miércoles, 29 de abril de 2015

R.R.

                                 (Publicado en Revista Gurb el 24 de abril de 2015)



Parecía Rajoy un indolente y fíjate tú cómo se las gasta el niño. Primero cayó Camps (allá por el Pleistoceno), luego Bárcenas, luego cayó Granados, Maroto el de la Moto, y así una retahíla de cadáveres muy exquisitos hasta llegar al mito, al icono, al intocable macho alfa: a R.R., o sea, a Rodrigo Rato. Quién nos lo iba a decir a nosotros. Creíamos que Mariano era más feliz que una perdiz sin hacerle daño a nadie y resulta que es un matador compulsivo, un sicokiller de la política, un mátalas callando que cuando empieza a liquidar gente se le calienta la mano y ya no puede parar. R.R. ha sido el último en probar el raticida con sabor a orujo del presidente gallego. Andaba él tan tranquilo y ufano por los salones dorados de Bankia y del Fondo Monetario Interneisional (también llamado fondo de reptiles), con su tarjeta black y sus cositas, sacando pecho de su milagrito españó, chuleando de ser el mago de las finanzas, el Harry Potter de los pitonisos de Harvard, que no se daba cuenta el pobre de que el jefe le había puesto el dedazo encima, le había echado las cruces, que estaba sentenciado, vaya. ¿Y por qué, me preguntarán ustedes? ¿Solo porque era el compañero de fiel pupitre de Aznar? ¿Por qué precisamente ahora, a un paso de las elecciones, carga Rajoy contra R.R. con toda la maquinaria implacable del Estado? Y yo qué sé, que qué sé yo, como diría aquel. Lo cierto es que nada es gratuito ni casual en política y mucho menos en 13 Rue del PPercebe. Génova es como un nudo de víboras, en plan Francois Mauriac. Rajoy los justifica mucho en público, los anima, sé fuerte amigo, aguanta, les da unas palmaditas en la espalda, pone la mano en el fuego bajo riesgo de chuscarrársela entera, se coloca delante de ellos, al lado, detrás arrimando cebolleta, donde haga falta, pero al final todos van cayendo como moscas. Uno tras otro. Sin perdón. Mucho ánimo y mucha tontería pero a la hora de la verdad, cuando se quieren dar cuenta, ya están todos en Alcalá Mecó, metidos en el traje a rayas primavera verano, cuarta planta módulo preventivo, y jugando a la brisca o escribiendo sus memorias en el trullo.
Tiene Rajoy arte y salero para echar el dulce veneno, el raticida, eso no se puede negar, deja caer el polvillo en los cafeses como quien no quiere la cosa, como sin querer, silenciosamente, y luego se va de mítines para decir que las instituciones funcionan, que no ha habido conspiración alguna contra Rato porque Rato es su amigo. Claro, claro, amigos para siempre. Con amigos así, señor presidente, no hacen falta enemigos. Yo a usted lo querría de amigo, pero usted a Boston y yo a California, bien lejos, que corra el aire, porque cuando le da la ventolera y le entran las convulsiones licántropas y los sudores fríos del asesino mortal, cuando le salen colmillos retorcidos y pelos en las manos y la barba se le extiende por todo el cuerpo y le da por aullar como un lobo enloquecido mirando a la Luna llena, como un Míster Hyde de la política, solo piensa en clave de liquidar, en clave de cargarse a alguien, de comerse a un tío. Donde el presidente pone el ojo pone la bala, aunque sea estrábico y se le vaya un ojo a la virulé. Ya apuntará él para otro sitio para compensar el estrabismo y acertar de lleno en la presa. Tras su apariencia lánguida y mustia de funcionario gris y apollardado hay un serial killer, un ser despiadado, un estadista desalmado y brutal. Ya puede ser la víctima el hombre más poderoso del FMI, del G20 o de su comunidad de vecinos, que se puede dar por muerto si a Rajoy se le mete entre ceja y ceja. El presidente va teniendo ya muchas muesquitas en su revólver. Y eso que parecía una muesquita muerta. Rajoy está demostrando que maneja la suerte del raticidio como nadie, vaya que sí, no le hace falta ni mancharse las manos, él sale limpio, inconsútil, siemprevirgen. Le da el encargo a Guindos/Montoro, sicarios full time, y a otra cosa butterfly. Que parezca un accidente. Mandan a los de Aduanas en medio de la noche para que saquen de la cama al interfecto. Ponen unos cuantos figurantes en la puerta, fotógrafos, muchos fotógrafos haciendo bulto y dispuestos a inmortalizar el momento estelar. Congelan el minuto histórico y así el caído en desgracia puede contárselo a sus nietos, como una batallita más, el día de mañana. Mira Paquito, éste es el policía tan amable que le puso la mano en la colleja al abuelito para que no se hiciera daño al entrar en el camuflado. Cómo se las gastaba Marianico. Pues no era tan corto como parecía. Más bien Cosa Nostra. Pura mafiosidad. Porca miseria.

Viñeta: El Koko Parrilla

LA CALLE


(Publicado en Revista Gurb el 10 de abril de 2015)

Cuando al pueblo ya se lo han arrebatado todo, solo le queda la calle. La calle como territorio virgen de libertad y conquista social, la calle como expresión máxima de democracia, la calle como último refugio. Por eso al señor Rajoy y su ministril de Interior, Jorge Fernández, les parece mal que el gentío airado y descontento ande suelto por la calle, y mucho menos a las tantas de la noche y después de cenar, que eso levanta mucho alboroto y luego se nos quejan los vecinos de los barrios bien. La derecha siempre ha antepuesto el orden a la libertad, el poder clasista al interés general, los privilegios de algunos a los derechos de todos. Ahora, con los parias de la famélica legión de Podemos, de Ciudadanos y otros llamando a las puertas del Parlamento sagastacanovino, el Gobierno tiene miedo a perderlo todo. Por eso dicta esta infame ley mordaza, que es como el toque de queda a nuestra joven democracia, como una ley concertina para encerrar al pueblo en un gueto de silencio. El silencio es la peor de las mentiras, ya lo dijo el maestro Unamuno. El silencio es la melodía más perfecta y hermosa que existe, me gustas cuando callas porque estás como ausente, aquello de Neruda, o sea. Pero condenar al pueblo al régimen político del silencio, cerrarle el pico de mala manera, es una expresión clara y palmaria de totalitarismo vintage. Con la excusa de los escraches y de los cuatro locos violentos que practican la pedrada olímpica al cajero automático pretenden recortarnos un mandamiento sagrado de nuestra bíblica Constitución: el derecho a salir a la calle a reunirnos y a protestar contra las injusticias y las tropelías del Estado/Leviatán.
Quieren taparle la boca al pueblo para que no pueda responder en la calle a las trolas macroeconómicas de Guindos/Montoro, al chocheo de la vieja Aguirre (la señora está ya de campaña y no hace otra cosa que ir besando pobres por ahí) a las estupideces de Floriano El Florero, a las crueldades del sicótico Hernando y a las ocurrencias del desvaído Rajoy. Antes al menos el pueblo tenía la mina, el astillero, el barco, la oficina, el andamio, el campo, un puesto de trabajo, un algo a lo que agarrarse cada día, y allí pasaba las horas trabajando y despotricando del Gobierno y de la vida. Pero es que ahora ya no tiene nada de eso porque el trabajo dignamente remunerado se ha convertido, no en un bien escaso, sino en la última utopía. ¿Qué salida les queda a esos ocho millones de pobres condenados a la agonía de una pandemia de miseria y olvido? ¿A dónde puede ir el parado de eterna duración enganchado al caballo narcotizante del subsidio, el desahuciado que duerme con la noche estrellada por techo, el inmigrante que se siente huérfano de negrero capataz? Es evidente que a la calle, a la puta calle. A protestar y a patalear y a gritar las cuatro consignas de siempre contra el Gobierno. Mariano mandón, trabaja de peón.
Pretenden confinar la voz del ciudadano en el campo de concentración del miedo y el silencio, coser a multazos el bolsillo dolorido del pueblo. Cuando el PP se desangra en reyertas intestinas, cuando acaban de largar de su casa a una familia enferma por no pagar 19.000 cochinas pesetas de las de hace cincuenta años, cuando los filibusteros del clan Gurtel/Bárcenas pretenden irse de rositas anulando el juicio por defectos formales, cuando la Infanta Cristina se hace la tonta y declara que no sabía lo que firmaba y Chaves y Griñán se lavan las manos sucias por el fango de los ERES, es entonces cuando la calle cobra más sentido que nunca, es justo en ese instante cuando no cabe otra salida que la purificadora calle, la calle y la desobediencia civil ante una ley franquista y represora, como ha dicho muy bien el digno Llamazares. La democracia no consiste solo en echar a la urna la fría y rutinaria papela cuatrienial, como pretenden hacernos creer nuestros políticos. La democracia se ejerce y se defiende en la vía pública, en las plazas, en los mercados, y a este país todavía le hace falta mucha calle porque le hace falta mucha justicia social. Nadie va a regalarnos un Estado justo y solidario si nos quedamos haciendo tumbing en el sofá, viendo los estúpidos anuncios, tragándonos las groseras manipulaciones del Nodo de TVE, languideciendo con las peripecias infantiloides de los gandules semiidiotas de GH Vip. El Gobierno pretende enterrar el grito justo de un pueblo bajo la lápida del Código Penal. Pero el grito ciudadano, aunque sea mudo como el de Munch, todavía puede derribar la Bastilla de Moncloa. Hay tiempo para revolverse bajo las porras de los antidisturbios y decir basta ya. Antes de que saquen a los grises a la calle y acaben a hostias con la democracia.

Ilustración: Artsenal 

viernes, 24 de abril de 2015

UN SEÑOR DE VIETNAM


(Publicado en Revista Gurb el 24 de abril de 2015)

Charlar con Diego Carcedo (Cangas de Onís, 1940) es hacerlo con un veterano pionero, un mito de la televisión española. Precursor del nuevo periodismo español de los setenta, reportero de guerra y aventurero incansable (afirma haber puesto pie en todos y cada uno de los países de la Tierra) fue durante años el corresponsal de TVE en Nueva York, ese periodista con aspecto de filósofo insomne y barba espesa que se colaba en nuestros hogares en blanco y negro, más tarde en color, para poner voz y rostro a las noticias del mundo desde el Empire State, Broadway o la Estatua de la Libertad. Conectamos con Diego Carcedo, decía la peripuesta presentadora desde los estudios en Prado del Rey, y ahí aparecía él, el reportero solitario de la Gran Manzana, entre la riada de taxis amarillos, la neurótica muchedumbre neoyorquina y las rabiosas luces de neón de Times Square, con su dicción perfecta, su estilo descreído de contar las noticias del convulso siglo XX y una vida apasionante a cuestas que era la envidia de todos los que teníamos el sueño inalcanzable de ser, algún día, periodistas y enviados especiales en Nueva York. Hoy hace un alto en el camino y nos concede una entrevista poco antes de su conferencia en la Casa de León en Gijón, donde, ante un público entregado recordó mil y una anécdotas de su azarosa vida como reportero. Los desastres de la guerra, Vietnam, África, Centroamérica, el estallido del sida, los vaivenes de Wall Street, la luchas raciales en Estados Unidos, las matanzas de francotiradores enloquecidos, la guerra fría, la carrera espacial, los presidentes que llegaban a la Casa Blanca, el nacimiento del islamismo radical… En pocas palabras, telediario a telediario, conexión a conexión, reportaje a reportaje, nos ha ido contando la vertiginosa historia contemporánea. Y todo eso a la hora de comer y sin movernos del salón de nuestras casas. Todo eso sin que nos diéramos cuenta.

Foto: José Antequera

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 10 de abril de 2015

EL PROFETA DE LA ECONOMÍA


(Publicado en Revista Gurb el 10 de abril de 2015)

Alguien dijo en cierta ocasión que el economista es ese experto que mañana sabrá explicar por qué las cosas que predijo ayer no han sucedido hoy. Pero José María Gay de Liébana (Barcelona, 1953) no es de esos eruditos que pronostican a toro pasado. Él se moja, se mojó cuando España se acercaba peligrosamente al abismo de la crisis económica avisándonos de que íbamos por mal camino y se moja ahora augurando que en España las cosas nunca serán como antes de que estallara la burbuja inmobiliaria. "Aquellos sueldos fantásticos que cobrábamos, aquellos bonos maravillosos, quedarán ya fuera del mapa". Hábil ensayista, hincha del Espanyol de Barcelona y por tanto sufridor, ex fumador empedernido (o sea, siempre en proceso de rehabilitación), Gay de Liébana es el economista de cabecera que explica a los espectadores de La Sexta y de otras cadenas, con gracia y palabras comprensibles, por qué no llegan a final de mes, por qué el precio del pollo se pone por las nubes de repente y por qué llenar el depósito de gasolina es, cada día más, un milagro bíblico. "Nuestro modelo económico sigue anclado en la España de Franco", asegura en una entrevista concedida en exclusiva a Revista Gurb. Liébana es ese profesor simpático y afable que hace que la economía no sea un reducto de técnicos a los que nadie entiende. A fin de cuentas, y aunque nos duela, el dinero manda. Y el hombre moderno no es solo homo sapiens, sino también homo economicus.

Entrevista completa en Revista Gurb