(Publicado en Revista Gurb el 20 de abril de 2018)
La renuncia de Cristina Cifuentes a su
título universitario regalado es el canto de cisne de una mujer que
camina ya entre cadáveres políticos. "No quiero el máster", dice ahora
su señoría como tratando de liberarse de una maldición gitana que la
perseguirá siempre allá donde vaya. Pero ese máster que la acredita
oficialmente como especialista en la mentira cum laude la acompañará de
por vida y ya se sabe que una mentira no se limpia ni en cien años, por
mucho que ahora quiera romper en mil pedazos el maldito papelorio
académico que la ha llevado a la ruina personal y política. Su actitud
recuerda mucho a la de esas rubias fatales de las películas que tras
cometer el crimen se afanan en limpiar la mancha de sangre del vestido,
una mancha que no sale por mucho que se frota y se frota. Con todo, lo
peor es que la presidenta de Madrid sigue sin caer en la cuenta de que
el máster o el no máster ya no es el tema. Eso hace mucho tiempo que
dejó de ser lo importante, lo esencial. Aquí el asunto fundamental es la
lamentable gestión que ha hecho de su affaire, primero negando las
investigaciones periodísticas que iban saliendo y anunciando querellas
que nunca se presentaron; después mintiendo sobre un expediente falso en
el que había todo tipo de mugre, desde trabajos inexistentes hasta
supuestos tráficos de favor y falsificaciones de documentos; y por
último, y lo más grotesco de todo, escondiéndose tras los faldones del
jefe Rajoy. Decía Giacomo Leopardi que las personas no son ridículas
sino cuando quieren parecer o ser lo que no son. La señora Cifuentes
quiso ser lo que no era, construirse un personaje que no tenía nada que
ver con ella, un papel de intelectuala brillante y sofisticada que
vestía mucho y quedaba muy bien con el traje rojo y el Chanel en los
actos públicos pero que en realidad era más falso que una moneda de dos
caras. Toda esa interpretación teatral se le ha caído estrepitosamente
por sus malas dotes de actriz. Por eso, porque ningún político que sea
mal actor debería dedicarse a esto, debe dejarlo ya, presentar su
dimisión e irse a su casa con sus titulaciones de mercadillo colgadas de
la pared. Seguir revolcándose en el lodo, seguir defendiendo lo
imposible y seguir poniéndose en evidencia, ya no solo produce
indignación y rabia en la ciudadanía, sino una imagen de esperpento y
ridículo patetismo, un espectáculo dramático, decadente y de vergüenza
ajena como pocas veces se había visto en la política española. Lo cual
ya es decir.
*****
La Conferencia de Rectores
que acaba de informar sobre la investigación interna de la Universidad
Rey Juan Carlos de Madrid (URJC) por el supuesto amaño del máster de
Cristina Cifuentes pone de manfiesto varias cosas: primera, que los
señores rectores no han investigado nada y más bien se han limitado a
hacer el paripé delante de la prensa para que parezca que se está
tratando de llegar hasta el fondo de un hecho tan grave y lamentable
cuando no parece que se hayan esforzado demasiado en la investigación.
Si la Fiscalía ha entrado ya en el asunto por delitos como la
falsificación de firmas, los señores rectores deberían haber sido mucho
más contundentes y duros a la hora de condenar la farsa de Cifuentes. En
segundo lugar detectamos que entre los directivos de nuestras
universidades existe un extraño corporativismo que les lleva a taparse
entre ellos cuando deberían ser valientes, afrontar la realidad y asumir
la gravedad extrema de lo que ha sucedido. Pero lo peor de todo ha sido
ese alegato final tratando de quedar estupendos y acusando a algunos
políticos y medios de comunicación de "irresponsabilidad" por haber
denunciado los hechos. Es decir, matar al mensajero, la estrategia que
suele emplear el PP en estos casos. Una comparecencia, en fin, que no
viene sino a añadir más vergüenza e ignominia a un asunto que, a medida
que vamos conociendo más datos, huele peor. Los rectores podrían haber
hecho pedagogía en la mañana de hoy pero han optado por hacer política
basura. Lamentable.
Viñeta: L'Avi
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