(Publicado en Revista Gurb el 1 de junio de 2018)
La llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa
abre un tiempo nuevo en la política española, demasiado degradada en la
era del marianismo retrofranquista. El mensaje a los corruptos ha
quedado bien claro. Nuestra democracia cuenta con resortes y mecanismos
suficientes para que los chorizos y ladrones no puedan perpetuarse en el
poder. Nuestra democracia es algo muy serio que no se puede prostituir,
comprar, vender, maltratar o reducir a la categoría de basura. A partir
de ahora Sánchez tendrá que hacer política. El objetivo no era solo
echar a Mariano Rajoy del Gobierno, sino regenerar las instituciones,
restituir a los ciudadanos los derechos perdidos durante los últimos
años de recortazos del PP y recomponer
el modelo territorial. Una tarea inmensa y titánica la que tiene ante sí
el líder socialista para la que aún no sabemos si está preparado, sobre
todo porque el nuevo jefe del Ejecutivo dispone de solo 84 diputados,
una proporción a todas luces insuficiente para sacar adelante las leyes
necesarias y tomar las riendas del Estado. Si el resucitado Sánchez ha
firmado acuerdos inconfesables o secretos con los independentistas solo
el tiempo lo dirá.
Ahora
toca disfrutar del aire puro que entra en las instituciones. Un momento
de esperanza y de cambio hacia un Gobierno que puede ser auténticamente
de izquierdas si el nuevo presidente sabe articular un discurso
ilusionante y valiente desde el diálogo y el pacto. En dos años se
pueden hacer muchas cosas: abolir la reforma laboral, detener la espiral
de represión contra la libertad de expresión, mejorar las pensiones,
las prestaciones por desempleo y las ayudas a la dependencia, reparar el
daño causado al Estado de Bienestar, acabar con las puertas giratorias y
la pobreza energética, cerrar el Valle de los Caídos, hacer que se
cumpla la ley de memoria histórica y retirar las ayudas a la Fundación
Francisco Franco, por poner unos cuantos ejemplos.
El nuevo
presidente no puede ser solo un inquilino accidental que ha llegado a
la Moncloa de vacaciones. Sánchez puede y debe tomar la iniciativa,
hacer política con mayúsculas, que buena falta nos hace. Han sido
demasiados años de dejar que todo se pudra, de no afrontar los graves
problemas del país, de esconder la cabeza debajo del ala según el nocivo
manual mariano. Y así, entre el hedor a putrefacción y a aguas fecales
estancadas llenas de ranas y sapos es como hemos llegado a esta
situación insostenible. Lo que ha dicho la sentencia de la Audiencia
Nacional sobre Gurtel no es otra cosa que Rajoy, el hombre que no dijo
la verdad en sede judicial, debía asumir su responsabilidad política.
Por decencia y dignidad. No quiso hacerlo y por eso ha sido despedido,
como tantos españoles que sufren cada día los rigores de su injusta y
salvaje reforma laboral.
Si Pedro
Sánchez tiene el valor de acometer las reformas necesarias para el
país, su improvisado aterrizaje en paracaídas en la presidencia del
Gobierno puede ser muy útil para los españoles. De él depende que haya
llegado para quedarse, haciendo ver a la derecha que esto no es un
impás, ni un parche, ni un Gobierno Frankenstein, como algunos lo llaman
despectivamente. La democracia se construye desde el consenso y la
negociación para construir mayorías. Frankenstein no tiene nada que ver
en esto. Pero eso no puede entenderlo un hombre que el día más
importante de la historia reciente de España se refugia en un
restaurante con sus amigachos, durante siete horas, para ponerse ciego a
marisco y a puros, pasando la factura del variado menú de su
incompetencia a los ciudadanos. Ha sido un final mediocre para un hombre
mediocre que no sabe dar la cara. La espantada vergonzosa como
epitafio, el ridículo esperpéntico de un presidente inmaduro y soberbio
que nunca ha sabido afrontar los retos, que no ha sabido asumir la
derrota con deportividad, como exige el juego democrático, y que en el
momento dramático de perder la Moncloa sale corriendo para cobijarse en
un bar. Rajoy se ha pasado la vida huyendo de todo, de los problemas del
país, de los periodistas (pasará como el hombre del plasma), de los
catalanes, de sí mismo. Era lógico que su final fuese una escapada hacia
la taberna, o hacia ninguna parte, para ahogar las penas de mala
manera, puerilmente, en la peor tradición secular española del
gobernante inepto que sale por patas dejando al pueblo tirado y hundido
en la miseria. Pero el marianismo, afortunadamente, ya es historia de
nuestro país y no perderemos más tiempo con él. Así que adiós Mariano y
hola Pedro. No nos defraude señor presidente.
Ilustración: Igepzio
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