(Publicado en Revista Gurb el 24 de abril de 2015)
Parecía Rajoy un indolente y fíjate tú
cómo se las gasta el niño. Primero cayó Camps (allá por el Pleistoceno),
luego Bárcenas, luego cayó Granados, Maroto el de la Moto, y así una
retahíla de cadáveres muy exquisitos hasta llegar al mito, al icono, al
intocable macho alfa: a R.R., o sea, a Rodrigo Rato. Quién nos lo iba a
decir a nosotros. Creíamos que Mariano era más feliz que una perdiz sin
hacerle daño a nadie y resulta que es un matador compulsivo, un
sicokiller de la política, un mátalas callando que cuando empieza a
liquidar gente se le calienta la mano y ya no puede parar. R.R. ha sido
el último en probar el raticida con sabor a orujo del presidente
gallego. Andaba él tan tranquilo y ufano por los salones dorados de
Bankia y del Fondo Monetario Interneisional (también llamado fondo de
reptiles), con su tarjeta black y sus cositas, sacando pecho de su
milagrito españó, chuleando de ser el mago de las finanzas, el Harry
Potter de los pitonisos de Harvard, que no se daba cuenta el pobre de
que el jefe le había puesto el dedazo encima, le había echado las
cruces, que estaba sentenciado, vaya. ¿Y por qué, me preguntarán
ustedes? ¿Solo porque era el compañero de fiel pupitre de Aznar? ¿Por
qué precisamente ahora, a un paso de las elecciones, carga Rajoy contra
R.R. con toda la maquinaria implacable del Estado? Y yo qué sé, que qué
sé yo, como diría aquel. Lo cierto es que nada es gratuito ni casual en
política y mucho menos en 13 Rue del PPercebe. Génova es como un nudo de
víboras, en plan Francois Mauriac. Rajoy los justifica mucho en
público, los anima, sé fuerte amigo, aguanta, les da unas palmaditas en
la espalda, pone la mano en el fuego bajo riesgo de chuscarrársela
entera, se coloca delante de ellos, al lado, detrás arrimando cebolleta,
donde haga falta, pero al final todos van cayendo como moscas. Uno tras
otro. Sin perdón. Mucho ánimo y mucha tontería pero a la hora de la
verdad, cuando se quieren dar cuenta, ya están todos en Alcalá Mecó,
metidos en el traje a rayas primavera verano, cuarta planta módulo
preventivo, y jugando a la brisca o escribiendo sus memorias en el
trullo.
Tiene Rajoy arte y salero para echar el
dulce veneno, el raticida, eso no se puede negar, deja caer el polvillo
en los cafeses como quien no quiere la cosa, como sin querer,
silenciosamente, y luego se va de mítines para decir que las
instituciones funcionan, que no ha habido conspiración alguna contra
Rato porque Rato es su amigo. Claro, claro, amigos para siempre. Con
amigos así, señor presidente, no hacen falta enemigos. Yo a usted lo
querría de amigo, pero usted a Boston y yo a California, bien lejos, que
corra el aire, porque cuando le da la ventolera y le entran las
convulsiones licántropas y los sudores fríos del asesino mortal, cuando
le salen colmillos retorcidos y pelos en las manos y la barba se le
extiende por todo el cuerpo y le da por aullar como un lobo enloquecido
mirando a la Luna llena, como un Míster Hyde de la política, solo piensa
en clave de liquidar, en clave de cargarse a alguien, de comerse a un
tío. Donde el presidente pone el ojo pone la bala, aunque sea estrábico y
se le vaya un ojo a la virulé. Ya apuntará él para otro sitio para
compensar el estrabismo y acertar de lleno en la presa. Tras su
apariencia lánguida y mustia de funcionario gris y apollardado hay un
serial killer, un ser despiadado, un estadista desalmado y brutal. Ya
puede ser la víctima el hombre más poderoso del FMI, del G20 o de su
comunidad de vecinos, que se puede dar por muerto si a Rajoy se le mete
entre ceja y ceja. El presidente va teniendo ya muchas muesquitas en su
revólver. Y eso que parecía una muesquita muerta. Rajoy está demostrando
que maneja la suerte del raticidio como nadie, vaya que sí, no le hace
falta ni mancharse las manos, él sale limpio, inconsútil, siemprevirgen.
Le da el encargo a Guindos/Montoro, sicarios full time, y a otra cosa
butterfly. Que parezca un accidente. Mandan a los de Aduanas en medio de
la noche para que saquen de la cama al interfecto. Ponen unos cuantos
figurantes en la puerta, fotógrafos, muchos fotógrafos haciendo bulto y
dispuestos a inmortalizar el momento estelar. Congelan el minuto
histórico y así el caído en desgracia puede contárselo a sus nietos,
como una batallita más, el día de mañana. Mira Paquito, éste es el
policía tan amable que le puso la mano en la colleja al abuelito para
que no se hiciera daño al entrar en el camuflado. Cómo se las gastaba
Marianico. Pues no era tan corto como parecía. Más bien Cosa Nostra.
Pura mafiosidad. Porca miseria.
Viñeta: El Koko Parrilla
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