(Publicado en Revista Gurb el 23 de mayo de 2018 y en Diario 16)
Fue el hombre de Aznar en Levante, el
aparejador de una tierra mítica de cartón piedra que se ha desmoronado
con el tiempo, el playboy de Benidorm que diseñó la Valencia de los
huevos de oro al son de Julio Iglesias. El ideólogo del saqueo, en fin.
Aunque parezca un personaje del pasado, no hace tanto que se paseaba
altanero y ufano por los pasillos de la Generalitat, la guayabera
remangada y el bronceado siempre impecable, como el gran señorito de la
Albufera que era. Llegó al poder gracias
al oscuro ‘pacto del pollo’, todavía no aclarado, con los folclóricos
regionalistas de Unión Valenciana. Ya en la poltrona soñó que Valencia
sería una pequeña California europea para uso y disfrute de jubilados
alemanes y cuatro empresarios amigachos del PP. Quiso hacer de su tierra
un gigantesco parque temático. Su programa político fue, básicamente,
el pelotazo tonto y rápido: un Palau de la Música que se llenaba de
goteras aquí, una Terra Mítica ruinosa o una Ciudad de la Ciencia del
Sobrecoste allá, un Puente de Calatrava que se caía a trozos acullá.
Todo lo que tocaba se fundía en negro; todo lo que proyectaba terminaba
en el juzgado. Pero siempre pagaban otros por él. Fue el cerebro
intelectual del capitalismo de amiguetes. Zaplana el morenazo fresco y
desahogado, Zaplana el ministro de Trabajo que no trabajaba, Zaplana el
Houdini que entraba y salía de las puertas giratorias, mayormente de
Telefónica, donde se levantó un pico de todos los españoles. Nunca un
experto en nada llegó a acaparar tanto poder. Tenía varios másteres
especializados: el de vendedor de humos, el de crupier avezado en
castillos de naipes, el de buscador de tesoros entre naranjales
esquilmados y playas contaminadas. Lo vendió todo a la empresa privada.
No dejó nada sano. Y todavía lo estamos pagando.
*****
Pacocamps, el traje usado del PP, ha
pasado esta mañana por el juzgado para contarle algunas cosillas a la
jueza sobre la Fórmula I y sus juergas con Bernie Ecclestone. Cosillas
como por qué los autos locos que en principio no iban a costar "ni un
euro" sangraron las arcas públicas valencianas con casi 300 millones de
euros. Cosillas como por qué aquella zona del puerto, una de las más
hermosas de la ciudad, ha quedado hoy reducida a un solar lleno de
escombros, contenedores, basuras y
trastos viejos. Cosillas, en fin, como por qué él, siendo el honorable
president, echó el combustible a los Ferraris corruptos de Bernie y a un
evento que solo sirvió para que su modelo de capitalismo de amiguetes
enriqueciera a unos pocos. Camps es ese Señor X de la Valencia del
pelotazo y la Gurtel que se fue de rositas en el último momento cuando
muchos de su equipo se iban de vacaciones forzosas a Picassent,
Estremera, Soto del Real y otros balnearios penitenciarios. Camps ha
sido un gobernante polifacético en el desastre: el arquitecto de los
monumentos de cartón piedra marca Calatrava y de los barracones donde
los escolares se abrasaban en verano y se congelaban en invierno; el
farmacéutico que dejó las boticas en la ruina y sin medicamentos; el
cirujano que vendió los hospitales a la empresa privada; el cerebro
intelectual de la decadencia cultural de toda una región; el amiguito
del alma de la camorra bigotuda valenciana. Después de Camps, Valencia,
antes ciudad de las flores, de la luz y del color, quedó reducida a la
categoría de jardín putrefacto y maloliente, a un agujero fiscal oscuro y
lleno de ratas y a una foto en blanco y negro retrofranquista con las
melodías casposas de Julio Iglesias como nostálgica banda sonora. El
modelo desarrollista y sesentero de Camps, su plan premeditado de sol y
playa, fue un fiasco, una estafa histórica y descomunal, un festín de
mezquindades. Él, por supuesto, no pagará nada de esa inmensa paellada
de engaños y corruptelas porque en este país no hay Justicia. La factura
la abonarán los alegres valencianos, que pasarán décadas costeando de
sus bolsillos la frivolidad de tantas carreras y regatas y el atraco por
mar de aquellos bucaneros que cada año desembarcaban en el puerto a
bordo de sus yates colosales para llevarse un buen botín. Camps quedará
como ese iluminado que soñó con convertir Valencia en un Mónaco a la
española y acabó haciendo de ella una falla formidable y gigantesca a la
que unos pirómanos de los negocios metieron fuego por los cuatros
costados. Por cierto, le ha dicho a su señoría que todo es un montaje de
esos rojos independentistas que se la tienen jurada. Qué cosas tienes
Paquito…
Viñeta: Igepzio
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