(Publicado en Revista Gurb el 25 de abril de 2018)
Alfred Hitchcock firmó Marnie, la ladrona,
aquella película inolvidable sobre una rubia cleptómana que no podía
reprimir su impulso freudiano de trincar. Por lo visto Cifuentes, una
Tippi Hedren castiza, hubiera dado el perfil perfecto para que el gran
maestro del cine de suspense rodara con ella otra obra maestra. Cuenta
Inda en su periódico digital (o lo que sea ese medio que dirige) que la
presidenta madrileña fue pillada in fraganti practicando el hurtillo
fugaz en una tienda de Eroski de Puente de Vallekas, que es el
territorio comanche donde se mueven habitualmente los raterillos de la
ciudad. Una dependienta sorprendió a la máster cum laude del engaño
cuando trataba de apoderarse de dos botes de crema antiedad de la marca
Olay y dio el aviso a los vigilantes. "Una señora con zapatos de Prada
está robando en la perfumería". Los guardias se acercaron a ella y le
dijeron aquello de "acompáñeme, por favor", que es lo que suele decirle
el agente de la ley al ladrón para mostrarle el camino sombrío de la
trena. Todo ello quedó grabado en un escabroso vídeo que, según dicen,
se han encargado de airear las cloacas del Estado más de siete años
después. Ya se habla de vendetta política, de ajuste de cuentas entre
clanes del PP, del GAL madrileño y hasta del comisario Villarejo. Aquí,
cuando hay un asunto turbio, le endosan el muerto a Villarejo, que está
en la cárcel, y a otra cosa.
Sea como fuere, Cifuentes se está
superando a sí misma en su supuesta carrera delictiva. Primero amaño de
titulaciones académicas y hasta falsificación de documentos; después un
frenesí de hurtos compulsivos. Si no la paran a tiempo cualquier día le
encuentran un fiambre de Eroski en el maletero. Y eso que parecía una
niña bien que no había roto un plato en su vida.
Poco a poco vamos recomponiendo el puzle
personal de una presidenta que, ya lo hemos dicho aquí otras veces,
solo trataba de construirse un personaje: el de joven y brillante
universitaria con un currículum prefabricado para codearse con los de
Harvard. Y es en ese juego de imposturas, en ese placer peligroso, donde
entraban las poderosas cremas antiedad. Los potingues antiarruga, en el
modus operandi de la líder del PP, cumplían una función primordial: la
de reconstruir la máscara, el antifaz, la careta. Con un buen maquillaje
Olay que tapara cualquier rugosidad de incompetencia académica y
política, cualquier lunar de deshonra, ineptitud y falta de preparación,
la falsa dama dorada ya podía lanzarse a las cancillerías de todo el
mundo envuelta en un aroma caro de sofisticación que solo escondía una
increíble e inmensa mentira. Igualito que la doble vida de la Marnie de
Hitchcock, aquella rubia (esta sí maravillosa) que también llevaba el
robo en la sangre.
Al final, como no podía ser de otra
manera, Cifu ha tenido que presentar su dimisión, aunque alegando en su
defensa una excusa de lo más grosera y peregrina: que "se llevó por
error, de manera involuntaria", los dos botes de ungüentos de belleza.
Cómo cayeron los frascos en su bolso es algo que tendrá que investigar
Íker Jiménez. Lo cual que la lideresa, en su afán por tirar de la manta y
destapar la corrupción en su partido, se ha descubierto a sí misma
cometiendo un nuevo delito hasta hoy
inédito en el Código Penal: el robo involuntario. Así las cosas, irse a
su casa era lo mejor que podía hacer, dadas las circunstancias. No es
plato de buen gusto que la mafia te plante una cabeza de caballo encima
de la cama –como ha dicho Pablo Echenique–, en plan El Padrino.
Al menos esta vez la presidenta ha tenido la decencia de no echarle la
culpa de sus mentiras y cintas de vídeo a la "izquierda radical". Porque
detrás de esto no hay más radicales que los de la mafia genovesa, que
no pasan ni media cuando un miembro del clan se desmanda sacando los
pies del tiesto, o como mucho los "radicales libres", siempre tan
molestos y empeñados en hacerla a una algo más vieja. Quién sabe. O como
dirían en la Famiglia del PP: chi lo sa.
Viñeta: El Koko Parrilla
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