(Publicado en Revista Gurb el 9 de febrero de 2018)
El último barómetro del CIS revela que
la crisis catalana ha pasado factura a todos los partidos políticos
salvo Ciudadanos, que confirma su crecimiento en las encuestas y se
coloca como tercera fuerza política a tiro de piedra de la Moncloa. Los
datos corroboran que PP y PSOE mantienen la primera y segunda posición,
aunque pierden fuelle, mientras que la formación de Pablo Iglesias, a la
que todos vaticinaban un batacazo por su actitud supuestamente ambigua
durante la crisis independentista, resiste. La encuesta, elaborada entre
el 2 y el 14 de enero, es la primera con estimación de voto desde las
elecciones catalanas del 21 de diciembre y desde la entrada en vigor del
artículo 155 de la Constitución en Cataluña, pero resulta altamente
significativa.
Según el sondeo, Rivera sube tres puntos
y lograría el 20,7 por ciento de los votos –su nivel más alto de toda
la serie histórica– superando a Podemos y sus confluencias, que también
suben medio punto hasta el 19 por ciento de los sufragios. Algo está
haciendo bien Rivera para estar pescando votos en todos los caladeros.
El líder de la formación naranja no solo recibe apoyos de la derecha,
mayormente del PP, al que sigue erosionando sin que Mariano Rajoy
reaccione, sino también de la izquierda, sobre todo del PSOE, que como
suele suceder es el más damnificado con los cambios de tendencias. Así,
un 15,1 por ciento de quienes votaron a los ‘populares’ en las últimas
elecciones generales piensan ahora votar al partido naranja, que también
se hace con un 5,9 por ciento de votantes socialistas y un 5,2 de
quienes votaron a Podemos. La marea naranja parece extenderse, como ya
ocurrió en Cataluña, donde ganó las elecciones autonómicas contra todo
pronóstico.
Según el CIS, el PP seguiría siendo la
fuerza más votada, pero perdiendo apoyos, casi dos puntos menos desde la
última encuesta de octubre, hasta situarse en el 26,3 por ciento,
seguido del PSOE, que también se deja más de un punto en estimación de
voto cayendo hasta el 23,1 por ciento. Mariano Rajoy debería plantearse
si su viejo manual de no tomar la iniciativa resulta apropiado en las
actuales circunstancias. Con Rivera comiéndole el terreno y con su
partido embarrancado en la corrupción, acosado por un reguero de
juicios, el futuro del presidente se antoja incierto. Sin embargo, Rajoy
no quiere ni oír ni hablar de reformas ni de regeneración y tampoco
parece dispuesto a pedir perdón a los españoles por tantos años de robo y
saqueo. El PP está en otra cosa y España ahora mismo corre el riesgo de
convertirse en un país a la altura de los del tercer mundo en
cuestiones de corruptelas políticas. El gran culpable de esta situación
ha sido sin duda el PP y ya lo está pagando caro en los sondeos. En su
repunte, Ciudadanos aprovecha esta situación y se alimenta especialmente
de antiguos votantes del PP disconformes o hastiados de tanto
escándalo. Rivera quiere aparecer como el líder regeneracionista de
nuestra democracia y garante de la unidad de España. El Macron español.
Está dejando sin discurso a lo populares. Mientras Puigdemont siga
malmetiendo con sus operaciones desde Bruselas, el partido de Rivera
seguirá creciendo y si ahora se acerca peligrosamente al partido del
Gobierno, dentro de un año, cuando se celebren nuevas elecciones, podría
incluso ser una clara opción ganadora.
En este contexto, la supuesta iniciativa
de Ciudadanos y Podemos de llevar al Parlamento una reforma electoral
conjunta podría entenderse como un intento de cambiar las bases de
nuestra democracia o simplemente como una nueva burbuja que no irá a
ninguna parte, ya que toda reforma electoral precisaría de la
participacion del PSOE y el partido de Pedro Sánchez tampoco estaría por
la labor de realizar ciertas reformas. Los socialistas, derrotado el
bipartidismo, ya no son autosuficientes, pero sin ellos resulta
imposible hablar de un nuevo proyecto para España. Que Rivera e Iglesias
se sienten a hablar de política con mayúsculas, aparcando sus
diferencias, no sería mala noticia para el país. Pese a que en los
últimos dos años han navajeado duramente y se han dicho cosas durísimas,
pueden entenderse en ciertos asuntos de Estado. Así es la política, el
arte de llegar a acuerdos. Ambos líderes necesitan crecer en escaños,
aunque resulta claro que nunca podrán gobernar juntos en coalición. La
estrategia está clara: planteando una reforma electoral que podría
beneficiar a las dos formaciones, los partidos emergentes que han
erosionado el bipartidismo instaurado en el 78 pretenden hacerle la
pinza al PP.
Tras el último CIS y las elecciones
catalanas, demoledoreas, todos están reformulando sus posiciones.
Ciudadanos podría estar a punto de morir de éxito sin llegar a triunfar y
Rivera lo sabe. Los dos partidos de lo nuevo se habían quedado muy
viejos demasiado pronto y necesitaban reaccionar. Mientras la oposición
trata de llegar a acuerdos para lanzar reformas Rajoy sigue sin moverse
en sus aguas pantanosas.
La España del 78 no tiene nada que ver
con la actual ni tampoco su realidad política y por qué no vamos a
cambiar la ley electoral. Realmente a quien más perjudicaría esa reforma
sería al PP, aunque la propuesta resulta difusa, ya que no se aclara
qué pasaría con el Senado, la cámara donde los populares tienen la
mayoría. De alguna manera, si la reforma electoral propuesta por los
partidos emergentes sale adelante debería ir acompañada de un cambio de
la mentalidad y de la cultura política, pasar del bipartidismo al pacto,
al juego de las alianzas, y no parece que nuestros líderes estén muy
duchos y acostumbrados a ese ejercicio, sino más bien a la política de
trincheras, de líneas rojas, al enfrentamiento permanente, donde no es
posible avanzar. En Alemania la gran coalición demuestra que otros
países más avanzados que el nuestro en lo económico también lo están en
lo político. En España nos falta cultura política. A partir de ahora se
ha terminado el tiempo de las mayorías absolutas. Si el PSOE aspira a
gobernar algún día necesitará contar con apoyos en Podemos y en
Ciudadanos y a la inversa. Nadie podría llegar a la Moncla sin la muleta
de un buen socio de Gobierno. Reconozcamos ese hecho. Por tal razón, a
quien más perjudicaría la reforma electoral sería al PP, le guste o no,
quiera o no reconocerlo. Pero antes de un cambio en las reglas del juego
de nuestra democracia se impone un cambio de mentalidad para el que no
parece que estemos preparados.
Viñeta: Becs
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