(Publicado en Revista Gurb el 27 de noviembre de 2015)
El fantasma del Daesh, ese grupo armado
con nombre de matarratas que se ha puesto tristemente de moda, recorre
las calles limpias de Europa, como una plaga egipcia, en un nuevo remake
de la guerra eterna entre Oriente y Occidente. Primero fueron las
batallas entre griegos y persas, luego las Cruzadas entre moros y
cristianos (de las que hoy solo nos quedan las fiestas de Alcoi) el
imperio otomano contra Cervantes, Jomeini contra el Satán americano, Bin
Laden contra la minifalda y la carne de cerdo. Desde el origen mismo de
los tiempos, ambos mundos, ambas civilizaciones, han estado pugnando
por dominar el planeta con cualquier excusa religiosa, económica o
política. Darío quiso imponer la seda y la alfombra persa en Atenas como
Bush hijo quiso imponer un McDonald’s en la plaza principal de Bagdad.
No es que el hombre haya inventado la guerra es que la guerra ha
inventado al hombre y ese conflicto alcanza su máxima expresión en el
enfrentamiento Oriente/Occidente, que es la madre de todas las batallas,
como dijo Sadam, aquel del mostacho militar que tenía váter con
grifería de oro y que salió con el rabo entre las piernas, desierto
abajo, en cuanto vio asomar por la Meca a los marines de USA. Oriente y
Occidente siempre estuvieron en guerra pero esto del Daesh y del
terrorismo genocida de alta intensidad es mucho más que la eterna
refriega barriobajera entre dos civilizaciones opuestas. Esto no es una
guerra de religión, como quieren hacernos creer, sino un mundo en
absoluta implosión, un nuevo desorden mundial emergido tras la guerra
fría y la caída del muro, un sindiós sin pies ni cabeza que nadie
entiende ya y que no obedece a lógica alguna. Los hambrientos de Yemen,
Mali y Libia enrolándose por miles en la guerra santa; los drones del
Pentágono matando niños sirios quirúrgicamente; Europa dándole el
portazo en las narices a los pobres refugiados; los traficantes de armas
repartiendo kalashnikovs como peladillas en los zocos de Trípoli,
Beirut y Ramala; las multinacionales comprando el petróleo barato de los
yihadistas; la CIA entrenando hombres bomba; USA contra Al Assad,
Turquía contra Rusia y viceversa, Israel contra Irán, y en ese plan.
Esto es la guerra de todos contra todos, la última y gran barbarie que
espera el momento de poner la guinda nuclear y mandarnos a todos al
carajo. Ya no hay una lógica militar, ni geoestratégica, ni política, ni
nada, solo la locura de un mundo enfermo de capitalismo donde un cinco
por ciento de familias ricas deciden el hambre del resto de la humanidad
pobre.
A uno no le extraña que ni Rajoy ni
Sánchez le hayan dicho todavía a Hollande: ahí tiene usted, monsieur,
dos mil infantes españolazos dispuestos a morir por nada y por la
France. Ninguno está para guerras, vistos los índices de popularidad.
Rajoy solo piensa en sentarse en el programa otoñal de María Teresa
Campos para ganarse el voto jubilata y Sánchez mantendrá un duelo macho
con Bertín Osborne. La guerra ya no se juega en los campos de batalla ni
en las trincheras de ninguna parte, sino en todos sitios, mayormente en
los despachos rococós de Wall Street. Los yihadistas que han matado
toneladas de cuerpos inocentes en Bataclan son solo la consecuencia
directa de los macabros y turbios negocios de unos pocos, los mismos que
arruinan países con el canguelo de la prima de riesgo, los mismos que
montan crisis mundiales y condenan a la miseria a millones de personas.
Ellos, las estirpes financieras del planeta, son quienes han engendrado
al monstruo execrable del Daesh, Isis, Estado Islámico, Al Qaeda, Boko
Haram o como demonios quiera llamarse esta hidra de mil cabezas creada
por nosotros mismos que nos contagia ahora con la peste del miedo. La
bella París tomada por broncos militares, Bruselas en estado de sitio,
Madrid en alerta, todo el mundo pendiente del siguiente bombazo, sin
salir a la calle, metido en la seguridad falsa de nuestras casas, el
último refugio ficticio que puede saltar por los aires en cuanto al
vecino del quinto le dé por apretarse un poco más el cinturón bomba. En
eso nos han metido, en una guerra extraña e invisible para beneficio de
cuatro oligarquías de mierda que sacan tajada con el negocio de las
armas y el petróleo. El mundo se ha convertido en un enloquecido tablero
de ajedrez, solo que ya no hay cuadros blancos y negros perfectamente
geometrizados sino cuadros de todos los colores y tamaños y más de mil
ejércitos delirantes comiéndose piezas sin sentido en un juego
surrealista, macabro, sanguinario. Por supuesto que tenemos que
defendernos de los exterminadores de Daesh que nos sonríen y nos dan los
buenos días por la mañana, afablemente, mientras por la noche nos
rematan como chinches en las terrazas de los bares. Por supuesto que
tenemos que enviar cazas, portaaviones y lo que haga falta a Siria para
acabar con las hienas asesinas que se revuelven contra papá Occidente.
Con gente que quiere inmolarse e irse al paraíso para cuadrarse delante
de Alá lo mejor que se puede hacer es agilizarles el viaje, darles
pasaporte en un misilazo low cost. Pero la necesidad de aplastar a la
bestia no debe impedirnos ver y entender la verdad: que durante un
tiempo, cuando éramos fríos e insensibles, cuando no teníamos miedo y
vivíamos felices en la gran orgía de Occidente, nosotros mismos dimos de
comer al monstruo.
Viñeta: El Koko Parrilla
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