lunes, 4 de junio de 2018

CUANDO DESPERTÓ, MARIANO TODAVÍA ESTABA ALLÍ


(Publicado en Revista Gurb el 5 de junio de 2018)

Pese a que la moción de censura lo ha dejado para el arrastre, Mariano Rajoy parece querer levantarse de nuevo y ya le está dando vueltas a la forma de seguir en política, manteniendo el tipo y el aforamiento, por supuesto, no vaya a ser que a un juez le dé por citarlo a declarar por algún asuntejo. Según fuentes del PP, su plan a medio plazo es el siguiente: Primero conservar la dirección del partido (nadie parece atreverse a levantar la voz contra el jefe); luego afianzarse como líder de la oposición, machacando a Rivera; y finalmente presentarse a las elecciones como candidato. Objetivo: regresar a la Moncloa en un par de añitos. ¡Chúpate esa Pedrito! Lo de Mariano no tiene nombre, es lo nunca visto: una pesadilla interminable, una mala costumbre, una plaga egipcia, eso es el gallego. Dicen que estamos ante un superviviente nato, ante un virus resistente, ante una fuerza de la naturaleza, aunque en realidad quizá solo estemos ante un plasta, un cargante, un señor cansino al que no podemos quitarnos de encima ni con lejía. Una mala hierba que siempre retoña, una maldición zíngara que nos ha caído a los españoles y contra la que no podemos hacer nada. Solo pensar que quizá lo veamos de nuevo en el poder, más pronto que tarde, pone los pelos de punta. Mariano es como ese monstruo de las películas de terror que nunca muere por mucho que se le golpee, se le prenda fuego, se le dispare o se le clave una estaca en el corazón. Mariano es como Alien el Octavo Pasajero que siempre se aferra al último cable ardiendo, como Freddy Krueger que nunca la palma, como el tiburón de Spielberg que resurge de las profundidades abisales o como Pennywise, el payaso asesino de Stephen King al que no hay forma de liquidarlo. Con Mariano Rajoy no termina nada ni nadie porque lo que no acaba con él lo hace más fuerte. Hay que temerle a este gallego incombustible y corrosivo, a este "ni vivo ni muerto" vampírico que quizá sea una reencarnación de aquel otro gallego bajito, acaudillado y con voz de vieja que asustó al país durante cuarenta años. A Mariano Rajoy algunos ya lo están dando por finiquitado y enterrado, pero otros, los más cautos y precavidos, empezamos a verlo otra vez metido en el plasma de la Moncloa, soltando incongruencias y lanzando sonrisas sardónicas. Qué miedo da este hombre. O lo que sea el bicho.

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Dice Margallo que Soraya no es su tipo. Algunas voces del PP reclaman un proceso de renovación en el partido, otras se muestran fieles al derrocado Mariano, que se resiste a arrojar la toalla. La tozudez de un hombre que no acepta su derrota, que no se resigna a aceptar que su tiempo ha pasado, está generando fuertes tensiones y luchas internas en Génova 13. "La estupidez insiste siempre", decía Albert Camus, y lo estamos comprobando de primera mano con este personaje obstinado que se aferra al poder con uñas y dientes. Ni cien mociones de censura servirían para que Mariano diera un paso a un lado. Le da lo mismo que su partido sea el más corrupto de toda Europa, le da lo igual que el Parlamento al unísono se haya conjurado contra un presidente por primera vez en la historia de la democracia. El registrador sigue a lo suyo, como si no pasara nada, en un sorprendente caso de autismo político. Permanece quieto y mudo en medio de la plaza Don Tancredo, haciendo la estatua, esperando que el toro pase por su lado sin embestirlo. Solo que el toro ya se lo ha llevado por delante con varias cornadas. Y él sin enterarse.

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¿Qué sucedió en esas horas cruciales, entre lonchas de jamón de bellota, croquetas cremosas de boletus, alcachofas a la brasa, tiradito de pez mantequilla, tomate rosa con sal de Maldon y atún rojo picante? ¿Cómo se decidió el futuro de España entre solomillos de vaca gallega, asado en brasa con puré de patata, cremoso de queso y guayaba? ¿Qué dijo a sus colaboradores y allegados, qué medidas urgentes dispuso, qué decisiones tomó el registrador gallego mientras los efluvios de los caldos de la tierra hacían su efecto? Más allá de sornas y chanzas con el menú, mucho nos tememos que aquella pantagruélica comida en el Arahy del señor presidente (hoy ya ex, para alivio de muchos), no ha sido suficientemente explicada y quedará para juicio de los historiadores.

Ilustración: Artsenal

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