(Publicado en Revista Gurb el 6 de enero de 2017)
Llegan sus majestades de Oriente, tan
puntuales y cumplidores como siempre, solo que este año vienen algo más
vilipendiados y maltrechos que de costumbre. Para visitar a los niños
europeos (los que aún crean en ellos, porque muchos andan ya con el
ligue de Facebook y pasan de estas cosas) sus majestades habrán tenido
que sortear numerosas trampas y peligros, como el cerco genocida de
Al-Asad, los bombazos de ISIS en Turquía, la cabalgata independentista
de Puigdemont, la biuti facha de Madrid que controla el desfile para que
Carmena no les cuele un rey mago republicano o uno gay, y en ese plan.
Quiere decirse que vivimos en un mundo en el que nadie cree en nada ni
respeta nada, ni siquiera el cuento maravilloso de los vejetes viajeros
de Oriente que antaño simbolizaron la magia de los sueños y que hoy se
instrumentaliza como reclamo de consumo fácil, tradición pisoteada y
arma política arrojadiza. Cada cual manipula a sus sufridas majestades a
su antojo, no ya para sacarles el consabido regalillo, que sería lo
lógico, sino para utilizarlas en función de sus propios intereses. Hemos
perdido la ilusión y la inocencia definitivamente y hoy en Barcelona no
veremos desfilar a Melchor, Gaspar y Baltasar, sino a unos mossos
d’esquadra entredudosos y travestidos de Reyes Magos repartiendo, a
diestro y siniestro, esteladas y panfletos entre los niños inocentes de
las Ramblas y Canaletas. La Navidad, en general, ha quedado para que la
Pedroche dé la campanada en Sol con sus translúcidos vestidos de carne
exótica, mientras los reyes de Oriente se han convertido en una troika
bancaria que marca el día grande del consumismo navideño en el
calendario de la pírrica economía española.
Los entrañables magos cada vez se
parecen más a ese caduco tripartito parlamentario (PP/PSOE/Ciudadanos)
en el que nadie cree y que ha desplegado un cordón sanitario alrededor
de los bárbaros y contagiosos podemitas. A Rajoy se le ha puesto toda la
cara de un Melchor acabado y decrépito, Rivera ejerce de heredero
Gaspar que empieza a controlar al camello y Baltasar debe ser sin duda
el enviado socialista que trabaja en negro, a la espera de que llegue el
deseado mesías. Antes, cuando éramos niños, los Reyes Magos venían
cargados de oro, incienso y mirra, aunque no supiéramos muy bien qué
demonios era la mirra, pero nos tragábamos el cuento. Hoy sospechamos y
nos tememos con razón que sus majestades de Oriente vienen cargados de
tarjetas blacks, de comisiones ilegales y de cuentas en Suiza. La
Iglesia, como no renueva ni moderniza su iconografía milenaria, ha visto
cómo a los honrados monarcas de Oriente, a punto de la prejubilación,
los adelantaban por la derecha los publicistas del Corte Inglés, Bill
Gates con sus juguetitos electrónicos que agilipollan al personal y el
americanizante y ario Papá Noel. El grueso barbudo lapón fabricado por
la Coca Cola es en realidad un infiltrado del capitalismo salvaje, un
agente de los Lehman Brothers, que no es un grupo musical, sino la
multinacional para la que trabaja ese hombre orondo que al grito
irritante de jou jou jou entra por la chimenea para colocarnos una
subprime o una hipoteca basura que termina por arruinarnos
irremisiblemente. Lo cual que al final medio país se queda a dos velas,
sin calefacción y a la intemperie, o sea desahuciado. Papa Noel es
racista como Donald Trump, por eso nunca llega a los niños de Alepo,
mientras que los Reyes Magos eran más mediterráneos, más mestizos y
sureños, más nuestros, y nos hermanaban con los pueblos de Oriente.
Todo ese espíritu se ha pervertido, todo
se ha tornado mercantil, sórdido, vacío y oscuro. Nos ciegan los focos
de neón de los centros comerciales, nadie cree en otra magia que no sea
la magia de Irina Shayk saliendo en ropa interior de una caja con lazo
rojo, la magia anestesiante del anuncio de colonia, la magia del dinero,
y hasta los culebrones navideños de Harry Potter y marcianitos verdes
de Star Wars se ruedan en serie, a granel, pervirtiendo la artesanía del
cine solo para que cuatro fulanos de Hollywood puedan dar el pelotazo
cinematográfico del siglo. Nosotros, de pequeños, éramos mucho más
felices con los juguetes pobres de toda la vida, con aquellos Reyes
Magos austeros, inocentes y atrasados, pero todavía auténticos. Peponas
tuertas y lloronas, muñecos de cuerda barnizados con pintura mala,
trenes eléctricos que siempre se atrancaban en medio de la vía, cándidos
patinetes y rudimentarias cámaras de Cinexin que proyectaban en la
pared desconchada del comedor, como sombras chinescas, dibujos en blanco
y negro del Tío Gilito y el Pato Donald. Pruebe usted a regalarle a un
niño de hoy en día una película muda que funciona al tran tran, a golpe
de manivela. Se la tirará a la cara sin dudarlo. Todo lo que no sea la
videoconsola tonta, el robot terrorífico, el dron ultrarrápido y el
Iphone 6 será inmediatamente rechazado por barato y cutre. De ahí para
arriba. Pero no nos pongamos apocalípticos. No todo está perdido. Al
menos este año sus majestades han llegado a tiempo para atizarle con una
buena bolsa de carbón a Federico Trillo, fatuo embajador en London,
trilero con esmoquin que jugaba a la ruleta de la muerte con los aviones
chatarra y nuestros bravos soldados. Los fantasmas valientes del Yak se
han revuelto en sus tumbas y han regresado del Más Allá para montarle
un consejo de guerra al señoritingo cartagenero. Los fantasmas siempre
vuelven por Navidad, ya lo decía Dickens. Se lo tiene merecido el
exministro. Por haber sido un niño malo.
Viñeta: El Koko Parrilla
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