(Publicado en Revista Gurb el 30 de mayo de 2018)
Se van dos jugadores de época, dos
futbolistas legendarios, dos caballeros del deporte. Dos estrellas
humildes integrantes de una rara avis que no abunda en el fútbol de hoy,
cada vez más mercantilizado, dominado por el dinero, la traición a los
colores y la falta de valores éticos. A Iniesta siempre lo recordaremos
como el hombrecillo inteligente, pálido y enclenque que superaba
defensas como orcos con la destreza del conejo más astuto y veloz.
Pasarán décadas hasta que veamos a otro Iniesta, ajedrecista del fútbol,
elegante bailarín, mago del balón. Fueses madridista o culé, del Aleti o
el Espanyol, a Iniesta, el canijo entrañable de voz trémula, daban
ganas de abrazarlo y darle un bocadillo de jamón después de los
partidos. Nunca pegó una mala patada a un contrario, nunca participó en
polémica alguna, nunca dijo una palabra grosera contra nadie. La buena
educación antes que la ambición del gol; la nobleza antes que la
victoria. Nos deja para el recuerdo aquel "iniestazo" de Sudáfrica que
nos hizo olvidar la miseria de ser españoles por un cuarto de hora.
Fernando Torres, el hombre que siempre fue niño, salió de la academia
del socrático Luis Aragonés. El viejo sabio de Hortaleza forjó al
superhéroe de Fuenlabrada, un pecoso de pelambrera rubia y mandíbula
prominente que rompió la leyenda negra del jugador español feo y tosco.
Noble en el cuerpo a cuerpo, honrado y trabajador, colchonero por encima
de todo, dijo no a los ricos de Chamartín y a la burguesía de
Canaletas. No fue un fino estilista pero siempre se partió la cara por
su equipo. Nos ha dejado un discurso de despedida digno de Demóstenes.
Que aprendan los que vienen detrás de él que antes de ser una estrella
hay que saber hablar y escribir. Iniesta y Torres nos dejan. Los dos nos
enseñaron, de alguna manera, que en el fútbol no todo es darle patadas a
un balón.
*****
Ha
nacido una estrella estrellada: Loris Karius. Hasta ayer, ese joven
alto, guapo y rubio calcado a Brad Pitt en Troya era un héroe para los
aficionados del Liverpool. Hoy todo el planeta se mofa de él en las
portadas de los periódicos, en los programas de televisión y en memes
humillantes que no resistiría ni el corazón del más duro John Wayne. No
hay un solo habitante de la Tierra que se resista a la tentación de
hacer el chiste malo con la tragedia griega de este hombre desdichado,
con su destino fatal, con sus pifias y regalos al Real Madrid en el
último partido del siglo. Loris Karius –hasta tiene nombre de uno de
esos villanos superactuados de las películas de James Bond– pasará a la
historia por sus charlotadas bajo la portería del Liverpool. Ese estigma
lo acompañará siempre como una sombra pegajosa. La fatalidad del
arquero, que terminó llorando como una Magdalena y pidiendo perdón a los
reds, es la metáfora perfecta de la delgada línea que separa el éxito
del fracaso.
Un titubeo inesperado, un mal paso
inoportuno, un mínimo temblor o unos dedos que se doblan en el último
momento y todo se viene abajo, todo se derrumba como un suflé mal
cocinado. "De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso", dijo la
fascinante Marlene Dietrich. Así de injusta es la vida. Los griegos
antiguos entendieron como nadie el mecanismo cruel del destino, la
física del infortunio y la futilidad en la que nos movemos los seres
humanos. Cada mito heleno –la suerte y la desventura, la bondad y la
maldad, el horror y la belleza– es un dios extraño que juega con
nosotros y nos reduce a la categoría de simples marionetas en el tiempo.
Karius el bello, el triunfador, adinerado y amado por las mujeres
Karius, ya no podrá mirarse nunca más al espejo sin recordar aquel
instante aciago en que quedó como un torpe delante del mundo entero.
Todos tenemos marcado en el calendario nuestro día nefasto, una hora
crítica en la que el destino fatal se hace monstruo y nos engulle para
siempre. Ese día que uno quisiera no haber nacido, ese minuto del "tierra trágame", ese rayo negro y olímpico que fulmina al héroe
titánico convirtiéndolo en payaso de circo.
A Karius de nada le servirán ya sus
músculos templados como el acero del Ruhr; nadie mirará de la misma
manera esos ojazos azules, esa cabellera salvaje y nibelunga y esos
tatuajes de rudo gladiador. Donde antes había un dios ahora hay un
caricato. Donde antes los niños veían a Superman volando en el área con
su capa roja hoy ven a un tonto redomado. Porque el mundo puede perdonar
al peor de los criminales, pero jamás a alguien que ha hecho el
ridículo. Todos deberíamos apoyar a Karius en esta hora fatídica. Porque
todos somos un poco Karius. Ángeles caídos en desgracia.
Foto: Agencias
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