(Publicado en Revista Gurb el 23 de febrero de 2018)
Andan las dos Españas de nuevo a la
gresca, esta vez porque a Marta Sánchez, esa Marilyn castiza, se le ha
ocurrido ponerle letra a la marcha de granaderos. Tampoco es para tanto.
Los ripios de la rubia tecno son más bien cursis pero díganme ustedes
qué letra de himno no lo es. La Marsellesa dice aquello de "marchemos,
hijos de la patria, que ha llegado el día de la gloria", y los yanquis
se emocionan mucho cuando entonan algo tan hortera como "allí desplegó
su hermosura estrellada, sobre tierra de libres, la bandera sagrada".
Por no hablar de Els Segadors (un tedioso tratado de
agricultura) y su "es la hora de estar alerta para que cuando venga otro
junio afilemos bien las herramientas". Las herramientas deben ser las
hoces y guadañas que nadie utiliza ya porque el campo no lo quiere nadie
y las revoluciones mucho menos. Quiere decirse que las melodías
patrióticas son lo que son, cancioncillas facilonas y pegadizas que
inflaman los corazones de los más simples e ingenuos siempre dispuestos a
dejarse engañar y hasta matar en nombre del necio patriotismo. En el
caso de los himnos conviene no ponerse demasiado serio porque dan para
lo que dan: una aburrida jura de bandera, una corrida de toros, una
noche de borrachera o una final de Copa. Si los himnos, cualquier himno,
son ecos del pasado, sus letras son los viejos rezos del fanatismo que
siempre vuelve por influencia de los tontos de uno y otro bando. Los
himnos son pura retórica en pentagramas, por eso resulta absurdo perder
el tiempo en hacer un análisis semiótico de los versillos de Marta, que
dicho sea de paso, con esta polémica va a vender más discos que cuando
se fue a los puertos con la Legión, en plan Marilyn. A la exdiva de Olé Olé
el PP y también Ciudadanos la han querido convertir en la Pemán
platino, un falangista con peluca rubia y algo más de sex appeal para
maquillar el facherío, de ahí que solo haya gustado a una de las
Españas, la más casposa y cañí. La otra mitad, la que sufre y padece, no
está para cursiladas melódicas sino para que el Gobierno suba las
pensiones, dé trabajo al personal, pida perdón por el atracón de los
chorizos y arregle el desaguisado de Cataluña.
Lo de Marta ha sido un delirio propio de
la edad, pero tampoco es cuestión de quemar a la mujer en la hoguera,
como una Juana de Arco del posfranquismo pepero. En realidad un himno
sirve para bien poco, para que Rajoy saque pecho tras un pucherazo
electoral, para que ETA le pegue un tiro en la nuca a un pobre
desgraciado mientras le aplauden cuatro tarugos de su pueblo o para que
Puigdemont se ponga la mano en el pecho o en los collons. Todo himno,
con letra o sin ella, es un coñazo anacrónico que huele a rancio, a
medievo, a guerra mala. Rivera y Rajoy se frotan las manos con el
filón/bodrio de la Sánchez, como si hubieran descubierto la novena de
Beethoven. Mucho nos tememos que van a tocarnos la gaita del himno hasta
las próximas elecciones. Con Marta y su himno plúmbeo hasta la victoria
final. A los que estas cosas de la patria nos dejan fríos como el hielo
solo nos queda sentarnos y contemplar otra guerra fratricida, esta vez
entre partidarios y detractores de la musa ochentera. Apasionante
debate. Qué razón tenía Savater cuando dijo aquello de "la idea de
España me la sopla y me la suda. A mí lo que me interesa son los
derechos, los valores y los ciudadanos". Yo a Savater lo defenderé
siempre. Aunque me llamen facha.
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