(Publicado en Revista Gurb el 30 de mayo de 2018)
La mañana nos ha dejado otra actuación
para la eternidad de la actriz de reparto (quizá de sobres) María
Dolores de Cospedal: "¿Es que los jueces son infalibles?", ha preguntado
con descaro doña Finiquito Diferido. Su paso esta mañana por la
comisión del Congreso ha sido lo más surrealista y esperpéntico que han
presenciado los sufridos leones Daoíz y Velarde en toda la historia de
España, lo cual ya es decir. Su ruborizante intervención, en la que casi
ha superado en ridículo a aquella otra en la que trató de explicar el
despido de Bárcenas entre balbuceos disléxicos, ha estado plagada de
marcianadas preocupantes y otros delirios psicopatológicos alejados de
toda realidad que cualquier psiquiatra hubiese diagnosticado sin dudarlo
como trastorno mental grave, no sabemos si transitorio o permanente.
Para Loli Cospedal, poseída sin duda por el espíritu maléfico de Luis El
Cabrón, Gürtel no es una trama del PP, sino "personas que hacen cosas",
y acto seguido ha negado que exista la "caja B" del partido y que este
haya sido condenado por corrupción, tal como aseguran las mil
seiscientas y pico páginas de sentencia de la Audiencia Nacional. Desde
que se lanzó la teoría de que la Tierra es plana no se había visto cosa
igual. De haber durado quince minutos más la comparecencia, la minista
habría concluido, soltando espuma por la boca y entre convulsiones, que
en realidad nada existe porque todo –el cosmos, la naturaleza, los seres
vivos y nosotros mismos–, es producto de nuestra imaginación, como
sugiere el mago Anthony Blake. La moción de censura se antoja hoy mucho
más necesaria que nunca, pero no solo por higiene democrática, por
necesidad de regeneración institucional y por simple justicia, sino
porque definitivamente esta gente no está en sus cabales. El PP no
necesita un tribunal de eminentes e implacables juristas, sino un
tribunal médico de urgencia. Aunque quizá, bien mirado, ya sea demasiado
tarde y solo un avezado exorcista como el Padre Karras pueda sacarles
el mal que llevan dentro. El caso es que desde hace tiempo algunos
veníamos alertando de que España estaba siendo pilotada por un grupo de
neoliberales sin escrúpulos; más tarde advertimos que no era así, sino
que el avión estaba en manos de una banda mafiosa. Qué despistados
andábamos. Ahora ya sabemos que la respuesta era mucho más sencilla que
todo eso. Ahora ya tenemos la abracadabrante y aterradora verdad: a los
mandos de la nave van Groucho, Chico y Harpo en fase de crisis delirante
y una señora como la ministra de Defensa que cada vez se parece más a
un personaje de Aterriza como puedas. Por Dios, que no la dejen subirse a un tanque.
*****
Rosalía Iglesias, la señora del sombrero
Diane Keaton y los modelitos coquetos de Prada, podrá eludir la prisión
si afloja 200.000 euros de fianza. De alguna caja B o C o D saldrá la
pasta, de eso no hay ninguna duda. Pero más allá de si la decisión es
justa o no, sobrevuela un asunto trascendental: si Rosalía iba a la
trena, Luis Bárcenas podía montar en cólera y tirar de la frazadita y
eso en medio del vendaval de la moción de censura no le convenía a M
Punto. Así que la presión ha surtido efecto. Parece evidente que el
sistema ha echado el freno por un momento porque el sistema funciona
pero hasta un cierto límite, tampoco hay que pasarse. ¿Cómo iban a
permitir los magistrados de la Audiencia que Rosalía se fuera de tour
por los balnerarios castellanos de Soto del Real y Estremera dejando a
su hijo Willy, el batería del grupo Taburete, solo y abandonado? ¿Un
muchacho de 29 años desamparado en medio de la nada de Madrid, una
ciudad caníbal que devora a los artistas hasta condenarlos al infierno
del Metro? Eso era un crimen intolerable, aunque la situación de Willy
Bárcenas no sea precisamente tan desesperada como la del pobre Evaristo,
de La Polla Records, a quien la Policía le ha echado el guante por rojo
empeñado en romper España. Hasta entre los músicos hay clases. Rosalía
es la pieza clave y enigmática del caso Gurtel, la dama misteriosa que
entraba y salía de los juzgados sin decir ni mu, salvo algún exabrupto
que otro a los periodistas, qué pesados. De hecho, la Policía investiga
si Bárcenas ordenó una transferencia de 200.000 euros a la cuenta que
el matrimonio tenía abierta en el banco Butterfield Trust (Bermuda),
dinero que no aparece por ninguna parte. Y luego cabría preguntarse otra
cosa: ¿Qué habría sucedido si en lugar de llamarse Rosalía Iglesias se
hubiese llamado Pepita Pérez, mujer de un jornalero cualquiera? Trullo
seguro. Esta justicia española nuestra es ciertamente ambigua, difusa, a
gusto del consumidor. Todo depende de si el reo tiene manta y está
dispuesto a tirar de ella. Todo en función de si el procesado es un don
con din, como diría el maestro Quevedo, de si tiene posibles o no. Y en
el caso de Rosalía parece obvio que posibles los hay. Dónde está el
dinero, nuestro dinero, eso ya es harina de otro costal. Que lo busque
la UDEF. Aunque bien mirado, ¿qué coño será eso de la UDEF?
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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