lunes, 28 de mayo de 2018

UN MONTÓN DE CASOS AISLADOS


(Publicado en Revista Gurb el 26 de mayo de 2018)

Dice Andrea Levy que al PP le "toca pedir disculpas" tras conocerse la sentencia del caso Gürtel. ¿Disculpas, para qué queremos sus disculpas? Está bien que Levy pida perdón, pero aquí de lo que se trata ya no es de excusarse, sino de restituir lo robado, de devolvernos hasta el último céntimo que necesitamos como agua de mayo para seguir pagando las pensiones, las prestaciones por desempleo y los agujeros en la Sanidad y la Educación. Pedir perdón como una niña buena con carita inocente es un gesto extemporáneo que ya no conduce a nada más que a remover aún más la bilis de los españolitos vilmente saqueados. Si de verdad quieren reparar el estropicio que han causado que afloren los 80.000 millones de euros que nos han costado sus vicios, sus juergas, sus viajes y sus chalés de lujo. ¿Dónde está todo ese dinero? ¿En cajas de seguridad suizas, escondido bajo alguna palmera en Panamá? Que paguen la factura inmensa de la vergüenza. Esa sí sería una buena manera de pedir perdón por tanta corruptela y tantas mentiras y tantos casos aislados, como dice M Punto Rajoy. Al ciudadano ya no le sirven las disculpas ni las lágrimas de cocodrilo de una niña pija a la que sacan a dar la cara porque a Rafa Hernando le da la risa. Exigimos el dinero que nos han sustraído desde el 96 y mucho antes –cuando Aznar dijo aquello de que España necesitaba un Gobierno honesto–. Reclamamos lo robado que nos hace tanta falta para que nuestros hijos puedan comer. Y si no lo encuentran que cierren el negocio de Génova, que se disuelvan como cualquier banda criminal derrotada y se vayan con la gaviota a otra parte. Que aquí el pajarraco ya ha dejado un buen cagazo.

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La plataforma España Ciudadana lanzada por el partido de Albert Rivera el pasado fin de semana para "recuperar el orgullo de sentirse español" es una iniciativa calcada a otros movimientos ultranacionalistas que florecen en Europa tras la quiebra de la socialdemocracia y el auge de los populismos de uno y otro signo. Por mucho que Ciudadanos pretenda adornar su plan con un himno edulcorado y debidamente maquillado por Marta Sánchez el proyecto es lo que es, y detrás se esconde lo más rancio de este país: la reafirmación de un sentimiento españolista febril y exagerado, el desprecio hacia las nacionalidades históricas, la vuelta al centralismo y a los símbolos identitarios y en definitiva esa visión imperial de España que debería estar felizmente superada tras cuarenta años de democracia y de Estado de las autonomías. Queda claro cuál es el guion de Rivera para llegar a la Moncloa: pescar votos en el río revuelto de la grave crisis institucional y territorial que padece nuestro país, un juego demasiado peligroso que solo contribuirá a avivar el problema. Enfrentar al nacionalismo con otro nacionalismo no menos pernicioso, esta vez de corte españolista, es un inmenso error que ya hemos pagado caro en el pasado. Por si fuera poco, mientras se enarbola la bandera del patrioterismo más casposo e irracional no se habla de los problemas que interesan al ciudadano, quizá porque el partido naranja no tiene nada más que ofrecer que lo que ya ha ofrecido el PP durante todos estos años de gobiernos ultraliberales. Rivera ha puesto en marcha el reloj de la confrontación identitaria, y esa es una muy mala noticia para todos. Promover un endurecimiento del 155, apostar por un control total de los Mossos, intervenir TV3, limitar la enseñanza en catalán, insistir en la judicialización del problema secesionista y en la represión de los presos y recortar el Presupuesto de la Generalitat de Cataluña son medidas demasiado reaccionarias que no contribuirán a resolver el problema, sino todo lo contrario. Todo lo que no sea abrir una mesa de diálogo y pacto en pie de igualdad con los representantes políticos de los catalanes, recuperar el espíritu de concordia y respeto por las instituciones de Cataluña y avanzar en la vía federalista está abocado al fracaso a corto y medio plazo. Pero eso parece no interesarle a Albert Rivera, que ya se ha vestido con la rojigualda del hooligan hormonado y va cantando aquello de "yo soy español, español, español", como si estuviera en un partido de la Roja. Desgraciadamente esto es lo que nos queda después del procés, esto es lo que nos ha dejado la aventura descabellada de Puigdemont: un neofalangismo inquietante que tendremos que comernos los españoles quizá durante muchos años.

Viñeta: Ben

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