(Publicado en Revista Gurb el 31 de mayo de 2018)
Parecía imposible, pero vamos a
quitarnos a Mariano de encima. El presidente de la corrupción y de los
dislates lingüísticos será historia en unas horas tras el sí a la moción
de censura de Aitor el del tractor. Será historia como Godoy, historia
como el Conde de Romanones al que tanto idolatraba el manda del PP,
historia como el Tío Paco (la era Mariano no ha sido más que una revival
del posfranquismo 2.0). ¡Ah, qué bien sienta la democracia! Hemos
abierto por fin las ventanas del Parlamento para que se ventile la casa
de tanto aire rancio y putrefacto. Los españoles nos estábamos ahogando
por culpa de un Gobierno que ya no era un Gobierno, sino una banda de
salteadores de caminos, el clan de la mordida, el sindicato del crimen.
No quería irse ni con agua caliente el vejete gallego tahúr y barbicano.
Era como Gollum agarrado a su tesorooo… Y así tenía amordazado y
secuestrado a un país entero en una noche oscura de pesadilla sin final.
Nos despertábamos por la mañana para ir a la oficina y ahí estaba él,
indefectiblemente, con su tic y su frenillo, justificando el escándalo
del día, poniéndose al lado del imputado de turno, legitimando las
estafas, los atracos, las mentiras, las tomaduras de pelo, las
gurteladas de unos fulanos que le estaban chupando la sangre al pueblo
como garrapatas insaciables. Habían convertido España en un parque
temático del delito.
Mariano ya es solo una foto que
amarilleará con el tiempo en los libros de historia. No pasará
precisamente por sus dotes de gran estadista, ni por su inteligencia
prodigiosa y su visión de futuro, ni siquiera por una sensibilidad
especial para estar con el pueblo en los momentos más duros de la
crisis. De hecho, ha sido todo lo contrario. Mariano se había convertido
en un ser feo y antipático para los españoles, una ameba bípeda que ni
sentía ni padecía y que ya solo pensaba en el Marca, en el partido del
Madrid y en echarse una partidita al mus con los jubilados de Génova 13.
Ahora podríamos reprocharle que haya permitido los desahucios, los
recortes brutales, la pobreza energética, los sablazos para darle dinero
a la banca, una reforma laboral que ha reducido a los españoles a la
categoría de esclavos, tanto tuitero y artista encarcelado, la crisis
catalana que no supo ver porque para él los catalanes solo eran "gente
que hacía cosas", la venta de la sanidad y la educación públicas, unos
salarios basura por trabajar de sol a sol y unos abusos a los jubilados.
Pero no, lo despediremos como ese paciente que se quita de encima un
mal dolor de muelas, una hernia o una hemorroides. Con sensación de
alivio y descanso. Con paz y sosiego.
Que Mariano haya sido para muchos
españoles peor que un molesto grano en el culo no es una cuestión menor,
más bien es una cuestión mayor, como diría él en uno de sus célebres
circunloquios pensados para no decir nada y para que nadie entendiera
nada. Han sido tantos traumas, tanto daño a un país, que no sabemos si
lograremos reponernos en un futuro próximo. Sus años de Gobierno nos han
dejado muy tocados del ala y no creemos que haya medicamento alguno que
pueda curar las cicatrices del alma. Pero hoy no queremos acordarnos de
las cosas malas porque Mariano ya es una sombra del pasado, un mal
recuerdo, un cuento de terror para niños sobre un coco con frenillo,
barbita pasada de moda, gafas de culo de vaso y ojos a la virulé que nos
ha amargado la vida durante tantos años. Hoy despedimos a un político
nefasto pero el mundo ha ganado a un cómico impagable al que sin duda
algún día veremos en un cameo en alguna película de Santiago Segura.
Siempre recordaremos cómo nos burlábamos de él, esos momentos de risas,
mofas y befas que nos ha dejado y que eran tan buen bálsamo para paliar
sus crímenes políticos. Siempre nos quedarán sus aforismos filosóficos
marianos −cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor
para mí el suyo beneficio político− su inglés de Vallecas –it’s very
difficult todo esto− sus lecciones de teoría política −España es una
gran nación y los españoles muy españoles y mucho españoles− sus
terapias psicológicas −somos sentimientos y tenemos seres humanos− y sus
hipótesis sobre física aplicada adelantadas a su tiempo: un vaso es un
vaso y un plato es un plato.
Quedémonos pues con sus chistes malos,
con la historia de su primo el negacionista del cambio climático, sus
meteduras de pata con Alsina, sus trabalenguas imposibles y sus
perogrulladas que maldita la gracia. Ahí es donde está su gran legado
político, su obra magna, sus incunables galdosianos para la posteridad.
Ahí es donde encontraremos al mejor Rajoy. La herencia humorística que
nos deja es inmensa, inabarcable, titánica, a la altura de la de Gila.
Hará falta una legión de exégetas y estudiosos (de la comedia que no de
la política) para sacar a la luz cada retruécano absurdo, cada idea
delirante, cada chascarrillo del presidente, ya ex. Pero no nos pongamos
nostálgicos en estos momentos trascendentales para el país, justo
cuando Mariano corta el agua de la Moncloa, apaga la luz y hace las
maletas para largarse a Santa Pola y recuperar su plaza de registrador
de la propiedad, que nunca debió haber abandonado. Ahora solo cabe que
nos preguntemos cómo fue posible, cómo pudo ocurrir, cómo un señor que
no entendía ni su propia letra en un caso "verdaderamente notable" y
cuya mejor frase para la historia es que "España es una gran nación y
los españoles muy españoles y mucho españoles" pudo llegar tan alto. Nos
lo hemos quitado de encima por fin. O mejor dicho: nos lo ha quitado
Aitor el del tractor.
Viñeta: El Koko Parrilla
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