lunes, 7 de mayo de 2018

UNA RUBIA PELIGROSA


(Publicado en Revista Gurb el 20 de abril de 2018)

La renuncia de Cristina Cifuentes a su título universitario regalado es el canto de cisne de una mujer que camina ya entre cadáveres políticos. "No quiero el máster", dice ahora su señoría como tratando de liberarse de una maldición gitana que la perseguirá siempre allá donde vaya. Pero ese máster que la acredita oficialmente como especialista en la mentira cum laude la acompañará de por vida y ya se sabe que una mentira no se limpia ni en cien años, por mucho que ahora quiera romper en mil pedazos el maldito papelorio académico que la ha llevado a la ruina personal y política. Su actitud recuerda mucho a la de esas rubias fatales de las películas que tras cometer el crimen se afanan en limpiar la mancha de sangre del vestido, una mancha que no sale por mucho que se frota y se frota. Con todo, lo peor es que la presidenta de Madrid sigue sin caer en la cuenta de que el máster o el no máster ya no es el tema. Eso hace mucho tiempo que dejó de ser lo importante, lo esencial. Aquí el asunto fundamental es la lamentable gestión que ha hecho de su affaire, primero negando las investigaciones periodísticas que iban saliendo y anunciando querellas que nunca se presentaron; después mintiendo sobre un expediente falso en el que había todo tipo de mugre, desde trabajos inexistentes hasta supuestos tráficos de favor y falsificaciones de documentos; y por último, y lo más grotesco de todo, escondiéndose tras los faldones del jefe Rajoy. Decía Giacomo Leopardi que las personas no son ridículas sino cuando quieren parecer o ser lo que no son. La señora Cifuentes quiso ser lo que no era, construirse un personaje que no tenía nada que ver con ella, un papel de intelectuala brillante y sofisticada que vestía mucho y quedaba muy bien con el traje rojo y el Chanel en los actos públicos pero que en realidad era más falso que una moneda de dos caras. Toda esa interpretación teatral se le ha caído estrepitosamente por sus malas dotes de actriz. Por eso, porque ningún político que sea mal actor debería dedicarse a esto, debe dejarlo ya, presentar su dimisión e irse a su casa con sus titulaciones de mercadillo colgadas de la pared. Seguir revolcándose en el lodo, seguir defendiendo lo imposible y seguir poniéndose en evidencia, ya no solo produce indignación y rabia en la ciudadanía, sino una imagen de esperpento y ridículo patetismo, un espectáculo dramático, decadente y de vergüenza ajena como pocas veces se había visto en la política española. Lo cual ya es decir.

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La Conferencia de Rectores que acaba de informar sobre la investigación interna de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC) por el supuesto amaño del máster de Cristina Cifuentes pone de manfiesto varias cosas: primera, que los señores rectores no han investigado nada y más bien se han limitado a hacer el paripé delante de la prensa para que parezca que se está tratando de llegar hasta el fondo de un hecho tan grave y lamentable cuando no parece que se hayan esforzado demasiado en la investigación. Si la Fiscalía ha entrado ya en el asunto por delitos como la falsificación de firmas, los señores rectores deberían haber sido mucho más contundentes y duros a la hora de condenar la farsa de Cifuentes. En segundo lugar detectamos que entre los directivos de nuestras universidades existe un extraño corporativismo que les lleva a taparse entre ellos cuando deberían ser valientes, afrontar la realidad y asumir la gravedad extrema de lo que ha sucedido. Pero lo peor de todo ha sido ese alegato final tratando de quedar estupendos y acusando a algunos políticos y medios de comunicación de "irresponsabilidad" por haber denunciado los hechos. Es decir, matar al mensajero, la estrategia que suele emplear el PP en estos casos. Una comparecencia, en fin, que no viene sino a añadir más vergüenza e ignominia a un asunto que, a medida que vamos conociendo más datos, huele peor. Los rectores podrían haber hecho pedagogía en la mañana de hoy pero han optado por hacer política basura. Lamentable.

Viñeta: L'Avi

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