(Publicado en Revista Gurb el 26 de mayo de 2018)
Dice Andrea Levy que al PP le "toca
pedir disculpas" tras conocerse la sentencia del caso Gürtel.
¿Disculpas, para qué queremos sus disculpas? Está bien que Levy pida
perdón, pero aquí de lo que se trata ya no es de excusarse, sino de
restituir lo robado, de devolvernos hasta el último céntimo que
necesitamos como agua de mayo para seguir pagando las pensiones, las
prestaciones por desempleo y los agujeros en la Sanidad y la Educación.
Pedir perdón como una niña buena con carita
inocente es un gesto extemporáneo que ya no conduce a nada más que a
remover aún más la bilis de los españolitos vilmente saqueados. Si de
verdad quieren reparar el estropicio que han causado que afloren los
80.000 millones de euros que nos han costado sus vicios, sus juergas,
sus viajes y sus chalés de lujo. ¿Dónde está todo ese dinero? ¿En cajas
de seguridad suizas, escondido bajo alguna palmera en Panamá? Que paguen
la factura inmensa de la vergüenza. Esa sí sería una buena manera de
pedir perdón por tanta corruptela y tantas mentiras y tantos casos
aislados, como dice M Punto Rajoy. Al ciudadano ya no le sirven las
disculpas ni las lágrimas de cocodrilo de una niña pija a la que sacan a
dar la cara porque a Rafa Hernando le da la risa. Exigimos el dinero
que nos han sustraído desde el 96 y mucho antes –cuando Aznar dijo
aquello de que España necesitaba un Gobierno honesto–. Reclamamos lo
robado que nos hace tanta falta para que nuestros hijos puedan comer. Y
si no lo encuentran que cierren el negocio de Génova, que se disuelvan
como cualquier banda criminal derrotada y se vayan con la gaviota a otra
parte. Que aquí el pajarraco ya ha dejado un buen cagazo.
*****
La plataforma España Ciudadana lanzada
por el partido de Albert Rivera el pasado fin de semana para "recuperar
el orgullo de sentirse español" es una iniciativa calcada a otros
movimientos ultranacionalistas que florecen en Europa tras la quiebra de
la socialdemocracia y el auge de los populismos de uno y otro signo.
Por mucho que Ciudadanos pretenda adornar su plan con un himno
edulcorado y debidamente maquillado por Marta Sánchez el proyecto es lo
que es, y detrás se esconde lo más rancio de este país: la reafirmación
de un sentimiento españolista febril y exagerado, el desprecio hacia las
nacionalidades históricas, la vuelta al centralismo y a los símbolos
identitarios y en definitiva esa visión imperial de España que debería
estar felizmente superada tras cuarenta años de democracia y de Estado
de las autonomías. Queda claro cuál es el guion de Rivera para llegar a
la Moncloa: pescar votos en el río revuelto de la grave crisis
institucional y territorial que padece nuestro país, un juego demasiado
peligroso que solo contribuirá a avivar el problema. Enfrentar al
nacionalismo con otro nacionalismo no menos pernicioso, esta vez de
corte españolista, es un inmenso error que ya hemos pagado caro en el
pasado. Por si fuera poco, mientras se enarbola la bandera del
patrioterismo más casposo e irracional no se habla de los problemas que
interesan al ciudadano, quizá porque el partido naranja no tiene nada
más que ofrecer que lo que ya ha ofrecido el PP durante todos estos años
de gobiernos ultraliberales. Rivera ha puesto en marcha el reloj de la
confrontación identitaria, y esa es una muy mala noticia para todos.
Promover un endurecimiento del 155, apostar por un control total de los
Mossos, intervenir TV3, limitar la enseñanza en catalán, insistir en la
judicialización del problema secesionista y en la represión de los
presos y recortar el Presupuesto de la Generalitat de Cataluña son
medidas demasiado reaccionarias que no contribuirán a resolver el
problema, sino todo lo contrario. Todo lo que no sea abrir una mesa de
diálogo y pacto en pie de igualdad con los representantes políticos de
los catalanes, recuperar el espíritu de concordia y respeto por las
instituciones de Cataluña y avanzar en la vía federalista está abocado
al fracaso a corto y medio plazo. Pero eso parece no interesarle a
Albert Rivera, que ya se ha vestido con la rojigualda del hooligan
hormonado y va cantando aquello de "yo soy español, español, español",
como si estuviera en un partido de la Roja. Desgraciadamente esto es lo
que nos queda después del procés, esto es lo que nos ha dejado la
aventura descabellada de Puigdemont: un neofalangismo inquietante que
tendremos que comernos los españoles quizá durante muchos años.
Viñeta: Ben
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