miércoles, 29 de abril de 2015

LA CALLE


(Publicado en Revista Gurb el 10 de abril de 2015)

Cuando al pueblo ya se lo han arrebatado todo, solo le queda la calle. La calle como territorio virgen de libertad y conquista social, la calle como expresión máxima de democracia, la calle como último refugio. Por eso al señor Rajoy y su ministril de Interior, Jorge Fernández, les parece mal que el gentío airado y descontento ande suelto por la calle, y mucho menos a las tantas de la noche y después de cenar, que eso levanta mucho alboroto y luego se nos quejan los vecinos de los barrios bien. La derecha siempre ha antepuesto el orden a la libertad, el poder clasista al interés general, los privilegios de algunos a los derechos de todos. Ahora, con los parias de la famélica legión de Podemos, de Ciudadanos y otros llamando a las puertas del Parlamento sagastacanovino, el Gobierno tiene miedo a perderlo todo. Por eso dicta esta infame ley mordaza, que es como el toque de queda a nuestra joven democracia, como una ley concertina para encerrar al pueblo en un gueto de silencio. El silencio es la peor de las mentiras, ya lo dijo el maestro Unamuno. El silencio es la melodía más perfecta y hermosa que existe, me gustas cuando callas porque estás como ausente, aquello de Neruda, o sea. Pero condenar al pueblo al régimen político del silencio, cerrarle el pico de mala manera, es una expresión clara y palmaria de totalitarismo vintage. Con la excusa de los escraches y de los cuatro locos violentos que practican la pedrada olímpica al cajero automático pretenden recortarnos un mandamiento sagrado de nuestra bíblica Constitución: el derecho a salir a la calle a reunirnos y a protestar contra las injusticias y las tropelías del Estado/Leviatán.
Quieren taparle la boca al pueblo para que no pueda responder en la calle a las trolas macroeconómicas de Guindos/Montoro, al chocheo de la vieja Aguirre (la señora está ya de campaña y no hace otra cosa que ir besando pobres por ahí) a las estupideces de Floriano El Florero, a las crueldades del sicótico Hernando y a las ocurrencias del desvaído Rajoy. Antes al menos el pueblo tenía la mina, el astillero, el barco, la oficina, el andamio, el campo, un puesto de trabajo, un algo a lo que agarrarse cada día, y allí pasaba las horas trabajando y despotricando del Gobierno y de la vida. Pero es que ahora ya no tiene nada de eso porque el trabajo dignamente remunerado se ha convertido, no en un bien escaso, sino en la última utopía. ¿Qué salida les queda a esos ocho millones de pobres condenados a la agonía de una pandemia de miseria y olvido? ¿A dónde puede ir el parado de eterna duración enganchado al caballo narcotizante del subsidio, el desahuciado que duerme con la noche estrellada por techo, el inmigrante que se siente huérfano de negrero capataz? Es evidente que a la calle, a la puta calle. A protestar y a patalear y a gritar las cuatro consignas de siempre contra el Gobierno. Mariano mandón, trabaja de peón.
Pretenden confinar la voz del ciudadano en el campo de concentración del miedo y el silencio, coser a multazos el bolsillo dolorido del pueblo. Cuando el PP se desangra en reyertas intestinas, cuando acaban de largar de su casa a una familia enferma por no pagar 19.000 cochinas pesetas de las de hace cincuenta años, cuando los filibusteros del clan Gurtel/Bárcenas pretenden irse de rositas anulando el juicio por defectos formales, cuando la Infanta Cristina se hace la tonta y declara que no sabía lo que firmaba y Chaves y Griñán se lavan las manos sucias por el fango de los ERES, es entonces cuando la calle cobra más sentido que nunca, es justo en ese instante cuando no cabe otra salida que la purificadora calle, la calle y la desobediencia civil ante una ley franquista y represora, como ha dicho muy bien el digno Llamazares. La democracia no consiste solo en echar a la urna la fría y rutinaria papela cuatrienial, como pretenden hacernos creer nuestros políticos. La democracia se ejerce y se defiende en la vía pública, en las plazas, en los mercados, y a este país todavía le hace falta mucha calle porque le hace falta mucha justicia social. Nadie va a regalarnos un Estado justo y solidario si nos quedamos haciendo tumbing en el sofá, viendo los estúpidos anuncios, tragándonos las groseras manipulaciones del Nodo de TVE, languideciendo con las peripecias infantiloides de los gandules semiidiotas de GH Vip. El Gobierno pretende enterrar el grito justo de un pueblo bajo la lápida del Código Penal. Pero el grito ciudadano, aunque sea mudo como el de Munch, todavía puede derribar la Bastilla de Moncloa. Hay tiempo para revolverse bajo las porras de los antidisturbios y decir basta ya. Antes de que saquen a los grises a la calle y acaben a hostias con la democracia.

Ilustración: Artsenal 

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