Cuando las cosas se tuercen en este país siempre se aparece (como un fantasma con cadenas, de ahí la superstición) la figura del gran paterfamilias, el muerto que se revuelve y da un brinco de su tumba, el mito que se materializa para sacar a la tribu del fango de la decadencia. Como diría Jesulín de Ubrique, ese gran filósofo, Ansar es como un gran toro, y no lo digo por los cuernos, que eso sería el chiste fácil, sino por lo que tiene de cavernario, mítico y simbólico ese animal fantástico. El cornúpeto ibérico es el gran salvapatrias que, como en un ciclo de eterno retorno, se aparece al país de vez en cuando para poner las cosas en su sitio y de paso cornear al clan cavernario del rojo masón, no sea que se nos desmande y esté pensando en cambiar de brujo o chamán.
Ha habido incontables Ansar en la Historia de España (Fernando VII, Primo de Rivera, Franco, más algún que otro Borbón menor que se coló por ahí) y todos, impepinablemente todos, renacen de sus cenizas para dar por retambufa al país y asustarlo un poco con su ruido chirriante de cadenas. Después de cuarenta años de franquismo, cuando la democracia ya estaba consolidada en la Transición, muchos españoles aún tenían miedo de hablar de política en el bar, no fuera que llegaran de improviso los de la Brigada Político Social del tío Paco. El español es un ser supersticioso por naturaleza, un súbdito fiel siempre dispuesto a someterse, por costumbre, al señor feudal de turno con tal de que le devuelva la esperanza, la ilusión y un poco del pan que le han robado mientras sesteaba cómodamente. Eso es lo que de verdad da miedo. Ansar, Conde Vlad Draculea de nuestros días (su carcajada dentuda y desbigotada sigue siendo todavía terrorífica) es consciente de este síndrome de Estocolmo que anida en lo más profundo del español y por eso baja de su castillaco de la Moraleja para decirle al pueblo del arruinado cárpato hispano: aquí estoy yo, os voy a sacar del rincón de la Historia y os voy a chupar la sangre hasta que os quedéis más encogidos que Belén Esteban después de una liposucción. No se engañen, señoras y señores lectores de este humilde blog. Aznarín no reaparece para meter en cintura al mustio de Rajoy, ni para refundar los principios fundamentales de esta derecha degenerada y desnortada, ni para terminar con el paro, ni para encontrar las armas de destrucción masiva (él sí que es un arma de destrucción masiva buena) ni para relanzar su nuevo libro coñazo o la carrera política de su mujercita que no hay por donde cogerla a la pobre. Ni siquiera lo hace para preparar su defensa ante los millones de Bárcenas que, desde la boda de Anita/Agag, van y vienen descocados por los bolsillos gurtelianos de Génova 13. Ansar se aparece ahora porque puede y porque quiere, porque sabe que España es su grey, su rebaño, su cortijo patrimonial. Ansar es mucho más que un caudillo, un césar o un emperador. Es un fantasma plasta del que el pueblo no sabe o no quiere librarse porque le falta cultura democrática, valor, revolución suficiente para matar al padre castrador. Solo faltaría que Felipe González regresara con su deje sevillí para completar este infernal círculo vicioso en el que nos encontramos. Ya estoy escuchando aquello de váyase, seor González. Pero del espíritu totémico de Felipe ya hablaremos otro día.
Imagen: Vizcarra
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