella durmiente Rosalía que nada sabía. "Ella no estaba al tanto de mis negocios. Yo le firmaba la declaración
de la renta haciendo un churro con su firma", ha dicho el tesorero. Pues
eso. Todo un caballero que al final ha sido fuerte. Tal como le pedía
el patrón.
Viñeta: El Koko Parrilla