(Publicado en Revista Gurb el 22 de mayo de 2015)
Estragado ya por tanta mentira de campaña, me armo de valor y decido
acudir al mitin de Pablo Iglesias. Últimamente él y yo andamos peleados,
como esa pareja que lleva poco saliendo y que, pasado el momento del
flechazo, empieza a conocerse, a saber cómo son en realidad, a tantearse
las virtudes y los defectos. Me sigue gustando su forma de decir las
cosas, su retórica brillante, los ideales nobles y elevados, la fusta
con la que atiza a los camastrones y adocenados de la casta. No me gusta
la soberbia de tertuliano de televisión con la que a veces se maneja,
ni su pose de sobrado que aún no ha ganado nada, ni sus flirteos con las
repúblicas bananeras. Fue un error de bulto insultar a Inda y llamarlo
Don Pantuflo, por mucho que Inda se lo tuviera merecido. Otro desatino
grave regalarle Juego de Tronos al rey Felipe. Un auténtico
estadista no debe caer en espectáculos circenses. Cuando Pablo empezó a
hacer cosas raras comenzó a desinflarse el sueño de Podemos.
Estamos en Oviedo, Asturias, cuna de miserias y revoluciones. Es un día
gris, una niebla mortecina envuelve la montaña. Puede llover en
cualquier momento. Aquí empezó todo: la revolución, la lucha obrera, el
sueño imposible de la izquierda española. Decía Junger que España es una
idea platónica, una utopía. El mesías ha entrado en Jerusalén para
vendernos su utopía. Llega dispuesto a reclamar su reino que no es de
este mundo. No viene montado en una burra ni hay un mar de hojas de
palma oleando a su paso. Ha llegado en un utilitario, que es la mulilla
de los pobres del siglo XXI, y lo que se agitan son decenas de banderas
moradas y republicanas. Se ha congregado una multitud de enfervorecidos,
fieles devotos que creen en el salvador a pecho descubierto. Ahí están
los desahuciados del Gobierno, los tullidos de los recortes, los ciegos
de la democracia, los silicosos de la mina y de la vida, los leprosos
del sistema. Más que una plaza pública, esto parece el Santuario de
Lourdes. Son muchos los enfermos que ha ido dejando la peste. Y todos
vienen a pedir justicia. Esperan que el mesías obre el milagro de los
panes y los peces, que convierta el paisaje yermo y cuarteado de España
en una especie de valle fértil de Elah. Son legión y están entregados.
Pablo se aparece en el escenario para contarnos las bienaventuranzas de
su credo y se entrega en cuerpo y alma a la muchedumbre. Tormenta de
aplausos. Veo sus caras iluminadas, algunos ojos empapados en lágrimas.
¡Pablo, Pablo, Pablo!, grita el gentío en alabanzas. ¡Dales fuerte,
presidente!, suelta un paisano remangado, puño en alto y cara colorada.
Iglesias saluda y posa las manos milagrosas sobre el estrado. Va vestido
como uno de ellos. Jersey de lana de un negro anónimo, vaqueros
desgastados, zapatillas deportivas. No me imagino yo a Rajoy echando un
mitin de esa guisa. Saluda y aguarda unos segundos a que la gente se
calme y deje de aplaudir. Se acaricia el pelo, se atusa la perilla.
Estoy en primera línea, con el codo apoyado en el escenario y la cámara
de fotos preparada. Casi puedo tocar al dios de los parias. Recuerda a
un mesías de la política con esa barba de profeta y esa melena
jesucristiana. Es un Cristo de la izquierda, ¿pero cuál de todos? ¿El de
Pasolini, el de Max Von Sydow, el de Nicholas Ray, el de Martin
Scorsese? Va a hablar el profeta: "Me llamo Pablo Iglesias y no me van a
dar lecciones de lo que significa la izquierda. No me llamo Pablo
Iglesias por casualidad. Soy nieto de socialistas".
Tiene para todos, para Aznar y para Rato, los tiburones de la derecha,
para Felipe y para Blair, los progres millonarios de la izquierda. Para
los usureros engolfados de la banca, para los comerciantes de la
política, para los traidores y vendidos del socialismo. "Me jode que un
sindicalista tenga cuentas en Suiza, me jode". Ya ha entrado en el
templo de nuestra democracia paleta, provinciana y de derechas, ya ha
empezado a tirar latigazos a diestro y siniestro contra los que
malvenden el país. Fustiga a los mercaderes de la democracia, a los
cobradores y fariseos de la política, al Sanedrín de la casta. Va
soltando sentencias bíblicas, verdades que parecen como puños: "Hacer
política es elegir: o estás con los privilegiados o estás con la gente"; "no hemos pedido ni un euro a los bancos para la campaña"; "además de
corruptos son horteras". Siendo objetivos, resulta imposible no estar de
acuerdo con lo que dice, su discurso vale para un roto y un descosido.
Ni una referencia al programa, ni una medida concreta, ni un solo avance
del proyecto político. Para qué, él no lo necesita. Es un mesías que
habla con la cadencia hipnótica de un rapero y que le da a la gente lo
que quiere oír. Un cuarto de hora de ilusión que alivie las heridas,
quince minutos de esperanza para seguir tirando. Un suspiro le ha
bastado para meterse en el bolsillo a tres mil almas. Tres mil almas que
estaban perdidas y que ahora tienen fe. Es el milagro, la catarsis. "¡Podemos ha llegado para que los corruptos no vuelvan más!", grita a
voz en grito y puño en alto. Todos se suben al escenario, se abrazan y
cantan Asturias de Víctor Manuel como una sola garganta. Asturias verde de monte y negra de minerales. Millones de puños gritan su cólera por los aires. Es la última cena de
la izquierda, la puesta en escena antes del martirio. Pablo es un
cordero bien dispuesto al sacrificio. La siguiente estación del vía
crucis será el calvario. Porque todo mesías necesita que lo maten. Para
ser eterno.
Foto: J.A.
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