lunes, 25 de mayo de 2015

Y EL MESÍAS ENTRÓ EN JERUSALÉN


 

(Publicado en Revista Gurb el 22 de mayo de 2015)

Estragado ya por tanta mentira de campaña, me armo de valor y decido acudir al mitin de Pablo Iglesias. Últimamente él y yo andamos peleados, como esa pareja que lleva poco saliendo y que, pasado el momento del flechazo, empieza a conocerse, a saber cómo son en realidad, a tantearse las virtudes y los defectos. Me sigue gustando su forma de decir las cosas, su retórica brillante, los ideales nobles y elevados, la fusta con la que atiza a los camastrones y adocenados de la casta. No me gusta la soberbia de tertuliano de televisión con la que a veces se maneja, ni su pose de sobrado que aún no ha ganado nada, ni sus flirteos con las repúblicas bananeras. Fue un error de bulto insultar a Inda y llamarlo Don Pantuflo, por mucho que Inda se lo tuviera merecido. Otro desatino grave regalarle Juego de Tronos al rey Felipe. Un auténtico estadista no debe caer en espectáculos circenses. Cuando Pablo empezó a hacer cosas raras comenzó a desinflarse el sueño de Podemos.
Estamos en Oviedo, Asturias, cuna de miserias y revoluciones. Es un día gris, una niebla mortecina envuelve la montaña. Puede llover en cualquier momento. Aquí empezó todo: la revolución, la lucha obrera, el sueño imposible de la izquierda española. Decía Junger que España es una idea platónica, una utopía. El mesías ha entrado en Jerusalén para vendernos su utopía. Llega dispuesto a reclamar su reino que no es de este mundo. No viene montado en una burra ni hay un mar de hojas de palma oleando a su paso. Ha llegado en un utilitario, que es la mulilla de los pobres del siglo XXI, y lo que se agitan son decenas de banderas moradas y republicanas. Se ha congregado una multitud de enfervorecidos, fieles devotos que creen en el salvador a pecho descubierto. Ahí están los desahuciados del Gobierno, los tullidos de los recortes, los ciegos de la democracia, los silicosos de la mina y de la vida, los leprosos del sistema. Más que una plaza pública, esto parece el Santuario de Lourdes. Son muchos los enfermos que ha ido dejando la peste. Y todos vienen a pedir justicia. Esperan que el mesías obre el milagro de los panes y los peces, que convierta el paisaje yermo y cuarteado de España en una especie de valle fértil de Elah. Son legión y están entregados. Pablo se aparece en el escenario para contarnos las bienaventuranzas de su credo y se entrega en cuerpo y alma a la muchedumbre. Tormenta de aplausos. Veo sus caras iluminadas, algunos ojos empapados en lágrimas. ¡Pablo, Pablo, Pablo!, grita el gentío en alabanzas. ¡Dales fuerte, presidente!, suelta un paisano remangado, puño en alto y cara colorada. Iglesias saluda y posa las manos milagrosas sobre el estrado. Va vestido como uno de ellos. Jersey de lana de un negro anónimo, vaqueros desgastados, zapatillas deportivas. No me imagino yo a Rajoy echando un mitin de esa guisa. Saluda y aguarda unos segundos a que la gente se calme y deje de aplaudir. Se acaricia el pelo, se atusa la perilla. Estoy en primera línea, con el codo apoyado en el escenario y la cámara de fotos preparada. Casi puedo tocar al dios de los parias. Recuerda a un mesías de la política con esa barba de profeta y esa melena jesucristiana. Es un Cristo de la izquierda, ¿pero cuál de todos? ¿El de Pasolini, el de Max Von Sydow, el de Nicholas Ray, el de Martin Scorsese? Va a hablar el profeta: "Me llamo Pablo Iglesias y no me van a dar lecciones de lo que significa la izquierda. No me llamo Pablo Iglesias por casualidad. Soy nieto de socialistas".
Tiene para todos, para Aznar y para Rato, los tiburones de la derecha, para Felipe y para Blair, los progres millonarios de la izquierda. Para los usureros engolfados de la banca, para los comerciantes de la política, para los traidores y vendidos del socialismo. "Me jode que un sindicalista tenga cuentas en Suiza, me jode". Ya ha entrado en el templo de nuestra democracia paleta, provinciana y de derechas, ya ha empezado a tirar latigazos a diestro y siniestro contra los que malvenden el país. Fustiga a los mercaderes de la democracia, a los cobradores y fariseos de la política, al Sanedrín de la casta. Va soltando sentencias bíblicas, verdades que parecen como puños: "Hacer política es elegir: o estás con los privilegiados o estás con la gente"; "no hemos pedido ni un euro a los bancos para la campaña"; "además de corruptos son horteras". Siendo objetivos, resulta imposible no estar de acuerdo con lo que dice, su discurso vale para un roto y un descosido. Ni una referencia al programa, ni una medida concreta, ni un solo avance del proyecto político. Para qué, él no lo necesita. Es un mesías que habla con la cadencia hipnótica de un rapero y que le da a la gente lo que quiere oír. Un cuarto de hora de ilusión que alivie las heridas, quince minutos de esperanza para seguir tirando. Un suspiro le ha bastado para meterse en el bolsillo a tres mil almas. Tres mil almas que estaban perdidas y que ahora tienen fe. Es el milagro, la catarsis. "¡Podemos ha llegado para que los corruptos no vuelvan más!", grita a voz en grito y puño en alto. Todos se suben al escenario, se abrazan y cantan Asturias de Víctor Manuel como una sola garganta. Asturias verde de monte y negra de minerales. Millones de puños gritan su cólera por los aires. Es la última cena de la izquierda, la puesta en escena antes del martirio. Pablo es un cordero bien dispuesto al sacrificio. La siguiente estación del vía crucis será el calvario. Porque todo mesías necesita que lo maten. Para ser eterno.

Foto: J.A.

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