domingo, 29 de noviembre de 2015

EL INFIERNO DE DAESH




(Publicado en Revista Gurb el 27 de noviembre de 2015)

El fantasma del Daesh, ese grupo armado con nombre de matarratas que se ha puesto tristemente de moda, recorre las calles limpias de Europa, como una plaga egipcia, en un nuevo remake de la guerra eterna entre Oriente y Occidente. Primero fueron las batallas entre griegos y persas, luego las Cruzadas entre moros y cristianos (de las que hoy solo nos quedan las fiestas de Alcoi) el imperio otomano contra Cervantes, Jomeini contra el Satán americano, Bin Laden contra la minifalda y la carne de cerdo. Desde el origen mismo de los tiempos, ambos mundos, ambas civilizaciones, han estado pugnando por dominar el planeta con cualquier excusa religiosa, económica o política. Darío quiso imponer la seda y la alfombra persa en Atenas como Bush hijo quiso imponer un McDonald’s en la plaza principal de Bagdad. No es que el hombre haya inventado la guerra es que la guerra ha inventado al hombre y ese conflicto alcanza su máxima expresión en el enfrentamiento Oriente/Occidente, que es la madre de todas las batallas, como dijo Sadam, aquel del mostacho militar que tenía váter con grifería de oro y que salió con el rabo entre las piernas, desierto abajo, en cuanto vio asomar por la Meca a los marines de USA. Oriente y Occidente siempre estuvieron en guerra pero esto del Daesh y del terrorismo genocida de alta intensidad es mucho más que la eterna refriega barriobajera entre dos civilizaciones opuestas. Esto no es una guerra de religión, como quieren hacernos creer, sino un mundo en absoluta implosión, un nuevo desorden mundial emergido tras la guerra fría y la caída del muro, un sindiós sin pies ni cabeza que nadie entiende ya y que no obedece a lógica alguna. Los hambrientos de Yemen, Mali y Libia enrolándose por miles en la guerra santa; los drones del Pentágono matando niños sirios quirúrgicamente; Europa dándole el portazo en las narices a los pobres refugiados; los traficantes de armas repartiendo kalashnikovs como peladillas en los zocos de Trípoli, Beirut y Ramala; las multinacionales comprando el petróleo barato de los yihadistas; la CIA entrenando hombres bomba; USA contra Al Assad, Turquía contra Rusia y viceversa, Israel contra Irán, y en ese plan. Esto es la guerra de todos contra todos, la última y gran barbarie que espera el momento de poner la guinda nuclear y mandarnos a todos al carajo. Ya no hay una lógica militar, ni geoestratégica, ni política, ni nada, solo la locura de un mundo enfermo de capitalismo donde un cinco por ciento de familias ricas deciden el hambre del resto de la humanidad pobre.
A uno no le extraña que ni Rajoy ni Sánchez le hayan dicho todavía a Hollande: ahí tiene usted, monsieur, dos mil infantes españolazos dispuestos a morir por nada y por la France. Ninguno está para guerras, vistos los índices de popularidad. Rajoy solo piensa en sentarse en el programa otoñal de María Teresa Campos para ganarse el voto jubilata y Sánchez mantendrá un duelo macho con Bertín Osborne. La guerra ya no se juega en los campos de batalla ni en las trincheras de ninguna parte, sino en todos sitios, mayormente en los despachos rococós de Wall Street. Los yihadistas que han matado toneladas de cuerpos inocentes en Bataclan son solo la consecuencia directa de los macabros y turbios negocios de unos pocos, los mismos que arruinan países con el canguelo de la prima de riesgo, los mismos que montan crisis mundiales y condenan a la miseria a millones de personas. Ellos, las estirpes financieras del planeta, son quienes han engendrado al monstruo execrable del Daesh, Isis, Estado Islámico, Al Qaeda, Boko Haram o como demonios quiera llamarse esta hidra de mil cabezas creada por nosotros mismos que nos contagia ahora con la peste del miedo. La bella París tomada por broncos militares, Bruselas en estado de sitio, Madrid en alerta, todo el mundo pendiente del siguiente bombazo, sin salir a la calle, metido en la seguridad falsa de nuestras casas, el último refugio ficticio que puede saltar por los aires en cuanto al vecino del quinto le dé por apretarse un poco más el cinturón bomba. En eso nos han metido, en una guerra extraña e invisible para beneficio de cuatro oligarquías de mierda que sacan tajada con el negocio de las armas y el petróleo. El mundo se ha convertido en un enloquecido tablero de ajedrez, solo que ya no hay cuadros blancos y negros perfectamente geometrizados sino cuadros de todos los colores y tamaños y más de mil ejércitos delirantes comiéndose piezas sin sentido en un juego surrealista, macabro, sanguinario. Por supuesto que tenemos que defendernos de los exterminadores de Daesh que nos sonríen y nos dan los buenos días por la mañana, afablemente, mientras por la noche nos rematan como chinches en las terrazas de los bares. Por supuesto que tenemos que enviar cazas, portaaviones y lo que haga falta a Siria para acabar con las hienas asesinas que se revuelven contra papá Occidente. Con gente que quiere inmolarse e irse al paraíso para cuadrarse delante de Alá lo mejor que se puede hacer es agilizarles el viaje, darles pasaporte en un misilazo low cost. Pero la necesidad de aplastar a la bestia no debe impedirnos ver y entender la verdad: que durante un tiempo, cuando éramos fríos e insensibles, cuando no teníamos miedo y vivíamos felices en la gran orgía de Occidente, nosotros mismos dimos de comer al monstruo.

Viñeta: El Koko Parrilla

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