(Publicado en Revista Gurb el 20 de mayo de 2018)
Ahora resulta que a la pareja
Iglesias/Montero le ha dado por vivir como los nuevos ricos. La
izquierda de este país no tiene arreglo. Cinco años dándonos la brasa
sobre la casta decadente, los vicios de los instalados y la avaricia de
los políticos del bipartidismo para terminar como ellos. Por lo visto,
al final el asalto a los cielos, aquella maravillosa utopía, se reducía a
un paraíso mucho más prosaico y terrenal: un chaletorro de 600.000
euros en la sierra madrileña, un estanque dorado con nenúfares y unas
plácidas noches de verano en la tumbona, bajo el porche, entre gin
tonics y efluvios de azahar. Al menos ya sabemos qué clase de comunismo
venía a ofrecernos el mesías de la coleta. El mismo comunismo de
boquilla para burgueses de siempre, un comunismo para millonarios, un
comunismo de clase alta que repudia vivir entre obreros porque son poca
cosa y además huelen mal. La carne es débil y un comunista es alguien
que no tuvo suerte en la vida pero qué demonios, que levante la mano
aquel que ganando el pastizal que ganan Pablo e Irene no se compraría
ese mismo chalé versallesco y a tomar viento el viejo manual de Marx. Lo
que le ha pasado a la sagrada familia podemita, su caída en la
tentación del dinero, su casita de muñecas carísima, es lo mismo que le
viene sucediendo a todos los revolucionarios, generación tras
generación, desde que los asirios inventaron el dinero. A fin de cuentas
la revolución no es más que el instrumento necesario para quitar al
rico que estorba y poner a otro rico en su lugar. Venderse a los
placeres de Capua es humano. Pasó con los jerarcas soviéticos que
terminaron como banqueros del rublo, pasó con los Castro –la saga
ilustre de magnates cubanos– y ha pasado con Felipe González, ese patrón
de yate de lujo con la piel tostada por el sol lujoso del Caribe y las
gafas de sol de tirano sudaca. A Iglesias no se le conoce yate de
momento, pero todo se andará. La dialéctica materialista de la izquierda
española parece que siempre conduce al mismo lugar: a la VISA oro. Nos
preguntamos qué será lo siguiente: ¿cambiar la ropa apolillada de
Alcampo por la de Hugo Boss, llevar el Corsa anticuado al desguace y
sustituirlo por el Mercedes estándar de la patronal, comer con Inda en
Casa Lucio, invertir los ahorrillos de diputado en una empresa del Íbex
35? Una vez que se prueba el caviar no se puede parar y el jamón de York
Campofrío ya no sabe a nada. Una vez que se pisa una dacha con garaje y
piscina, el piso de protección oficial en el Ensanche de Vallekas se
queda pequeño y destila un tufo odioso e insoportable a humedad y a
sudor de perdedor. El diablo capitalista acecha en cada esquina pero un
líder verdaderamente de izquierdas no debería vivir como un millonario
por coherencia política, por respeto a los parias de la famélica legión
que le votan cada cuatro años y porque detrás de toda gran fortuna
siempre se esconde un gran crimen, como avisó Balzac.
Vivimos tiempos líquidos de ideales
frágiles, pasajeros, evanescentes. Las convicciones políticas duran lo
que dura un tuit y los discursos se modulan en función del pragmatismo
del momento. No hay dogmas inmutables ni verdades universales. Hoy uno
puede acostarse como un anticapitalista peligroso y levantarse al día
siguiente en una suite envuelta en aroma Dom Pérignon. Nada es para
siempre. Que se lo pregunten si no a Jorge Verstrynge, que pasó de
fascista redentor a estalinista de puño en alto sin que nadie lo notara.
No es cuestión de exigir a Pablo y a Irene que se vayan a vivir a una
chabola destartalada como Pepe Mujica para demostrar que son gentes de
izquierda. Mujica es un santón del socialismo de los que ya no quedan y
son muy pocos los que están dispuestos a seguir su ejemplo. Pero, ¿no
hubiera sido más ético y estético buscarse un pisito modesto, un nidito
de amor bohemio y proleta en Lavapiés para una pareja activista y sus
dos retoños? ¿Qué necesidad había de esos dos mil metros de parcela, en
propiedad privada, como los peores terratenientes? No hay nada malo en
querer vivir como un rico, solo que si no vives como piensas, acabarás
pensando como vives, ya lo dijo Gandhi. Los foros de Podemos están que
arden con la dacha de Iglesias/Montero. Unos defienden a la pareja a
capa y espada, como esos abducidos de las sectas destructivas que
justifican cualquier cosa que haga el amado líder. Otros como Kichi se
rasgan las vestiduras con la polémica mudanza: "No quiero dejar de vivir
en un piso de currante", ha sentenciado el alcalde de Cádiz (un tipo
íntegro, no llegará a nada). La pareja anuncia una consulta asamblearia
para que sean las bases del partido las que decidan si los Iglesias
deben dimitir por haber caído en la tentación de la riqueza. La pregunta
del millón podría ser algo parecido a esto: ¿Acaso os jode que vivamos
como marqueses?
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